Yo soy Montaña

Edith Herrera

Senderos de la memoria. Saá nixíyo nti ñuu nti / así habitamos, así vivíamos en el pueblo nuestro

Fotos: Edith Herrera

En el arranque de mi columna YO SOY MONTAÑA, les hablé de estas historias pequeñas, diarias y fugitivas, de estas voces que no solemos escuchar frecuentemente. Les hablé de estas personas que habitan estos cerros, valles, linderos ríos y bosques que cubren nuestra Montaña de Guerrero. Hoy quiero darles el escenario sin tanta reflexión o intervención de mi parte en la traducción lingüística y cultural. Quiero que los escuchan en toda su amplitud propia, en su modo de expresarse. Lo volveré a hacer un mes que otro, para que los puedan escuchar y conocer mejor en sus historias, palabra y añoranzas que tienen que contar.

En esta primera historia de los “Senderos de la Memoria”, escucharemos a doña Beatriz y a doña Teresa, dos hermanas mujeres ñuu savi que nacieron y crecieron infancia y adolescencia en un pueblo de la lluvia, de las partes altas de la Montaña. Al ser adultas tuvieron que salir de su pueblo para trabajar y vivir a la ciudad. Aunque siempre regresan a las festividades como el día de muertos, las fiestas patronales, o cumplir el cargo comunitario, a convivencias familiares y también al ser ya mayores se dan el tiempo para regresar a vivir por temporadas en su pueblo.

Ésta fue una conversación muy amena, me contaron su historia en nuestro idioma materno, el tu´ún savi, idioma de la lluvia. No fue tanto una entrevista, sino un escuchar el diálogo entre dos hermanas, y recuperar fragmentos de sus memorias, y todo empezó al preguntarles cómo vivían antes en el pueblo, qué recuerdos tienen de su infancia. Lo que van a leer ahora es lo que más logré acercar al español la conversación. No todo se puede traducir lastimosamente. ¡Pero es una manera de conocer, entender otros mundos que habitamos, vamos a escuchar su palabra!…

Cómo crecimos ahí en el pueblo, cuando fuimos niños, no había nada para comer. No teníamos nada para comer: no había frutas, no había leche, no hubo luz, no había carreteras. Andábamos caminando para venir hasta Tlapa. Anteriormente no había estos carros y en los viajes comíamos totopos, pinole de frijol y chile molido”, comenta Margarita.

Me acuerdo cómo no había fruta. Tu abuelito enterraba los plátanos verdes para que se maduraran horneados en horno de tierra. Metía pencas y racimos en la tierra, y se horneaba el plátano durante una semana para poder transfórmalo en fruta. También iba a cambiarlos a San Miguel por maíz, porque no teníamos suficiente maíz para comer todo el año.

Sí había miel, miel silvestre, comenta Beatriz. Mi abuelita hervía plátano verde del Colorado y, una vez hervido, le ponía miel del monte que se recolecta en los árboles… De dulce también habían tamalitos, tamales que se hacían con frijol entero adentro o con panela.

Lo principal que comíamos de niños era frijol. Había ejotes por costales cada vez que se recolectaba. Unos días se comía frijol hervido, otros la comida era frijol molido. Comíamos salsa, huevitos con semillas de calabaza, muy raras veces había pollo o carne. Eso comíamos. Así fue que crecimos, así fue que comimos para poder vivir. Antes, no había ninguna tienda para comprar, antes tenías que trabajar y sembrar para poder tener comida.

Para comer carne, se mataba una res en la fiesta del pueblo.. Mataban la res y se seguía comiendo durante el mes. Sobre todo comíamos quelite, semillas de calabaza qué se tostaban en el comal. La carne que se comía durante el resto del año era muy de vez en cuando un pollo de rancho, o se engordaba un marranito criollo.

Antes, no existían cumpleaños ni fiestas familiares. La única fiesta que se realizaba, aparte de la del pueblo, era la del año nuevo. La gente no sabía festejar Navidad ni los cumpleaños. Menos lo de las clausuras: nada de eso. Solamente se festejaban los bautizos. Lo único que se hacía en grande era una vez al año en año nuevo, pero eso era porque íbamos a la montaña. Íbamos con los rezanderos a recoger el año, nos regresábamos a la casa y se comía pozole con pollo de rancho. Pero nunca hubo un festejo grande, nunca festejamos a nuestros papás ni ellos nos enseñaron a nosotros a festejarnos. Porque, pues, no había nada. Ahorita eso cambió bastante, ahora todo se celebran con fiesta de música y comida y bebida. Para todo hay fiesta, antes pues solamente se daba de comer al padrino y a la madrina cuando se bautizaba. Pero no se hacían fiestas grandes porque no había dinero.

