Pariendo dolores y ternuras: construyendo feminismos
Dice Roque Dalton en su bello poema “Para un mejor amor”, que el problema empieza cuando la mujer advierte que el sexo es una categoría política porque en ese momento dejamos de ser mujer en sí y comenzamos a constituirnos en mujer para sí, en mujer a partir de nuestra humanidad y no de nuestro sexo, con todo lo que ello conlleva en la larga historia de la humanidad dominada por el patriarcado y por el capitalismo voraz.
Sigue resultando sorprendente lo reciente de las luchas feministas generalizadas en nuestros países, cuando empezamos a advertir y a cuestionarnos la normalización de prácticas y modos de vida paradigmáticos en los que siempre salíamos perdiendo. No es el espacio para realizar una genealogía histórica de estas luchas pero celebramos los empeños constantes de quienes nos antecedieron en historiar y problematizarlo todo y abrieron caminos y veredas por los que siguen transitando miles de mujeres empeñadas en poner el dedo en la llaga para seguir abonando a nuestro autoconocimiento con perspectiva histórica y a nuestra lucha diaria contras las violencias. Referimos no solo a las teóricas, que tanto nos han aportado, sino también a quienes en y con sus vidas y prácticas develan todo el tiempo las problemáticas urgentes y proponen modos de vida y de relaciones sociales libertarias no solo para las mujeres sino para todxs. Aquellas que son emblema de sus comunidades, habitualmente en lucha por demandas concretas, que son referentes indispensables que contagian, alientan, muestran el camino, que encarnan y acuerpan el feminismo como modo de situarse en y frente a la vida.
Como en muchos otros movimientos sociales, las mujeres se adelantaron a la teorización, a la reflexión histórica que devela las causas de su opresión y sobre todo, las de las violencias vividas, para sin más recursos que su ira justificada y su desesperación, ponerse en acción. Esto no es extraordinario, basta ver a las madres y familiares de desaparecidxs, a defensores de la tierra, el territorio y los recursos naturales, a asalariadas sin derechos laborales erigidas como actores sociales de un momento a otro en un proceso de politización abrupto, generalmente a partir de algún acontecimiento trágico que las obliga a emprender acciones y agencias diversas en su lucha por memoria, verdad y justicia.
Las mujeres, tradicionalmente, siempre han estado en la retaguardia de los movimientos sociales. A cargo de la reproducción social, son quienes alimentan, cuidan y procuran, sea desde el hogar hasta los distintos roles que cumplen en organizaciones incluso político-militares en donde también han participado como combatientes en la primera línea. Pero hay todo un universo por conocer y del cual aprender de las mujeres de a pie. Para nuestra fortuna, los empeños historiográficos se han abierto camino para dar cuenta de estas historias con nombre y apellido y hay aún mucho trabajo por hacer en este sentido.
Recordamos a Maribel Otero, internacionalista y feminista española, quien dedicó su corta vida a trabajar en la organización de las mujeres en Bolivia, Nicaragua y África. Le costó trabajo entender que las mujeres de estos lugares no eran las europeas con largo camino andado en estas problemáticas producto de contextos muy diferentes, pero lo logró a partir de su militancia in situ, codo a codo con ellas, escuchando, entendiendo y atendiendo sus sentires, sus problemas, impulsando el diálogo y animándolas a hablar, enseñando pero sobre todo, aprendiendo. A lo que apunta esta referencia es que no podemos hablar de las mujeres en general como tampoco de un solo feminismo, siempre resulta necesario el análisis concreto en situaciones y contextos concretos.
Conocer y reflexionar sobre experiencias concretas es indispensable en contextos como los nuestros para la construcción de una tendencia feminista siempre en proceso de construcción y abierta a las distintas realidades que enfrentamos. No es casual que los ejemplos a los que se hará referencia se hayan dado en el marco de movimientos más amplios, no restringidos, y con alcances y propósitos que incluyen y advierten las particulares broncas que enfrentamos como mujeres pero que van más allá en la necesidad de afectarlo todo. Haremos referencia a casos y momentos que nos parecen emblemáticos en esta larga y ardua lucha, seguramente hay muchos más, una disculpa por las omisiones.
