El Vocho Blanco

Eduardo Llerenas y Mary Farquharson

Otro ratito no’ más

Ay, me respondió con voces tiernas, quiero tenerte en mis piernas, otro ratito no más.

Cuando empezamos a visitar la Tierra Caliente de Tepalcatepec, a principios de los años 1970, Apatzingán era una pequeña ciudad con una ‘zona de tolerancia’ que atraía a los jornaleros que trabajaban en la bonanza del algodón, melón y sandía y que, de noche, abandonaban el mar de petates en los portales del Centro para juntarse a la fiesta que fue de todos y de nadie. Los que la amenizaban, fueron los grandes músicos anónimos que hoy en día son leyendas.

Los músicos tocaban sones de arpa grande, y este instrumento, con 35 cuerdas y su amplia caja de resonancia, la acompañaban dos violines, guitarra de golpe y vihuela. Los sones de arpa grande son recios: tienen una extroversión al interpretarse, que es como voltearse de adentro hacia afuera, sin escatimar esfuerzo.

Nos tocó la época de oro de estos sones. Escuchamos y grabamos a muchos conjuntos y cada uno de ellos fue extraordinario. Escuchamos, una y otra vez, a Timoteo Mireles, ‘El Palapo’, gran arpero, (como dicen por ahí) del Conjunto Los Gavilanes. En momentos de jolgorio, Simón Jiménez, ‘El Nopalito,’ dejaría su vihuela a un lado para cachetear el ritmo en la enorme caja del arpa, mientras que El Palapo seguía tocando la melodía. A veces un parroquiano pagaría el son y, con esto, tuvo el derecho de cacheatear el arpa a su propio gusto.

El ‘Palapo’, ganó su fama por sus pulsadas en el arpa y como tamboreador con un ritmo único de su propia inventiva. Como rival en el arpa estaba Encarnación, ‘Chon’ Larios, director del Conjunto Los Madrugadores. El conjunto Los Caporales de Apatzingán también se defendían muy bien en este ambiente de soneros de primera, en donde el talento del violinista Beto Pineda, fue menospreciado por no ser nativo de la región. Sin embargo su conjunto, Alma de Apatzingán, que siempre contaba con un excelente arpero, fue considerado entre los más importantes de la Tierra Caliente.

A veces, entre son y son, la intensidad podía reducirse un poco cuando se tocaba una valona, con sus décimas esotéricas y picarescas a la vez, retratando momentos de la vida diaria. Una de las favoritas de Beto Pineda fue ‘El animal’, aunque la mía sigue siendo ‘Otro ratito no´más’, por la letra tan directa y al mismo tiempo seductora.

Apatzingán se encuentra en la entrada a la cuenca del rio Tepalcatepec y es un punto de mucha comunicación. Por ende, sus sones ´planecos’ están emparentados con el son del sur de Jalisco y a otros estilos de musica mexicana. En cambio, La Huacana está más aislada y los músicos de este municipio, que incluye Zicuirán y El Lindero, han mantenido vivo un estilo más antiguo.

En Zicuirán, el rey de los sones de arpa grande fue, sin duda, don Antíoco Garibay. Él fue un arpista elegante y pausado, al viejo estilo, que iniciaba cada son dando la melodía a sus acompañantes. Los dos violines de su Conjunto, hacían el coro con sus impresionantes ‘jananeos’ agudos, que por cierto fascinaron a muchos amigos nuestros, cuando escucharon las cintas que traíamos a la Ciudad de México, después de cada viaje a la Tierras Caliente.

Los músicos que acompañaban a don Antíoco también formaron su propio grupo, El Conjunto de El Lindero, y un día en 1975 llegaron a mi casa en el sur de la CDMX para preguntar si podría hacerles un disco. Enrique Ramírez de Arellano y yo nos pusimos a producir nuestro primer vinilo y, sin saber nada del diseño de portadas, logotipos y los demás, lo hicimos todo. Creo que quedan solo un par de ejemplares. Don Leandro Corona, primer violín tanto de este conjunto como del de don Antíoco, se murió hace no mucho, con 102 años. Ya grande, su música y su persona inspiraron a muchos músicos jóvenes de la CDMX que lo visitaban con frecuencia, formando talleres para compartir lo que aprendieron de él, y promoviendo los sones de arpa grande en diferentes partes de México.

En 1992, en otro de mis viajes a la Tierra Caliente, buscaba a un músico apodado ‘El Venado’. Una señora con faldas amplias y anillos en cada dedo, ofreció dejar su puesto de dulces para ayudarnos a buscarlo al otro lado del lomerío. Subió al coche y nos hablaba de los bailes de arpa de su infancia en La Huacana y le pregunté si por casualidad conocía a un arpista de ese municipio que se llamaba Antioco Garibay. “Sí,” respondió, “Era mi papá.” De regreso a la Ciudad, busqué entre mis cintas archivadas y me puse a seleccionar, editar y masterizar las grabaciones de Antioco.

El CD ‘La polvadera, Antioco Garibay y su Conjunto de Arpa grande´, salió dentro de unos meses más y regresamos Mary, Santiago (nuestro hijo) y yo, a la Tierra Caliente para entregarle el disco terminado a don Leandro. Él había convocado a los viejos músicos de La Huacana y de Zicuirán y cuando metieron el CD en una grabadora en el patio de su casa, los viejos se sentaron en una hilera, directamente enfrente de la grabadora. Escucharon la grabación una vez, y otra y otra, cambiando asientos con los que llegaban. Afortunadamente, les gustó, así que estuvimos contentos todos.

La tradición de los sones calentanos ha decaído en la Tierra Caliente, pero hay mucha vitalidad entre sus paisanos que han migrado a los estados de California y Washington. Allí, en los alrededores de Modesto, California, músicos jóvenes– y no tanto– nacidos allá o que llegaron de niños, aprenden de los más grandes. Algunos son excelentes intérpretes en el estilo tradicional y cuentan ya con grabaciones propias. Tocan en fiestas por placer y para ganar dinero y el entusiasmo del público requiere que sean buenos intérpretes de esta música. Muchos de ellos no pueden salir y regresar a los EEUU, pero siguen tocando como si estuvieran en la Tierra Caliente.

El conjunto de la familia Barajas (que migraron hace décadas) son virtuosos, igual que Los Originarios del Plan, con su joven arpero, Leonel Mendoza, quien difunde la musica calentana en la región, por medio de videos, festivales y encuentros. Arpex es uno de los grupos creados allí en Modesto, mientras que Herencia Planeca es un conjunto que se destaca sobre todo por su repertorio de valonas, interpretado por un gran cantante que tiene un solo pulmón.

Los sones y gustos de esta Tierra Caliente, son una musica intensa, profunda y de gran emoción. Los vuelos de los violines con los bajeos y trinos del arpa, la guitarra de golpe que marca fuerte el ritmo, las voces agudas del solista y la respuesta de los jananeos del coro producen un sonido musical apasionado y penetrante.

Una Respuesta a “Juan Reynoso, El Paganini de la Tierra Caliente”

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