Nuestros padres y abuelos trabajaron humildemente. Pero el dinero no se juntaba, no se acumulaba. La gente solamente trabajaba en el campo. Sembraban maíz, sembraba frijol: eso había para comer en tiempo de lluvia. Y en tiempo de seca, cuando no alcanzaba el alimento para esos meses, buscaban intercambiar alimentos como estos plátanos. A veces había escasez, porque la milpa no daba mucho fruto en la montaña.

Hoy en día, los niños se acostumbraron a comer pollo blanco, porque se cose más rápido. Y el pollo de rancho, pos se cose todo el día y ya no gusta. Orita hay algunos niños que están bien, ellos crecen bien, crecen bonito. Pero ahora varios son los niños que van teniendo muchas enfermedades, se cargan enfermedades. Comen cosas de fuera. Los niños que vienen creciendo ahorita ya no quieren comer humildemente: comen más cosas de bote, cosas que tienen envases.

Hay algunos niños que viven bien vienen creciendo bonito y unos niños que ya traen cargando muchas enfermedades porque ya no quieren comer la miel. No quieren comer lo del campo, lo de la tierra, porque lo cambiaron. Quieren comer comidas de ahorita, que vienen de la ciudad. Y eso es lo que quieren comer los niños: ya no hacen caso. Pero hay que acostumbrarlos, hay que acostumbrar a los niños, hay que enseñarles a que coman humildemente y coman de la tierra, de la tierra de nuestro pueblo. Desde los dos años tenemos que empezar a echarles frijolito, que coman el caldito de quelite. Hay que darles lo que nosotros comemos. Porque ahorita, pues, ni sus papás: ya no quieren enseñarles a sus hijos, ya no ya no les enseñan. Les dan sopa Maruchan. Los propios padres: les dan chicharrones, Sabritas, refrescos, jugos de bote. Y piensan que eso es lo bueno. Piensan que eso es muy bueno y que van a crecer muy bien.

Pero eso está mal, eso no sirve, porque está lleno de enfermedad, está trayendo enfermedades. Lo que vemos en las familias, es que los niños que comen y comen frijoles, los que comen poca grasa, ellos son los que vienen estando fuertes. Los que comen carnes de la ciudad traen cargando muchas enfermedades, no tienen fuerzas.

Cuando éramos niñas, mi papá buscaba una flor, se llama “ita kava”. Tambien hay unas guías con fruto tindi’í que se cosen y se comen con la pepita de calabaza. Pa nosotros esa es la comida, ese es el platillo y esas son cosas que se preparan en el pueblo. Mi abuelita molía la semillas en el metate y le ponía chile rojo. Y esos eran los platillos y esa era la comida. A lo mejor, para muchos ahora, eso no significa la comida, pero nosotras teníamos ganas de comerlo. Nosotras, pues, nos acordamos. Siempre que viene la gente de la montaña a visitarnos, eso comemos. Nos gusta la “yuva xín´di”, “yúva yo’ó” “yuva tínana” muchas hay, el tomatito Silvestre, eso que había de la milpa, los quelites. Eso había y con eso se hacía la salsa. Antes, no había jitomate rojo, había jitomates pequeños, tomates con su cascarita. Y eso es lo encontrábamos en la milpa y en el cerro.

El epazote era natural, solito crecía atrás de la casa. Solito. Se tostaba en el comal con el huevo. Solamente se asaba. No había ni aceite. Todo venia del comal antes. Comíamos a veces manteca si queríamos comer algo grasoso, porque no existía el aceite, no existían las tiendas. Eramos niñas cuando tu abuelo viajaba. El solamente compraba sal, solamente compraba chile, porque pues para comprar en la ciudad no nos intercambiaban. Los de la ciudad pedían dinero, y el abuelito no tenía. Por eso es que nada más llevaba sal y, a veces, chile verde. Y pues siempre que salían del pueblo llevaban sus totopos. También se comía piña, guayaba en el camino. Para los viajes, había totopos, había memelas de frijol o carne seca para comerlos durante el camino.

La gente para comer, tenía que sembrar. Solo si tú plantabas o sembrabas, tenías para comer. De fruta, comimos sobre todo plátano: plátano Piña, plátano Macho, plátano Costa Rica, plátano Colorado y Manzano. Esa era nuestra fruta, junto con unas piñas y guayabas. Y un poco de aguacate también. Cuando había aguacate se maduraba y a veces ese lo poníamos sobre la tortilla. Y pues cuando no había nada para comer, pues es tortilla. Y se le pone un poco de agua con sal. Así así fue como nosotros sobrevivimos en nuestro tiempo, ya son más de 60 años.

