Esquina, bajan

Krizna Aven

No había justicia para nosotras

«Nadie nos acompaña, nadie nos apoya, nadie nos escucha». Entrevista a Carmen

A los ocho años la gente murmuraba, tenía comportamientos que salían fuera de las normas. Mi mamá no aceptó mis preferencias sexuales, me regañaba y golpeaba. Mi papá era albañil, herrero, hacía de todo. A diario eran pleitos con mi mamá cuando él llegaba de trabajar: “Llévatelo, no lo quiero aquí en la casa, es puto, maricón”. Siempre me agredía verbalmente. En la escuela, cuando iba en tercer grado, los chamacos también me hacían lo mismo pero me defendía, los golpeaba también. A cada rato la maestra mandaba a llamar a mi mamá para quejarse de mí y un día decidió sacarme de la escuela cuando yo tenía nueve años.

Estaba todo el tiempo en la casa, hacía el quehacer y lavaba los pañales de mis hermanos, me nacía hacerlo pero a ella le daba coraje, decía que eso era de niñas. Mi papá comenzó a llegar borracho, mi mamá lo empujaba y lo corría de la casa aunque yo lo esperaba todo el día porque él me cargaba en sus brazos y me apachaba. Tuve que ir a trabajar con él pero en algún momento pensé “voy a ahorrar para irme de la casa”.

El veintitrés de enero cumplí trece años y el día veintiocho me salí de mi casa con la ilusión de ir al Distrito Federal (hoy CDMX), tenía la ilusión de conocer Chapultepec porque me habían contado que había muchos animales en el bosque.

Ese día me fui a la terminal de camiones y pagué el boleto para la capital, creí conseguir un empleo y donde vivir en cuanto llegara, creí que iba a ser fácil pero la realidad fue muy dura conmigo. Estuve quedándome tres días en la Central de Autobuses del Norte hasta que un vigilante se dio cuenta y me preguntó por mi familia, le conté lo que me pasaba y él solo me invito una torta y un refresco, pero me dijo que ya no podía estar ahí. Era de noche y caminé muchas calles que no conocía y me perdí. Me dio sueño y vi un parque y me dormí en una banca.

Era enero y hacía mucho frio. Al día siguiente llegué a la entrada de un metro y me metí, me habían dicho que en la central de autobuses de Taxqueña podía quedarme a dormir. Llegué y por dos semanas me quede ahí, salía a trabajar o conseguir comida muy cerca de la central para no perderme. Recuerdo ver chicos moneando en una esquina y me les pegué. Al principio no me aceptaron pero después les caí bien. Dormíamos en los puentes peatonales, poníamos cartones, periódicos y se dormían con nosotros unos perros, así no pasábamos frio. Éramos como diez de edades de nueve a quince años, el más grande era quien lideraba el grupo.

El kaliman me llevó a las unidades habitacionales de Tlatelolco para pedir dinero y comida, recuerdo que del otro lado de la avenida Manuel González había una construcción y al lado una carpa donde estaban comiendo unos albañiles. El hambre me orilló a acercarme a la señora que vendía la comida y le pedí trabajo a cambio de comida: “de dónde eres, necesito que te bañes”. Le conté lo que me pasaba y me dio de comer y le ayudé a lavar los platos. Me llevó a su casa pero sus hijos nunca estuvieron de acuerdo, pensaban que les iba a robar o hacer algo porque era un niño de la calle. Ella no me daba sueldo pero ya tenía donde vivir. Me compró ropa y aguantó por cuatro meses las discusiones con sus hijos, pero llegó un momento en que decidió darme dinero para buscar un cuartito donde vivir. Ella me llevó con don Jorge para que me diera trabajo, él tenía un puesto de tacos por el metro Nativitas, su esposa doña Lupe y él estuvieron de acuerdo, me dieron trabajo y me consiguieron un cuarto.

Cuando cumplí quince años, en un día de descanso me fui a pasear y llegué por casualidad al metro Hidalgo, ahí vi una bolita de gais, me acerqué con ellos y les hice la plática. No conocía a personas como yo. Comencé a ir a diario con ellos, me sentí en mi ambiente, conocí chicos que se pintaban la cara, usaban zapatillas y pantalones de mujer, ahí comenzó mi transición.

En el puesto de tacos iba casi a diario una vestida, tenía un cuerpazo y una peluca afro, hice amistad con ella y una vez me dijo: “tú eres niña, te gustaría trabajar conmigo, anímate, te llevo”. “Me da miedo, de que trabajas”. No tenía idea a que se dedicaba pero un sábado me animé y me fui con ella. Maribel me llevó a su hotel y me maquilló, todo fue emocionante y más cuando me gané esa noche dieciocho pesos, era una gran diferencia con el sueldo que me daban que era de setenta pesos a la semana por seis días.

Creí que estar trabajando en las calles era fácil pero no fue así, la policía y los judiciales nos pegaban, nos quitaban el dinero y nos detenían por cuarenta y ocho horas. La primera vez me espanté “¿hasta dónde fui a llegar?”. Comencé a faltar a mi trabajo o me presentaba tarde, mis patrones hablaron conmigo: “si sigue así buscaremos a otra persona”, y yo preferí irme. Me fui a vivir a un hotel y me metí de lleno a trabajar en la calle. Cada noche a la once llegaban Martha Patricia, la Pancha, la Lupe y la Pantera, ellas se molestaban conmigo y me ofendían porque bebían a diario y me ofrecían alcohol pero yo no quería. Maribel me había advertido que no lo hiciera porque el alcoholismo se volvía una costumbre.

