Esquina, bajan

Krizna Aven

No soy madrota ni nunca lo he sido

Inicio mi colaboración en Desinformémonos con una entrevista a Alma Delia, trabajadora sexual en la Ciudad de México, sobre la represión, la violencia y las injusticias que vive este sector a manos de las autoridades:

Soy Alma Delia, nací en Chilapa de Álvarez, Guerrero. Llegué al Distrito Federal a los 15 años de edad para hacer la limpieza de una casa y con la promesa de quien me contrató de pagar mis estudios de secundaria. Sin embargo, a los pocos meses de vivir aquí conocí a una chica trans que trabajaba en la prostitución en la colonia Roma.

Una vez me invitó a ir, me animé y fui maquillada, los hombres me hablaban y me pagaban muy bien. Después de ir tres veces a la calle decidí dejar mi trabajo y me fui a vivir a una casa de huéspedes. Me comenzó a ir bien, me compré ropa, zapatos, ahorré y constantemente le mandaba dinero a mi mamá. Desde que llegué a las calles hubo represión. Casi siempre quedaba detenida de 20 a 30 horas.

En la presidencia de José López Portillo entró la DFS (Dirección Federal de Seguridad). Hacían operativos con policías judiciales y pocas ocasiones me logré salvar, cuando me escondía debajo de los carros o me tiraba al piso. Fue peor la represión, a cada rato nos quitaban el dinero y nos detenían. Aunque nos detenían en la Cuauhtémoc nos llevaban a los separos de la delegación Xochimilco, y ahí nos dejaban todo el día.

El jefe de la DFS, Sahagún Vaca, ordenaba que nos ataran las dos manos y nos fueran a aventar a los parajes del Desierto de los Leones, a las aguas negras del Río Tula o al Río de los Remedios, a la altura de la colonia San Felipe de Jesús. De milagro me salvé, pero muchas no tuvieron la misma suerte.

No nos defendíamos porque nos iba peor, teníamos temor de que nos dieran en la madre, nos mataran y nos desaparecieran. Hacían operativos las 24 horas del día. A veces nos llevaban a las galeras de la DFS que estaban en la calle de Tlaxcoaque. Ahí nos cortaban el pelo y cuando estábamos dormidas nos aventaban agua fría. Nos torturaban con “la cola del diablo”. Prendían periódico y nos lo ponían en medio de los dedos de los pies, lo peor es que estábamos detenidas indefinidamente, podía ser una semana, quince días o hasta dos meses.

Con Miguel de la Madrid, la policía judicial nos adjudicaba delitos que no habíamos cometido. Una vez me detuvieron junto a otras más y nos acusaron de los homicidios de la Tierna, la Perla y de la Michel Jackson. Mis amigas nos buscaban en diferentes juzgados, pero no aparecíamos en la lista de detenidos. Estuvimos incomunicadas por más de 15 días. Nos torturaban a diario, nos metían la cabeza en la taza de baño hasta casi ahogarnos, nos ponían una bolsa de plástico con chile piquín en la cabeza para que nos asfixiáramos. Querían que “confesáramos” quiénes las habían matado, pero siempre les respondí: “sí las conozco pero nunca familiaricé con ellas”. Afortunadamente, esa vez nos dejaron ir.

En el sexenio de Salinas de Gortari nos detenían los policías de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), las camionetas de gobernación y civiles en carros particulares de la Cuauhtémoc. Nos trepaban si no les dábamos por lo menos 400 pesos o nos detenían de 36 a 72 horas. Nos escondíamos, pero si nos encontraban nos golpeaban. Varias veces me peleé con ellos, aunque terminara madreada. Una vez a la Vanessa le pegaron muy feo, en los separos se puso muy mal y la soltaron, pero murió a las pocas horas en el hotel donde vivía. Nadie los demandó, teníamos miedo.

Me invitaron a ir al programa de televisión de Nino Cánun junto a Claudia Colimoro y la Mema de Neza. Ahí denunciamos lo que nos estaban haciendo y gracias a esto comenzamos a tener reuniones con los colonos de la Condesa en la calle de Aguascalientes. A mis compañeras les daba temor expresarse, pero yo siempre he hablado mucho para defender mis derechos y de las demás, quizá por eso me empezaron a catalogar como una líder.

Conocí a Brigada Callejera, una organización que apoya a las trabajadoras sexuales. Gracias a ellos nos constituimos jurídicamente como la primera cooperativa de trabajadoras sexuales trans en la Ciudad de México “Ángeles en Búsqueda de la Libertad”. En una reunión con ellas propusieron dar 50 pesos semanales. En el acta constitutiva hay una cláusula que habla de que las agremiadas tienen que dar una aportación para gastos de representación, papelería y lo que llegamos a ocupar cuando hacemos marchas.

Esto abrió la puerta para que tuviéramos mesas de diálogo con autoridades y vecinos y logramos firmar convenios. Nos comprometimos a usar vestuario moderado, horario fijo para laborar, respetar a los vecinos y no consumir drogas ni alcohol cuando trabajáramos. Aun así, nos seguían llevando detenidas, las autoridades nunca respetaron los acuerdos.