Antes iba el abuelito a sacar ranas, ranas y camarones de agua dulce. Y ya según con eso pasábamos el hambre, con eso preparaba mi mamá. En tiempo de lluvia pues también había mucho quelite. También en octubre comíamos elotes, porque es en esta temporada que había elote. Antes no era todo el tiempo, solo en la temporada. Todo era de temporada: temporada de hongo, temporada de quelite, temporada de elotes, temporada de alimentos de la milpa como la calabaza o el frijol. Así vivíamos, así comíamos.

Cuando ya terminaban de desgranar el maíz nuevo, tu abuelita hacía pues sus tortillas de elote. Para nosotros en nuestro idioma se llama “xatú”, es tortilla de maíz dulce, maíz nuevo. Y así de poquitas cosas fue que nosotros completamos lo que comíamos. Así crecimos. Crecimos humildemente, pero la gente creció, vivió mucho tiempo. No murieron de hambre, y sobre todo no tuvieron enfermedades mucho como ahora.

En tiempo de hongo, pues se iban a buscar al cerro. Eso se cocía. Cada temporada se aprovechaba, cada temporada era diferente el alimento que se buscaba. Ahora hay mucha enfermedad: hay mucha enfermedad, porque lo que uno está comiendo es salchicha, chorizo, de latas. Anteriormente, no se engordaban los puercos con alimento. Solo con tortilla seca. O se lavaba el metate donde se molía el maíz. Y eso es lo que tomaban los animalitos. Eran alimentos naturales. Ahora se engordan con puro alimento químico que le dan a todos los animales este alimento: chivos, borregos, pollos, todos. Anteriormente, los pollos no comían ni maíz. Comían entonces lo que encontraban: algunos gusanos, algunos chapulines, algunos pastos y algunas hojas. Así crecían. Y ahorita con el alimento, pues los pollos crecen, se inflan mucho. Y eso es lo que vemos: que hay muchísimas enfermedades. Todos los días hay gente en los hospitales. Y, antes, pues todo fue humildemente. Ni siquiera se metía abono en la milpa. Y salía bien. Salía bien. Ahora es diferente.

Cuando entró la carretera, pues entró muchos problemas. Es que toman mucho refresco, ya no quieren tomar agua natural. Ya no quieren tomar agua, ahora solo refresco y hay unos que pues están bien y otros se enferman. Y unos, después, se mueren. De esta enfermedad que llaman diabetis. Hay muchas enfermedades. No sabemos porque es así. Yo creo que eso pasa porque, pues, hubo mucho, mucho problema con los químicos que llegaron. Y han ensuciado la tierra. Ahora los niños ¿cómo están creciendo?

No había tantas enfermedades. Ahorita pues se descompuso la Tierra. Le ponen mucho líquido, le meten fumigantes. Y eso o la carretera ha acabado con nosotros. Vamos que desde que llegó la carretera, al pueblo empezó a llegar refresco. Llegó pan de burro. Llegó la cerveza. Y empezó la gente ya a vender chile, cebolla, jitomate. Ya varias cosas empezaban a vender. Empezaron a llegar con la carretera, con el carro. Porque antes no había nada. Y antes la gente casi no se enfermaban, crecían mucho los viejitos. Antes llegaban muy viejitos. A veces llegaban a más de 100 años, de 90 para arriba. Y caminaban mucho. Nunca se quedaban tirados. Caminaban bien.

También recuerdo cuando llegó el albergue. Es cuando nos enseñaron a comer sopa de pasta. Porque nosotros no sabíamos comer sopa de pasta. Nos llevaban galletas también, de esas de animalito. Nos llevaron leche en polvo. A mí, me daba mucho asco comer espagueti porque yo no sabía comerlo. Decíamos qué era como comer lombrices. Y no quería. yo comerlo porque me daba miedo. Pero eso es lo que ponían en nuestro plato. Y nos enseñaron a comer así. Y cuando queríamos comer dulce estaba el esposo de la maestra. Y él es el que nos vendía. Porque no había nada: no había tienda donde comprar. Y le decíamos a la maestra: “maestra queremos comer dulces”. Pero mi mamá, mi mama no tenía dinero para para comprar dulces. Y mi mamá, mi mamá me decía: “dígale a la maestra si les puede cambiar los dulces por huevo de rancho, para que lo puedan cambiar y lleven mañana ustedes este huevo de rancho”. Y yoi le decía a la maestra si puede cambiarnos el huevo este por dulce. Y ella nos cambiaba. Fue así que nos cambiaba huevo por dulces. Es así que podíamos comer un dulce. Me acordé del esposo de Clemencia, que nos cambiaba los dulces. Pero el jugo, la leche y la comida de latas de ahora antes no las había. Había pocas enfermedades.