A finales de los 70 del siglo pasado, los campesinos en Michoacán emprendían su lucha por mejores condiciones de vida contra los caciques, de ahí nacería la Unión de Comuneros Emiliano Zapata (UCEZ), encabezada por Efrén Capiz y su compañera también abogada, Eva Castañeda Cortés, quien fuera coordinadora de la UCEZ. En el marco de estas luchas, estaba la comunidad de Santa Fé de la Laguna en Quiroga, en lucha por la defensa de sus tierras, hasta hoy, contra los ganaderos voraces. El saldo trágico: muchos enfrentamientos, heridos y varios comuneros asesinados. Entonces, frente al desprecio gubernamental y de los caciques, las mujeres decidieron poner en huelga de hambre al ganado obligando a establecer mesas de diálogo. Hasta que las vacas estuvieron en peligro de muerte, se dignaron a atender las justas demandas campesinas. Seguramente antes y definitivamente después, las mujeres han asumido un papel protagónico en la defensa del territorio, de la tierra y de los recursos naturales, de su cultura y su modo de vida. Ahí está el bello libro Flores en el desierto de nuestra compañera periodista Gloria Muñoz Ramírez con las historias de vida de diez mujeres miembros del Concejo Indígena de Gobierno del Congreso Nacional Indígena, formado por 200 indígenas hombres y mujeres, a lo largo de toda la República Mexicana. Mujeres que han pasado por todo: cárcel, violencias, represiones y que siguen ahí, discretas y sin espectacularidades, construyendo comunidad.
Un grupo de mujeres especialmente golpeado es el de madres en búsqueda de sus hijos e hijas desaparecidxs. Los testimonios coinciden: de un día a otro se les cayó el mundo y en lugar de sumirse en su dolor, se movilizaron y organizaron, politizándose en el mismo proceso para advertir las profundas causas de sus tragedias, en muchas ocasiones movilizando a sus propias familias que se asumen como colectivxs en lucha. Desde las Doñas encabezadas por Doña Rosario Ibarra de Piedra hasta los colectivos de madres buscadoras a lo largo y ancho de este país, nos dan ejemplo de tenacidad e intransigencia: sus hijxs no son negociables. Lo mismo podemos decir de las madres y familiares de víctimas de feminicidio, las más aguerridas, gracias a ellas el feminicidio en México ocupa ya un lugar en la agenda nacional aunque queda tanto por hacer. Dejar de ser mujer en sí para convertirse en mujer para sí y para todxs los que estamos a su alrededor, se reivindican como madres, como mujeres, como ciudadanas, como mexicanas con derechos, como vivir libres de violencias. Bien lo dijo Doña Rosario: ella parió a Jesús pero Jesús la parió a ella, a una mujer nueva, como lo son todas cuando un acontecimiento terrible marca un antes y un después en sus vidas.
Si lo pensamos bien, esto es una tragedia social. El buen vivir por el que todas ellas luchan en sus distintos frentes, está muy lejos de sus y nuestras realidades pero acaba volviéndose un modo de vida, de una vida que merece ser vivida así porque no podría ser de otro modo. Y en este modo de vida crecen las relaciones fraternas, lxs hijxs se les multiplican (“hay que enseñarles a lxs hijxs contra quien hay que luchar”, dice una bella canción de León Chávez Teixeiro), hay lugar para la alegría y, por supuesto, para la ternura y el amor. Concretan, pues, la posibilidad de otro mundo posible al generar y alimentar comunidades político-afectivas. Ser y hacer de otra manera, lo personal como asunto político y lo político como asunto personal, esa es la dimensión del reto.
