DESconstrucciones

Fernando Híjar Sánchez

Revueltas, el retrato del joven compositor

DESconstrucciones (XX)

Imagen tomada de la Gaceta de la UNAM

Primera parte

Para Olivia Revueltas, una brillante jazzista,

una estrella solitaria…

Nota aclaratoria a lo alto del texto”. 

En próximas colaboraciones retomaré la segunda entrega de Amapola, ahondaré sobre la muerte de Unamuno; escribiré sobre las múltiples y diversas interpretaciones de la pieza; sobre las propiedades de la planta, (el opio: mash allah, ‘regalo de Dios’), los fumaderos, las guerras del opio; la Amapola en el cine, de manera principal, Érase una vez en América de Sergio Leone con la maravillosa música de Ennio Morricone y otros aspectos de la Amapola de Lacalle.

El Palacio de Bellas Artes, jazz, el ‘negro’ Ojeda, poemario de flores y el hallazgo…

Desde que tengo memoria, recuerdo el Palacio de Bellas Artes. Mi madre me señalaba: ésta es la Alameda Central, enfrente está el Cine Alameda, ésa es la Torre Latinoamericana, ese edificio es el de correos de México (su nombre oficial: Palacio Postal, nadie lo conocía con esta denominación), y aquel El Palacio de Bellas Artes; pero si no parece un palacio, le replicaba, entonces qué es, me preguntaba, pues no sé, pero ese no es un palacio, aquí no tenemos reyes, le contestaba, pues así le dicen y además así está escrito en la entrada, y yo insistía, parece una iglesia, un museo, bueno ya, concluía mi madre y seguíamos muy campantes nuestro camino hacia el mero centro para hacer las compras. Esto sucedía a finales de los años cincuenta, yo tendría unos seis o siete años.

Unos pocos años después mi padre, con quien nunca tuve buena relación, me llevaba, sin pedir mi parecer, al Club de Periodistas (en la calle de Filomeno Mata, a dos cuadras y media de Bellas Artes, él fue su presidente y tuvo algunos otros cargos), también a los periódicos El Universal y La Afición. Mi padre fue cronista deportivo (sus primeros trabajos fueron reportajes de  índole política, los realizó en el periódico El Popular – fundado en 1938-, lanzado por iniciativa de Vicente Lombardo Toledano, Secretario General de la Confederación de Trabajadores de México, este medio de comunicación se definía como “un diario militante de izquierda», “defensor del movimiento obrero”; un poco antes y durante la Segunda Guerra Mundial fungió como un importante vehículo antifascista a escala nacional y de una parte importante de Latinoamérica. En este medio dejaron testimonios, las plumas más importantes de la política y la cultura: José Revueltas, Daniel Cosío Villegas, Narciso Bassols, Efraín Huerta, Octavio Paz, Adolfo Sánchez Vázquez y Pablo Neruda, entre muchos otros. Mi padre duró muy poco en este periódico, lo suyo era cronicar el deporte, El Popular dejó de circular en 1961), íbamos a paso acelerado, su pasado de deportista y su sueño frustrado de ser marchista, lo trasladaba a caminar rápido, muy rápido, a mis 12 años era imposible seguirle el ritmo (medía casi 1.90, imagínense sus zancadas), así que corría por detrás de él. Las primeras veces era divertido, pero ya después era un verdadero suplicio. Nosotros vivíamos en la Colonia Santa María La Rivera, en la tercera de Chopo, relativamente cerca de el centro. Yo era el más chico de mis tres hermanos y una hermana, así que era “el elegido” para “acompañar” por las tardes a don Reynaldo. En una ocasión se detuvo enfrente de Bellas Artes, tengo tiempo, se dijo a sí mismo, y entramos. Durante todo el recorrido no intercambiamos ni una sola palabra, él nunca me explicó nada, y yo nunca le pregunté nada, los dos caminamos como si el otro no existiera. Desde que entré me asombré con lo que veía: la gran cúpula, las escaleras, las columnas, los decorados y los prodigiosos murales, todo esto echó a volar mi imaginación.

Al salir, ningún comentario, pero en mi mente se habían detonado un sinfín de pensamientos. También cambié ligeramente mi idea: confirmé que era un museo, un templo (no de oración, sino de reflexión) y también un palacio, para disfrutarlo al máximo con todos los sentidos (por cierto, este año se conmemora el 90 aniversario de este recinto cultural, en octubre de 1934 abrió sus puertas al público por primera vez). Cruzamos el Eje Central Lázaro Cárdenas (en aquellos tiempos se conocía como Avenida Niño Perdido; con los recuerdos de mi madre al pasar por Bellas Artes y ese día al penetrar a su interior, sentía mía aquella imponente construcción, era parte de mi infancia y adolescencia, me pertenecía, estaba en mi ser, diríamos ahora, era y es parte de mi identidad citadina, al igual que la Alameda de Santa María y su quiosco morisco, ahí jugué horas y horas en mis primeros años y, también, del enigma que significaba para mí, en aquellos tiempos, el Museo del Chopo) y, en pocos minutos, llegamos a la calle de Filomeno Mata.

