El Vocho Blanco

Mary Farquharson y Eduardo Llerenas

Juan Reynoso, El Paganini de la Tierra Caliente

Juan Reynoso en nuestra grabación de 1993

Juan Reynoso, el ‘Paganini de la Tierra Caliente’, fue un hombre del campo, un hombre de pocas palabras y de mucha música. “No me saquen más fotos, por favor”, dijo a un grupo de periodistas en la Ciudad de México a finales de los años 90. “No me pregunten cosas, ¡mejor déjenme tocar!” Agarró, con su mano grande, el cuello delgado de su violín y sacó notas de mucho sentimiento, con la limpieza y la pulcritud que lo caracterizaban. Los periodistas ya no querían preguntarle más cosas, sólo escuchar a este gran maestro de Pungarabato, en la frontera entre Guerrero y Michoacán, Premio Nacional de Ciencias y Artes 1997, campesino, compositor y músico de primera.

En marzo de 1993, cuando Juan Reynoso tenía 80 años, viajamos a su casa para grabarle a él y a su grupo para un CD de homenaje. Salimos en el Vocho rumbo a Pungarabato, pero, cuando llegamos, él no estuvo. Peor que nuestra decepción fue la noticia de que, después de tocar durante toda la noche anterior, se había accidentado. Nos decían que estaba bien, pero con aquella mano grande lastimada. Llegó cansado y molesto y nos dijo que no tenía ganas de nada. Sin embargo, insistió en hacer la grabación. Tocó muchas piezas suyas y de otros compositores de la región. Luego, contento y relajado, guardó su violín y nos quedamos platicando por un largo rato.

Juan Reynoso con sus músicos: Felipe Valentín y su hijo Irineo en la guitarra y Epifanio Avellaneda en la tamborita

Nos habló de su paisano, el poeta Victor Guzmán Negrete, quien le bautizó ‘El Paganini de la Sierra”. Luego, el mismo poeta se arrepintió del apodo porque, en la Tierra Caliente del Balsas, “no hay sierra”. Más bien los cerros, gordos y peludos como los pies de un elefante, paran donde el Río Balsas marca la entrada a la Tierra Caliente: la tierra donde nació Juan Reynoso y la música que toca.

Eduardo había grabado a Juan Reynoso varias veces antes, en viajes que hizo junto con Enrique Ramírez de Arellano y Baruj Lieberman. Cuatro de los temas que grabaron entre 1972 y 1985 se incluyeron en la ‘Antología del Son de México’, trabajo de los tres amigos que más tarde reeditaríamos en Discos Corasón. Con esta grabación nuestra de 1993, realizada con Enrique, tuvimos material para lanzar ‘Juan Reynoso, El Paganini de la Tierra Caliente’, el CD que logró difundir su genio.

El apodo que escogimos como título para el disco le queda bien a don Juan por la precisión, atrevimiento y cierta locura de su interpretación, aunque hay otro apodo que los músicos mayores de la región le dieron cuando era un muchacho pequeño. “Me decían ‘Juan el guache’”, nos comentó en 1997, justo antes de presentarse en el Festival Internacional Cervantino, como invitado de Guillermo Velázquez, al lado de la arpista jarocha, La Negra Graciana, y los maestros huastecos, Los Camperos de Valles.

“¿Y por qué Juan el guache?” le preguntamos al violinista. A los 13 años, Juan ya tocaba muy bien el violín. Cuando sus compañeros mayores iban a tocar en una fiesta, decían “no, mejor que pase ‘Juan el guache’, que toque el chamaco, queremos que toque ‘Juan el guache’”. Así que ‘Juan el guache’ pasó a tocar, primero como segundo violín y luego por delante en los compromisos locales. Desde aquel momento cuando, en sus palabras, “me hice muchacho macizo”, Juan Reynoso fue reconocido en la región como un violinista difícil o imposible de superar en la ejecución.

“No tuve un maestro”, nos aclaró, “mis padres eran carecientes de dinero, gente pobre”. De hecho, su papá le había llamado ‘loco’ cuando, muy chico, le pidió un violín. Luego supo que un amigo suyo había robado uno; se pelearon a golpes por el instrumento, hasta decidir aprenderlo juntos. “Nunca tuve un maestro que me enseñara; me le pegaba a uno, a otro y a otro. Yo lo que quería era agarrar algo de la música. Parecía yo a algún becerrito huérfano que se pegaba a cualquiera”.