Así lo asumieron las costureras luego del sismo de 1985 en donde murieron sepultadas decenas de sus compañeras ante la indiferencia de los patrones que preferían rescatar las máquinas que a los cuerpos de las obreras sin derechos laborales. Esta tragedia daría lugar al Sindicato de Costureras 19 de septiembre. Parte de esta historia en voz de Gloria Juandiego, se narra en el bello documental “Se va la vida, compañera” de Mariana Rivera, quien también es bordadora, convocante de bordadoras de toda América Latina y directora de otro documental “Flores de la llanura”, ambos realizados con Josué Vergara, sobre esta labor resignificada por las mujeres como labor sanadora y como testimonio histórico, en este caso ante el feminicidio de una compañera en una comunidad de Guerrero. En el primer documental, “Se va la vida”, participan dos ejemplares mujeres más: Verónica Hernández, empeñada en la lucha vecinal contra la gentrificación en la colonia Martín Carrera de la CdMx y la queridísima Doña Fili, figura emblema de la Asamblea de Barrios, Colonias y Pedregales de Santo Domingo, Coyoacán, quien no solo pelea por la vida digna y el derecho al agua en su colonia contra la especulación inmobiliaria destructora del medio ambiente y de los pocos recursos que quedan, sino que siempre está en la primera línea de la solidaridad con cuanta lucha o resistencia se presente. Acompañante solidaria, todo el tiempo da ejemplo de congruencia, de empatía, de amor fraterno, su sola presencia es símbolo de lucha, junto con otras compañeras de la Asamblea igualmente ejemplares entre quienes se cuentan las que han conformado la Colectiva de bordadoras Yaocihuatl. Empezaron bordando en el plantón instalado en defensa del venero de agua de Aztecas 215, los rostros de los normalistas detenidos-desaparecidos y asesinados de Ayotzinapa, siguieron con series por la defensa de la vida y el territorio, por Zapata, contra los feminicidios y en solidaridad con la nación mapuche, entre otros. Lo mismo podría decirse de las compañeras nahuas en defensa del agua en Juan C. Bonilla, Puebla en lucha contra la extractora Bonafont o las mazatecas en plantón por la libertad de los 7 presos políticos de Eloxochitlán de Flores Magón, Oaxaca. Dignas herederas de Clara Zetkin, de Rosa de Luxemburgo, de Luisa Michel y las anónimas mujeres de la Comuna de París.
Indispensable referir a la Ley Revolucionaria de Mujeres, una de las 10 leyes zapatistas proclamadas cuando se declaró la guerra al Estado mexicano. Las mujeres zapatistas organizadas advirtieron la necesidad de transformarlo todo desde su triple condición de opresión: mujeres, indígenas y pobres. La Comandanta Ramona fue una de las principales promotoras de este proceso por la igualdad y la justicia plasmado en diez puntos que refrendan sus derechos y capacidades personales y políticas, asunto indispensable en una organización político-militar, revolucionaria en más de un sentido, que tenía que reeducarse respecto al papel de las compañeras militantes de sus filas y luego, como responsables a cargo o participantes en todos los aspectos de la autonomía: salud, educación, buen gobierno, producción, medios de comunicación, etcétera. Conoceríamos a compañeras tan emblemáticas como las Comandantas Ramona o Esther, o las insurgentas Mayor Ana María (una de las dos primeras mujeres en incorporarse a la lucha armada), la Capitana Elisa (indígena tzeltal que toma el mando de su columna y logra sacar a varios combatientes del Mercado de Ocosingo) o la Capitana Maribel, al mando de una unidad en los combates de Las Margaritas en enero de 1994, o Amalia y Elena, subteniente y teniente de Sanidad. Publicaciones, material didáctico, videos, artefactos como los mismos bordados de las Cooperativas, narran esta historia de autoconstrucción que, como todo el movimiento zapatista, se caracteriza por ser haciendo. Así como han aprendido y hecho las mujeres otomíes organizadas en la CdMx a cargo de la Casa de los Pueblos y Comunidades Indígenas “Samir Flores Soberanes”.