De entonces a la fecha, han sido infinidad de ocasiones que he entrado a sus diferentes salas, solo me referiré a cuatro de ellas: la primera vez que entré a su Sala Principal, fue, a mediados de los sesenta, a un concierto (que me dejó marcado para siempre, ya que amplió mi conocimiento y la inmensidad de la música; fue un concierto de jazz, un tío amante de esta música, me invitó), de uno de los grupos que delinearon los derroteros contemporáneos de esta música, me refiero a The modern jazz quartet, de este modo entré a este deslumbrante mundo sonoro por la puerta más grande que uno se pueda imaginar, desde entonces el jazz forma parte, junto con las culturas musicales de los pueblos originarios (claro, y de otras expresiones musicales), de la banda sonora de mi vida; en anteriores entregas dedicadas al saxofón, doy fe de estas experiencias vivenciales jazzísticas. A la Sala Adamo Boari he entrado realmente pocas veces, la más reciente fue hace algunos años, cuando fui requerido para participar en un homenaje al cantante Salvador, el negro, Ojeda (a el negro, muchos lo definían como trovador, nada más alejado de la realidad, él era un intérprete, ya que un trovador se planta sobre un escenario y canta, por lo general acompañado de una guitarra, sus propias composiciones; en una ocasión, en un programa en Radio Educación, creo que fue David Haro o Rafa Mendoza le hicieron esta aclaración y el negro, exclamó sorprendido: ¡ah, chingá, yo toda mi vida me creí trovador!, todos rieron.

En un programa en esta misma radiodifusora, antes de la situación que recién describí, hablé sobre esta confusión en que caen muchos que se creen conocedores), que organizó la extinta Dirección General de Vinculación Cultural, recuerdo que uno de los programados para estar en la mesa fue un ex cantante de música de protesta con su colita canosa, cínico funcionario oportunista e integrante de un ex dueto intrascendente, llegó casi al final del homenaje y tuvo la desfachatez de subirse a decir puras tonterías. En fin, la cultura oficial ha estado plagada de estos personajes. A la Sala Manuel M. Ponce son incontables las veces que he asistido, hace unos meses (el martes 28 de mayo), fui a la presentación del poemario Ni Xochitl Ni Kuiatl (La canción de las Flores; un reconocimiento, un homenaje, una oda a las lenguas originarias), de Mardonio Carballo, imposible ubicar a Mardonio en una sola manifestación o disciplina artística; es un poeta de altos vuelos, periodista y conductor de radio y televisión, un destacado promotor cultural, actor, creador y productor de obras de avanzada (donde la música cobra un papel fundamental), un gran lector e improvisador, pero sobretodo una persona sensible y generosa. A mediados del próximo año, Mardonio Carballo y la reconocida compositora Gabriela Ortiz llevarán al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET) un diálogo, una amalgama, un entrelazamiento entre la palabra y la música, dos elementos que forman parte indisoluble de la esencia del poeta originario de la exuberante huasteca veracruzana.

El título de esta colaboración tiene que ver con mi visita a la Sala Principal que tuvo lugar el 11 de agosto del año en curso. El maestro (investigador, compositor, musicólogo y escritor), Luis Jaime Cortez, responsable directo de que todo esto haya sido posible, me invitó a la presentación del estreno mundial de la obra para piano de Silvestre Revueltas. Estamos ante un hecho histórico en el mundo de la música: el hallazgo, que en realidad es una contundente revaloración, de la obra pianística del joven Silvestre Revueltas (la mayoría de las piezas fueron creadas en 1915, cuando tenía 15 años) nos abre un amplio abanico de reflexiones y rompe mitos e inexactitudes en torno al compositor y al período que va del romanticismo al nacionalismo musical de nuestro país. Pero no nos adelantemos, en la próxima entrega profundizaremos sobre este acontecimiento inédito (no exento de elementos de suspenso y labor detectivesca) que se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes.

En el sitio SONUS litterarum, se encuentra el texto de presentación de Luis Jaime Cortez que inicia con estas palabras:

Parece imposible, pero ocurrió: de pronto escucharemos un mundo revueltiano, el juvenil, que nos había sido completamente vedado, por los prejuicios academicistas, por la falta de agudeza para ver y oír, y porque así es el destino. El caso es que Revueltas cuidó estas piezas con un cariño especial que las hace hoy disponible para nosotros, a pesar de todos los obstáculos.

No dudo en afirmar que Luis Jaime es el conocedor más serio y profundo de la vida y obra del gran compositor que nació, en 1899, en Santiago Papasquiaro, Durango. Silvestre fue integrante de una familia (a todas luces única, sobresaliente, talentosa, valiente) que aportó elementos definitorios en el acontecer de la cultura y la política.

Fernando Híjar Sánchez

Promotor cultural, productor musical e investigador independiente. Uno de sus más sobresalientes fonogramas: Lienzos de viento (músicos zoques y mames en diálogo con Horacio Franco) obtuvo el Premio Patrimonio Musical de México, INAH 2012.

Dejar una Respuesta

Otras columnas