Yo soy Montaña

Edith Herrera

La costumbre colonial

Fotos: Oscar Rodriguez Vallotton

“Yo no jugué. Más que iba yo a dejar el almuerzo porque todos los días trabajaban mis papás. Llegando de la escuela tenía que ir a dejar la comida al tlacolol donde sembraba mi familia”, nos cuenta Lucía recorriendo el lindero de su memoria. “Caminaba diariamente para llegar a la milpa…”.

Pasó su infancia ayudando a la familia que trabajaba en el campo. Así es como inicia nuestra conversación y nos permite contarles un poco del trabajo de las mujeres en una comunidad indígena en la Montaña de Guerrero donde nació y luego creció la protagonista de nuestra columna de hoy.

Siguiendo las oleadas feministas de marzo, nos parece importante no dejar pasar estos tiempos y hablar desde nuestra Montaña. Será nuestro granito de arena. En este país, donde nuestras banderas de luchas son tan diversas: somos mujeres del campo y la ciudad, mujeres indígenas, mestizas, diversidades sexuales, mujeres estudiantes, profesionistas, periodistas, defensoras del territorio, amas de casa. las parteras, las abuelas sabias, las hijas, las nietas, las bisnietas, todas aquellas mujeres luchadoras que en su cotidianidad van construyendo las alternativas para vivir. Todas conformamos la esperanza activa ante la opresión, el racismo, el capitalismo, el patriarcado y el neocolonialismo que intentan imponerse a nuestras cuerpas/territorias.

Considero importante compartir la historia de Lucía, que entreteje las memorias, los saberes, las alegrías, pero también las luchas y tristezas que ha vivido, los caminos que tuvo que recorrer para poder contarnos en castellano (que fue forzada a aprenderlo) un pedacito de su caminito de vida.

Al principio de su memoria encuentra este recuerdo que le transmitió su madre: “Dice mi mama que lo que decían mis hermanos cuando yo nací, estaban muy enojados. Porque las mujeres no valían tanto porque se casan y se van. Ellos querían hermanos para trabajar la tierra y sembrar. Y luego nació otra hermana y mejor se fueron de la casa. Pero yo veo que las mujeres sí valen mucho. Pues sí valen mucho porque aparte de estar en la casa preparando, este, alimentos para la familia ¿No? Este, unas hasta son como parteras, saben curar y somos tejedoras. Luego, las mujeres son las que se encargan de hacer almuerzos, comidas, llevar el alimento a quienes trabajan el campo. Cuidan la casa, los hijos, también ayudan a la limpia de la milpa. ¡Trabajamos de todo pues!”.

Al final de cuentas, una parte de nuestras reflexiones de hoy, es que las mujeres en los pueblos tenemos un tremendo valor, por todo lo que sabemos, lo que enseñamos a las infancias, los saberes para poder vivir en el territorio. Y que tienen una visión muy negativa de nosotras y de nuestras cuerpas.

Nos ven como una cosa estorbosa o de mala suerte (¡a veces son los propios miembros de nuestra familia que apoyan estos pensamientos nefastos!) esas son rostros del machismo aún vigente. Pero si uno piensa en todo lo que las mujeres saben y aprenden y enseñan, es algo muy poderoso: somos guardianas de la vida, cualquiera que sea el territorio en que habiten nuestras cuerpas y nuestras corazonas, alimentamos la vida y sostenemos la familia.

Las mujeres en la comunidad tenemos muchos problemas. De la salud, también de los golpes. Luego no hay doctor en el pueblo cuando se enferman los hijos. Y cuando alguien se enferma de la casa, la mujer es la que debe cuidar a sus papás, hijos, o los sobrinos que se quedan cuando se van a Estados Unidos. Así nosotras: cuando mi mamá o mi papá se enferma, mis hermanos no dicen nada, no hacen nada, lo dejan que nosotras los cuidemos hasta que se compongan. Mis hermanos solo los buscan cuando necesitan algo de ellos como dinero o tierras, sino no se preocupan”.