Estos violinistas incluyen a Isaías Salmerón, el legendario ‘Diablo de Tlapehuala’, gran compositor e intérprete, también hombre enamorado y buen bebedor. Cuando sus pasiones le llevaron a ausentarse de los compromisos, Juan Reynoso cruzaba el río Balsas para llegar a Corral Falso y tomar su lugar en el grupo de los Tavira. Félix Tavira, “El chile verde,” también José Guadalupe, ‘Lupito’, y Sosimo Tavira eran otros de los “muchos, muchos” violinistas que inspiraron a Juan Reynoso.

Juan Reynoso y Eduardo en 1996

Grupos muy buenos como el Póker de Ases y Los Tremendos Michoacanos, igual que Juan Reynoso, Los Tavira y los Salmerón, tocaban en fiestas en San Miguel Amuco, en Tlapehuala, San Lucas y Huetamo, entre muchos pueblos más. Los grupos se conformaron de dos violines, la guitarra, otra guitarra de golpe, guitarrón o contrabajo y el pequeño tambor de dos parches o tamborita, que se toca con dos bolillos, uno recubierto de piel para amortiguar el sonido sobre el parche. Para el grupo de Juan Reynoso, un solo violín fue suficiente y él lo tocaba con tal creatividad que eran pocos los acompañantes que lo podían seguir. Además de los sones —como ‘El toro sin caporal,’ que es obra maestra de Juan Reynoso y los gustos como el delicado y apasionado ‘La tortolita’— los grupos de cuerda también tocaban piezas —valses y foxtrot, polkas y marchas— la música del salón de baile en aquel momento.

Don Juan nos confesó, aún antes de presentarse en el Festival Cervantino y de recibir el Premio Nacional en Los Pinos, que lamentó no haber creído más en la posibilidad de sobresalir en la música. “Fui muy tonto yo”, nos dijo, “me gustó trabajar en la agricultura, entonces trabajaba más en la jornada que en mi música. Tonto. Ya viene a reconocer eso, pero ya viejote”.

Esa humildad, sin un solo grano de falsedad, se repitió cuando le preguntamos por sus composiciones. “¿Componer?”, nos preguntó. “Yo no compongo, más bien descompongo. Sí, tengo algunas por ahí, pero, como yo soy lírico, me apena, me da vergüenza tocarlas, porque hay hartos que conocen solfeo y tengo miedo de que me jaloteen, que se rían de mí”.

Juan Reynoso, ganador del Premio Nacional de Artes y Ciencias en 1997, con su familia y con Mary afuera de Los Pinos

Lejos de reírse, los temas de don Juan son el oro molido de muchos músicos fuera de la tradición y también de los académicos que publican tesis doctorales sobre él. Paul Anastasia, músico y académico, transcribió más de 300 de las obras que interpretaba don Juan y pudo acompañarle muchas veces desde 1996, cuando la periodista Linda Joy Fenley lo llevó a un festival de violines en los Estados Unidos y lo presentó con diferentes músicos de allá. Don Juan fue recibido como un dios, por ser el portador de una tradición viva, mientras que otros países menos dotados sólo cuentan con el rescate o la reinvención de sus tradiciones musicales. Don Juan nos dijo que esta atención internacional le hizo sentir feliz. “Me siento muy a gusto, una satisfacción muy grande”.

Juan Reynoso murió en 2007, pero la tradición calentana sigue viva en las manos de los nietos y biznietos de Isaías Salmerón y Félix Tavira, entre otros. Ellos conservan la alegría de los sones calentanos y también tocan los gustos, que son más lentos y con letras que reflejan la belleza de la región en muchos sentidos. La instrumentación y los arreglos cambian e, importantemente, hoy día hay muchas mujeres que tocan el repertorio. Ahora los guaches son otras y otros. Ojalá que la cuenca del Balsas produjera a otro Paganini, capaz de agarrar el violín sin nada de ganas y, dentro de unos minutos, dejar volar de las cuerdas de su instrumento a una pequeña ‘Tortalita’: fina, delicada y tiernamente impecable.

Agradecemos mucho a Carmen de la Viña y a Alberto Castro por digitalizar las viejas entrevistas y así permitir que compartamos estas conversaciones con ustedes.

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