Orquídea, Jazmín la colegiala, Cristina la caripuerco y yo demandamos a los camioneteros porque una vez nos levantaron, nos extorsionaron, nos golpearon y me abrieron una ceja. Fuimos a al ministerio público de la Procuraduría General del Distrito Federal (PGDF) y demandamos al Beto la burra, El Fermín y el Chabelo, el que me golpeó y a varios más, pero no todos fueron detenidos por la omisión de las autoridades.

Vivía en Avenida Bucareli. Una mañana, después de que los detuvieron iba bajando las escaleras donde rentaba cuando vi que entraron varios hombres. Los reconocí, eran ellos y gritaron “esa es”. Por instinto salí huyendo y fui poner una queja. Me resguardé varios días en el edificio de los Derechos Humanos que estaba en Avenida Chapultepec y después hice una denuncia pública ante los medios de comunicación.

Al poco tiempo me habló el director de juzgados cívicos de la delegación Cuauhtémoc. Fui a verlo y cuando hablé con él sacó su chequera y me dijo “pon la cantidad que quieras pero con la condición de que retires la demanda”. No acepté y mejor me fui. Gracias a mí se logró quitar a los camioneteros de las calles.

He enterrado a más de veinte compañeras trans que fueron asesinadas. Algunas cooperan para el velorio, pero muchas veces he tenido que poner de mi bolsa para completar para el entierro. Muchas no queremos decir de dónde venimos por temor a que se metan con nuestra familia, porque somos de origen humilde o porque varias compañeras fueron rechazadas por su familia. He peleado por darles un entierro digno porque no sabemos quiénes son sus familiares y las autoridades nos ponen trabas para entregarnos los cuerpos de las compañeras. «Esto me hace sentir satisfecha», pienso, «quizá yo hubiera sido la asesinada”.

El 14 de octubre de 2005 a más de ochenta compañeras y a mí nos detuvieron en el operativo por lo de la mata viejitas. Tenía como veinte minutos de haber llegado a trabajar a la calle de Alfredo Chavero en la Calzada San Antonio Abad cuando llegaron un chingo de policías y civiles encapuchados. Nos golpearon y gasearon porque nos opusimos a ser detenidas, nos subieron a un camión y les preguntamos por qué. Primero nos dijeron que ahí era un punto de droga, después que robaron y mataron a un cliente sobre Tlalpan. Agarraron a todas las trans que trabajaban sobre Tlalpan. Cuando fueron hacia Insurgentes, afortunadamente ya no estaban las compañeras porque ya se había corrido la voz del operativo y mejor se fueron. Nos detuvieron en la Cuauhtémoc, pero nos llevaron a un ministerio público de la Delegación Benito Juárez.

A la Tesoro y a mí nos acusaron de ser la mata viejitas, decían que nos parecíamos a los retratos hablados. Nos ficharon, nos tomaron las huellas dactilares y nos amenazaron con llevarnos al reclusorio si no decíamos quién de todas era la asesina serial. Hicimos un escándalo adentro mientras afuera varias compañeras hicieron protestas y ruedas de prensa. Al final nos dijeron “se van a ir pero van a pagar una multa de mil 600 pesos”. Varias nos opusimos a pagar y nos soltaron, pero algunas sí pagaron por miedo a que las llevaran a la cárcel. Todavía sigo exigiendo que me regresen el registro de mis huellas y mis datos personales.

Hace unos meses se puso mala Orquídea. Carmen la llevó a las consultas y la acompañó cuando la internaron. En esos momentos no pude ir porque tengo diabetes y tenía una herida abierta en un pie, pero me encargué de conseguir dinero para lo que se ocupara. Una ambulancia del ERUM la trasladó del Hospital Homeopático al Hospital General y nos cobró tres mil pesos. Al final murió porque el cáncer ya se había extendido en su cuerpo. Sólo fuimos cuatro al panteón, eso me emputa. Ella tenía su carácter pero me llevaba bien con ella. Sólo me quedé como recuerdo de ella un cenicero y una muñequita suya. Fue muy triste enterrar a Orquídea.

La vida no me ha dado la oportunidad de tener una vivienda propia para poder vivir más tranquila. A pesar de lo que he pasado desde que pisé por primera vez la calle me siento satisfecha. He tenido altas y bajas, alegrías y tristezas, pero soy feliz. A mis 66 años sigo dando la lucha contra toda arbitrariedad contra el trabajo sexual. Muchas son malagradecidas porque han hablado mal de mí. Nunca me han pagado, ni les he cobrado nada. No soy una madrota, nunca lo he sido, ni mucho menos una vividora a costa de ellas.

Krizna Aven

Desde los 18 años empecé a ejercer el trabajo sexual, y gracias a esto comencé a ser promotora de salud y defensora de derechos humanos de las compañeras trabajadoras sexuales. Desde el 2006 soy adherente a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona propuesta por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional  (EZLN). Debido a la constante represión contra el sector al que pertenezco nos vimos en la necesidad de ser activistas y desde hace más de 15 años periodistas. Para mí es fundamental contar las historias directamente del o de los protagonistas, ser un puente que sirva para dar a conocer historias y denuncias que difícilmente son tomadas en cuenta. El compromiso de escribir sigue latente en mí.

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