Lamentablemente, la situación de precarización y desventaja en que viven las mujeres, jóvenes y niñas en las comunidades de la Montaña, no solo es una decisión a nivel local comunitaria, también tiene que ver también con cuestiones más estructurales. Como el racismo, la costumbre occidental del machismo, el patriarcado, el capitalismo y neocolonialismo para citar algunas. A diario bombardean a los pueblos para ser asimilados en la idea moderna de vida, ajena completamente a la visión integral y armónica con la madre tierra que aún prevalece entre las familias indígenas, debajo del barniz que dejó la colonización sobre nuestras vidas. No quieren dejarnos inventar nuestras propias soluciones. ¡Pero nosotras las hemos estado construyendo desde siempre!

Seguimos acompañando a Lucía por el recorrido de su memoria: “Una vez, cuando yo era chica, fueron a pedirme para casarme. Llegaron en la madrugada, pero mi hermana la mayor, no quiso. Dijo que no, porque yo no sabía ni cocinar, no sabía hacer nada. Les dijo que tampoco conozco a la casa donde me quieren casar. Era muy joven todavía. Además, eso me animó de valor y le dije a mi mamá: «si aceptan ustedes se van a ir, yo no me voy a ir, se irán ustedes si aceptan». Fue cuando mis papás entendieron. Porque me fui con mis padrinos para que no me dejaran casarme. Platicaron y decidieron apoyarme para irme a estudiar”.

Al final, en cada práctica, vivencia comunitaria, las mujeres en el pueblo, abuelas, madres, hijas, mantenemos un lazo, una alianza para cuidarnos, apapacharnos, ante el dolor, la opresión, la violencia, el desplazamiento forzado. Las mismas mujeres que atraviesan contextos o situaciones de violencia, en su gran mayoría intentan no repetir estas historias. Y, aunque no son todas todavía, la esperanza sigue ardiendo. Se sigue gestando la construcción de mundos más humanos, libres, respetuosos de las mujeres, sus autonomías, que exigen realidades que descolonicen paulatinamente la cultura colonial impuesta.

Es importante señalar que cualquier ejercicio para desmantelar las “costumbres coloniales” tiene que ocurrir poco a poco, desde dentro de la comunidad. Ya nos han impuesto estas costumbres desde fuera durante el proceso de colonización. No queremos que nos impongan también cómo resolverlo. Hay una responsabilidad como pueblos de ubicar cuáles son las prácticas que nos fortalecen y cuáles nos debilitan el espíritu. ¡Y de revalorar estas primeras e ir abandonando las demás! Hemos llegado a un tiempo, donde no hay reversa, necesitamos revertir esa balanza, recuperar los equilibrios y tumbar desde la comunidad esas costumbres coloniales que no nos permiten construir (completamente) la buena vida.

No solo es responsabilidad de las mujeres cuidarnos, sino que existe una corresponsabilidad de muchos actores comunitarios para restaurar los equilibrios. Le corresponde a la comunidad, a la familia, aportar a los cuidado de quienes cuidamos la vida de las familias. No se puede hablar de las mujeres, sin considerar sus historias, o en el contexto en el que viven. Particularmente, en nuestras comunidades indígenas. Y por otra parte, nosotras también tenemos que dejar de criar hombres con prácticas machistas, niños reyes y abusivos.

Mi pueblo me gusta. Me gusta el campo, porque ahí crecí. Me gusta porque allá encuentras de todo para comer, como quelites, honguitos. Todo lo que hay allá, es fresco. Hay agua, leña, no se compra como en la ciudad. Me gusta cuando se juntan las señoras del pueblo a recibir a los visitantes. Mi mamá me enseñó que debemos dar una tortilla a las visitas, cuando lleguen a la casa. Aunque ya hayan comido, tenemos que invitarlos por respeto, por costumbre”. Y quizás también porque no nos van a querer decir que tienen hambre para no incomodarnos.

Lucía continúa caminando por sus memorias – un poco nerviosa y nostálgica – como una mujer indígena que nació y creció en el pueblo, pero que actualmente no puede volver por el contexto de violencia que vive su comunidad entera. Sin importar si son hombres, mujeres, infancias o abuelas, los ataques fueron dirigidos por igual: es decir donde más duele.