Imposible hacer referencia a todas las mujeres que desde la praxis han ejercido y construido sus feminismos, no reducidos a la pura acción directa, que sin duda necesaria, tendría que incluir el conocimiento histórico de todo esto, aprender de ellas en sus reflexiones, sus aportes, la sistematización de sus conocimientos y experiencias, sus propias biografías, como Araceli Pérez Darias, la psicóloga mexicana de la Universidad Iberoamericana y dirigente militar sandinista caída en combate de quien Emma Yañez Rizo escribió Araceli, la libertad de vivir; Dení Prieto, de la que existe el bello documental Flor en otomí de Luisa Riley, o Verónica Natalia Velázquez, la estudiante de Estudios Latinoamericanos en la UNAM asesinada en la masacre de Sucumbíos, Colombia impune, testimoniada en el libro colectivo: El derecho de vivir… A 10 años del ataque a la paz en el centro del mundo, entre muchas otras compañeras, muchas cuyos nombres, como acto de reivindicación y memoria, están inscritos en la Glorieta de las Mujeres que Luchan, agredida y en riesgo constante por las autoridades de la Ciudad de México ajenas e indiferentes a estas luchas.
Estas mujeres son muestra de poder convocante y contagiante, ajenas y distantes de los esencialismos propios de muchos grupos que acaban por ser antimovimientos, según los caracteriza Michel Wieviorka retomado por Alain Touraine, como aquellos grupos que “en lugar de construir una democracia social, política y cultural, construye una fortaleza o una fuerza de combate para destruir un orden social considerado completamente malo e impone un poder político absoluto, que ya no deja sitio alguno a las reivindicaciones sociales, la impugnación intelectual y el debate político”, aquellos que plantean distancias y diferencias sin más miras que las propias y en sus propios términos, que en lugar de reunir, separan, impiden y rompen las indispensables alianzas y colectividades para cambiarlo todo. Al contrario, hay feminismos con identidades múltiples erigidas al calor de sus particulares luchas, que integran a su accionar y ejemplo que se desborda por todos lados. Nuestra lucha tiene una genealogía histórica que está en construcción y todas estas vidas son parte fundamental de ella. Sus trayectorias, su día a día, son fuentes de conocimiento de feminismos en lucha no reducidos a la coyuntura sino enfocados al largo plazo necesario y con reales capacidades de agencia. Reconocemos la teorización feminista relativamente reciente e indispensable, por fortuna abundante, que tiene que dialogar con los retos y realidades particulares, solo de esta relación indisoluble entre historia, teoría y acción puede resultar una praxis efectiva que logre la afectación de una realidad hostil. Sin problematización, sin crítica ni autocrítica, todo acaba reduciéndose a ser mujer en sí sin capacidad de reproducción ni contagio social. Hay múltiples casos ejemplares del ejercicio de esa praxis necesaria que ha dado lugar a antimonumentos, glorietas, vallas murales y un sinfín de acciones y prácticas que sin dejar de ser directas y contenciosas, no solo contribuyen a reeducar, a informar, a comunicar y a plantear reclamos y demandas innegociables sino que proponen, construyen y reproducen otra relacionalidad social acorde con la dimensión de los desafíos que enfrentamos como sociedad.
Sirva este artículo como mínimo homenaje e invitación a conocer la praxis femenina de mujeres que nos forman, enseñan y muestran el camino con sus propias vidas cotidianas empeñadas en el buen vivir colectivo. “La metateoría de los zapatistas es nuestra práctica”, dijo el EZLN, y esta afirmación contundente es extensiva a la historia de las mujeres en lucha construyendo, día a día, mundos más justos y plenos para todas, para todos, para todes.
Colectivo Híjar
Colectivo cultural y político dedicado a la elaboración de mantas y gestión de acciones por la memoria en México. Participa en actividades y publicaciones sobre la crítica y la memoria históricas y la praxis estética necesaria.