Esquina, bajan

Krizna Aven

Migración, de laboratorista clínico a cargador de árboles navideños

La migración constante de miles de personas, a diario por seguir el sueño americano, sólo muestra el nivel alto de pobreza que existe en países de Latinoamérica. Migrantes que quieren escapar de esta realidad se exponen a diferentes peligros incluyendo el hambre, las extorsiones y las desapariciones. Adonay Rodríguez, de 27 años y originario de San Pedro Sula, Honduras, es una de miles de personas que abandonan su país para vivir una situación económicamente mejor.

Adonay nos confía: “El primero de noviembre salí de mi país junto con mi esposa Michelle Portillo, de 20 años, y mis dos hijos, son mellizos, Fernando Mateo y Joshua Isaí, de diez meses los dos. Me titulé como laboratorista clínico, duré más de un año en conseguir trabajo y eso porque un doctor que es amistad de mis papás me recomendó en la Cruz Roja. Trabajé durante cuatro años ahí pero al terminar el contrato no me volvieron a recontratar”.

“Tres meses estuve como ayudante de albañil pero me salí porque las 6 mil Lempiras (moneda hondureña) al mes no me alcanzaban para nada y me fui a trabajar a una finca a cortar palma africana, ahí me pagaban ocho mil, pero aunque era más dinero era insuficiente. El gobierno debería de invertir en construir empresas y fábricas para que no tengamos que salir de nuestro país”, dice el joven.

“Tengo familiares en Estados Unidos y ellos me animaron a irme para allá, me dijeron que ahí es muy bonito y tienen una mejor educación. Mis papás no querían que me fuera, en especial mi mamá, porque a diario veía las noticias y veía lo que les pasaba muchos migrantes, como los secuestros y cómo mueren al intentar pasar ilegalmente a Estados Unidos. Mi papá habló con ella y la pudo convencer de que me fuera con mi familia”.

Adonay cuenta que junto con su familia hizo dos horas en bus para llegar a Guatemala, “pero llegando ahí tuvimos que pasar por tres retenes, en cada uno nos pidieron cien quetzales (moneda guatemalteca) por persona incluyendo a mis hijos, en total nos quitaron más de mil”.

El joven continúa:

Cuando llegamos a Tecún, frontera con México, unas personas nos ofrecieron pasarnos en una balsa a México por doscientos pesos, aceptamos junto con otras doce personas más pero nos mintieron porque al llegar nos separaron del grupo y nos exigieron pagarles ochenta dólares o de lo contrario nos iban a entregar con otras personas para que nos desaparecieran. Se pusieron muy agresivos y sentí miedo por mi esposa y mis hijos, al final me quitaron todo el dinero que traía y mi teléfono celular, a dos mujeres les quitaron ochocientos pesos y nos dejaron a varias calles para tomar un bus rumbo a Tapachula, Chiapas, no sin antes obligarnos a grabarnos en un video donde teníamos que asegurar que ellos no nos habían quitado nada.

Tuvimos que pedirle a una persona que nos dejara hacer una llamada a mi familia, mi mamá tuvo que pedir prestado para mandarnos dinero. Al llegar a Tapachula fuimos a una iglesia que nos habían dicho que ahí recibían a los migrantes pero cuando llegamos al lugar estaba cerrado, preguntamos por el párroco y nos dijeron que ese sacerdote tenía ocho años de haber muerto. Nos sentamos en una acera, sin dinero y peor aún comenzó a llover. Afortunadamente se nos acercó un señor y nos dijo que conocía a alguien que rentaba cuartos y que nos podía hacer favor de recibirnos y que después le podíamos pagar.

Así fue y estuvimos mes y medio pagando trescientos cincuenta pesos por persona a la semana. Conseguí trabajo vendiendo chips para celulares, a veces me iba bien y otras no. Ahí también vivía una nicaragüense con otras personas y me comentaron que ya se habían cansado de esperar la cita para el COMAR (Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados) para que les dieran asilo aquí en México.

Nos convencieron de venirnos a la Ciudad de México, aceptamos y nos hicimos cuatro días en llegar. Nos encontramos con varios retenes, cada combi que tomábamos nos bajaban antes de llegar a uno, caminamos hasta tres horas para subir a otra, a veces en caballos, carretas, motos con tal de evitar que fuéramos deportados.

Al cuarto día llegamos a Oaxaca, ahí tomamos cuatro taxis y todos nos cobraron cuatrocientos pesos por viaje cada uno, al final llegamos a la terminal del migrante, tomamos un autobús y llegamos a la Ciudad de México. Le pedimos a un taxista que nos recomendara un hotel barato y nos llevó a un hotel que esta por el mercado Jamaica pero sólo estuvimos tres días porque nos cobraron quinientos sesenta pesos por día. Nos fuimos a otro y ahí pagué trescientos veinte a diario.

Me puse a vender paletas de dulce en las avenidas cerca del hotel pero a veces no vendía mucho y solo comíamos una vez al día con tal de pagar el cuarto. Hice amistad con unos venezolanos y me dijeron que pidiera trabajo en el mercado donde vendían árboles navideños, que daban buena propina los clientes con tal de cargarlos y amarrarlos en sus coches, así lo hice y estuve más de quince días trabajando, me fue bien, ya tenía dinero para llevarle de comer a mi esposa, leche a mis hijos y pagar el hotel.

Toño, un chavo que trabajó también en el mercado me ofreció un cuarto para vivir, es pequeño pero cómodo, nos prestó un colchón, cobijas y una estufa, ahora ya no nos preocupamos en donde dormir. A diario solicitamos la cita para que nos dejen entrar a Estados Unidos legalmente, seguimos esperando, tengo un hermano viviendo en Austin, Texas, y familia en Arkansas que nos están esperando. Si llegamos a pasar me gustaría trabajar pintando casas, juntar dinero y después poner un taller de tapicería.

Me gusta la Ciudad de México, el clima es helado, en cambio en Honduras hace mucho calor. Me gusta su comida, en especial los tacos y los huaraches, me costó mucho comer el picante pero ya me voy acostumbrando. Hay un ambiente muy tranquilo, no tengo miedo de andar en las calles. Donde vivía hay pandillas y los Mara Salvatrucha, la policía nos trata mal a los jóvenes, nos paran a cada rato cuando vamos caminando y nos roban lo que traemos, aquí estoy muy agradecido con todas las personas que nos han echado la mano.

Como migrantes se sufre mucho, a quienes piensen venir les digo que la piensen muy bien antes de venir con sus hijos. Este veinticuatro de diciembre y el primero de enero sentí mucha nostalgia, en estas fechas estaba con mi familia, mis papás, mi hermana, ellos hacían comida y disfrutaba ver a los niños echar cuetes. Extraño mi tierra.

Krizna Aven

Desde los 18 años empecé a ejercer el trabajo sexual, y gracias a esto comencé a ser promotora de salud y defensora de derechos humanos de las compañeras trabajadoras sexuales. Desde el 2006 soy adherente a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona propuesta por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional  (EZLN). Debido a la constante represión contra el sector al que pertenezco nos vimos en la necesidad de ser activistas y desde hace más de 15 años periodistas. Para mí es fundamental contar las historias directamente del o de los protagonistas, ser un puente que sirva para dar a conocer historias y denuncias que difícilmente son tomadas en cuenta. El compromiso de escribir sigue latente en mí.

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