Antes en mi pueblo, todo era tranquilo, vivíamos bien. Todo se puso feo cuando empezó el problema agrario… Antes podíamos andar libremente en los cerros, en los ríos, en todo el campo, pero ahora con los problemas agrarios ya no podemos sembrar, ya muchos se tuvieron que salir de ahí, se fueron a diferentes lugares.”

Detrás de este “problema agrario” que provoco la salida de Lucía de su comunidad está el narcotráfico. Después de varios muertos, los miembros no solo de su familia sino que la comunidad entera, tuvo que dejar su comunidad de la Montaña para reubicarse en otros lugares de la región y del país. Es una historia triste, pero demasiado común por nuestros rumbos. Y donde las mujeres protagonizan la resistencia cultural, alimentaria, de la salud, la sobrevivencia y son quienes sostienen principalmente a sus familias, en estos contextos de guerra, que se están viviendo en los territorios indígenas, asediados ahora por actores criminales, que bien sabemos que mercantilizan la vida en los territorios.

Esta historia tiene por marco la vida de una mujer que ha construido sus propias posibilidades para poder estudiar, trabajar y decidir su futuro en comparación de otras mujeres de su comunidad. Aún así, esa vida ha sido vinculada a la costumbre, una costumbre ñuu savi. Y esta costumbre debe de distinguirse de las prácticas culturales como el matrimonio ancestral, que poco a poco han ido deteriorándose, se han corrompido y los intercambios se hacen más desde el papel que juega el dinero. Y claramente, ahí pierde completamente el sentido tradicional por priorizar lo individual, el dinero y la soberbia, frente a lo colectivo, el respeto y la comunalidad.

Las alianzas matrimoniales se hacían de respeto, de la palabra, de unir las familias, poniendo al centro a la pareja. Pero con la herencia colonial se heredó el machismo que sigue lastimando las vidas y cuerpas de las mujeres principalmente. Tenemos que seguir denunciando todo tipo de atropellos al interior y fuera de la comunidad, debemos seguir luchando para sacudir las estructuras de opresión que también se viven en la comunidad, y redefinir lo que queremos que sea la unión de familias. Estás estructuras opresivas se han ido entremezclando con las prácticas culturales de las comunidades, lo que genera una gran confusión. Es esencial empezar a desmantelarlas.

¡Es necesario empezar a construir esas decisiones colectivas y asumir ya la responsabilidad de lo que queremos vivir como pueblos! Volvamos a valorar la enorme fuerza que las mujeres indígenas han demostrado históricamente. Reconozcamos, también, la enorme sabiduría que resguardan al ser guardianas de los saberes. Cuidemos a estas guardianas, tejedoras, madres, abuelas, hijas, niñas, que cuidan de todas y de todos. Cuidémoslas frente a un presente donde las violencias a sus cuerpos, a sus territorios se han hecho cotidianos.

Hay que desenmascarar las costumbres coloniales que nos hacen daño y nos debilitan como pueblos. Inventar nuevas costumbres que nos permitan caminar dignamente en el presente con la frente en alto. ¡Paso a paso, tejamos la justicia para las mujeres indígenas!

Edith Herrera

Mujer ñuu savi (gente lluvia) originaria de la Montaña alta de Guerrero. En los últimos 15
años ha trabajado en diversos procesos organizativos locales así como en colectivos de
mujeres y juventudes para la promoción de los derechos de los pueblos indígenas y la
construcción de la autonomía de la vida, a partir de saberes y conocimientos milenarios en
torno a la salud, al territorio y alimentación tradicional. Actualmente es coordinadora del Espacio Cultural Educativo “TIKOSÓ”.

Una Respuesta a “Yo soy Montaña”

  1. Melitón Bautista Cruz

    Muy interesante el articulo, me interesó mucho, yo soy zapoteco de la Sierra Juárez de Oaxaca, he escrito unos libros sobre la vida comunitaria, me gustaría compartírselo., gracias por compartir

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