Ahora entró la carretera. Hay de todas las cosas y también de todas las enfermedades. Toda la comida chatarra se encuentra y ahorita mucha, mucha gente, la mayoría de las personas están enfermas. Antes, no había enfermedades. Antes, se curaban con medicina natural, con hierbas. No había medicina y farmacias. No había doctor. No había carretera. La gente se curaba, se curaban en la comunidad, de manera tradicional. No nos morimos de hambre porque nosotros así nos acostumbramos así humildemente. Aprendimos así. Sobrevivimos así. Crecimos así. Aunque no teníamos huaraches, aunque no teníamos ropa. Y ahorita, pues, hay de todo.

Todo lo que se cocinaba era solo de barro. Todo se cocía en cazuelas de barro o en el comal. Se martajaba sobre la piedra del metate. Solo así se molía, así se preparaba la comida. Porque si no, no había para comer. Porque no había quien vendía comida o tortilla. Uno solamente comía lo que producía, lo que cosechaba…”

Si escuchamos estas memorias de infancia, la historia de las hermanas que empezaron a contarme sus recuerdos, y una tejía su palabra con la otra, hasta construir juntas una memoria colectiva de su hogar, sus padres, madres y abuelas, abuelos. Así vivieron y así comieron doña Beatriz y doña Teresa.

La carretera llegó a su pueblo en el 1990. Antes, se hacían dos días caminando a pie o con la ayuda de un burro para llegar a la cabecera municipal más cercana. Cabe señalar que con la llegada de la carretera, la vida de las comunidades marca otro tiempo que les cambió la vida, llegaron muchas cosas, y con estas cosas los problemas de los que nos hablan esas dos mujeres. Pasaron de una vida humilde y de una infancia de escasez a alguna forma de abundancia moderna. Pero como lo pueden notar, esta abundancia no es de cara tan amistosa, sino que ha traído una precarización de la vida en cuanto a salud, alimentación y la manera de vivir moderna, que no prioriza la buena vida desde la cosmovisión de los pueblos.

Lo otro que nos parece importante reflexionar aquí, a partir de esta conversación teijda que tuvimos con Beatriz y Margarita, es justo la contradicción que se tiene de los supuestos “desarrollos” que se promueven en los pueblos. De la modernidad que va desplazando saberes, sabores, pensamientos, idiomas, prácticas culturales, ritualidades, medicinas tradicionales, sabiduría ancestral y de la milpa, para cambiarles por un espejito que brilla a simple vista de un lado pero del otro es completamente oscuro.

Es una lógica perversa que todos los malos gobiernos, que en cada política han visto a los pueblos con un racismo, sin entender sus formas de alimentarse, su medicina anclada a los territorios, a que necesitan de la montaña y los ríos para poder tener una vida digna, buena, donde conseguir sus alimentos, sus medicinas, sanarse espiritualmente y ofrendar para que crezca la milpa, caiga la lluvia para la humanidad.

Estas son las historias, los senderos de la memoria, desde el sentipensar, el pensamiento de las mujeres, hombres, abuelos, abuelas, infancias y juventudes que habitan en la montañita de Guerrero, que nos gustaría de vez en cuando traer a su lectura, nos parece importante empezar a reconectarnos con otros mundos y otras miradas, en esta ocasión a partir de recuerdos de la alimentación propia, nativa, lo que les permitió crecer bien, no enfermarse, y sobrevivir en contextos donde el maíz no crece por la tradición de bosques de pino.-encino que caracteriza la región.

Es importante que nunca perdamos estas memorias, de que la alimentación tiene que mirarse como crucial para el florecimiento de la vida, los alimentos de la montaña, para la visión ñuu savi, son alimentos medicina, que nutren el cuerpo, el corazón, el espíritu.

Las memorias, recuerdos que vamos a traer en este formato de la columna, esperamos que nos llamen a repensarnos como humanidad, no en lo individual sino también en los colectivo, en recordar aquellas comidas que nos crecieron en la infancia, aquellos saberes que nos conectan y nos anclan a los territorios que habitamos, que nos nutren, que nos sanan, que nos dan alegría, tristezas pero que también nos hace construir nuestra memoria, legado y paso por este canijo mundo.

Edith Herrera

Mujer ñuu savi (gente lluvia) originaria de la Montaña alta de Guerrero. En los últimos 15
años ha trabajado en diversos procesos organizativos locales así como en colectivos de
mujeres y juventudes para la promoción de los derechos de los pueblos indígenas y la
construcción de la autonomía de la vida, a partir de saberes y conocimientos milenarios en
torno a la salud, al territorio y alimentación tradicional. Actualmente es coordinadora del Espacio Cultural Educativo “TIKOSÓ”.

Una Respuesta a “Yo soy Montaña”

  1. Melitón Bautista Cruz

    Muy interesante el articulo, me interesó mucho, yo soy zapoteco de la Sierra Juárez de Oaxaca, he escrito unos libros sobre la vida comunitaria, me gustaría compartírselo., gracias por compartir

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