Una noche llegó un tipo, sacó una pistola y mató a Maribel, ella cayó al lado mío, la levanté y la quise revivir pero ya estaba muerta. Lloré, mi compañía, mi apoyo se había acabado. Los judiciales me llevaron detenida, me torturaron varias veces al día, me dieron tehuacanazos, me ponían una bolsa con chile piquín en la cabeza, metían mi cabeza en la taza del baño hasta ahogarme. Querían que confesara quien la mató, querían que me echara la culpa, siempre me negué y les dije que yo no había sido. A pesar de ser menor de edad me tuvieron detenida por tres días y al final me dejaron ir. Le conté a las demás y lloramos juntas, “nos tenemos que ir de aquí, los judiciales van a regresar”.

Llegamos a la calle de Campeche, en la colonia Roma, éramos como veinte trabajando ahí, tampoco ahí me querían, me querían dar en la madre con botellas y navajas pero me defendí. Los judiciales llegaban en dos carros particulares, nos quemaban las pelucas y nos detenían, “a ver hijas de su puta madre, les dije que no las quería ver aquí”. Nos golpearon y terminamos hinchadas de la cara. Una vez dos de ellos me obligaron a hacerles sexo oral, me tuvieron así por más de dos horas y luego me fueron a aventar a las zanjas de la obras del metro de la línea tres. Casi al amanecer salí enlodada, sin ropa y descalza, una señora me regaló una bata de doctor y un taxista me dio un aventón hasta el hotel donde vivía. En los ochentas la vida de las trans no era fácil, no existían los derechos humanos ni había alguna forma de levantar una denuncia porque cuando lo hacíamos los del ministerio público nos decían “no procede, eso les pasa por putos, ya saben lo que les pasa por vestirse de mujer ,sáquense a chingar a tu madre”

En julio de 2005, un viernes lluvioso estaba trabajando cuando llegaron tres muchachos en un carro gris, uno me reclamó que yo le había robado, les dije que no había sido yo. Ellos no buscaban quien se las había hecho sino quien se las pagara. Uno de ellos sacó un bate de aluminio dentro de su chamarra y me comenzaron a pegar, me patearon y un batazo me lo dieron en el ojo izquierdo, me salía sangre creí que me habían abierto la ceja. Se cansaron de pegarme hasta que llegó un taxista y se fueron, el llamó a una ambulancia y me llevaron a urgencias en el hospital de Balbuena. Una doctora me revisó las heridas y me dijo “creo que este ojito que está cerrado ya te explotó y ya lo perdiste”.

Me quería morir, sin familia y sola, “por qué a mí”, no andaba borracha, no entiendo por qué me pasó esto. Me quedé internada, le marqué a Wenceslao, un muchacho con el que andaba, fue a verme y me apoyó haciendo los tramites, él no me dejó pero me di cuenta de que se puso a llorar. Después de unos meses me dejó, ya andaba con una mujer y ya la había embarazado, él siempre quiso tener hijos. Caí en el alcohol y las drogas, entré en depresión, quizá él ya se había hartado de mí.

En los ochenta, en la calle de Campeche conocí a Orquídea, era muy sería pero también muy ocurrente a pesar de las circunstancias. Hace catorce años comenzamos a vivir en la casa de Alma Delia. Nos hacíamos compañía, soñábamos con tener un lugar propio donde vivir aunque fuera un palomar pero comenzó a enfermar. Yo la acompañaba a las consultas, tenía cataratas y además ya no comía porque le dolía el estómago y bajó de peso. Cuando se quedó internada estuve al pendiente de ella. Cuando le hicieron los estudios salió con un tumor en el hígado, pero en el hospital no la quisieron atender porque decían que no tenían el equipo ni los reactivos para darle tratamiento. Cuando quedó internada en el hospital General quedé como responsable y estuve semanas sin dormir, así duró más de un mes sin comer solo le ponían suero, le tenía que cambiar el pañal, la bañaba. Al principio no quería pero le tuve que decir “ni tú ni yo tenemos familia, debes confiar un poco más en mí”.

El medico Edwin Ayala me dijo “su paciente tiene cáncer de estómago y ya se le expandió al hígado, páncreas y el colon, prácticamente no hay nada que hacer”. “Por su edad, la desnutrición y como no se atendió a tiempo no va a sobrevivir a las quimioterapias”. “¿Quién me va atender, no quiero regresar a donde vivo, no quiero dar lastimas, mejor quiero irme a un albergue”, me dijo. Una amistad contactó a la Secretaría de Inclusión y bienestar Social (SIBISO) y se la llevaron, pensé que estaría en una casa de reposo equipado para sus cuidados, pero lo que no sabía es que la llevaron al albergue de Coruña donde también se quedaban indigentes en camas viejas y a los pocos días Orquídea falleció ahí. SIBISO fracasó, hay corrupción, ¿dónde se quedan los recursos que les dan? No sirven para nada.

Tengo la próstata crecida y secuelas de una neumonía que no me atendí a tiempo, me cuesta trabajo respirar, estoy en rehabilitación pulmonar pero no tengo dinero para comprar un aparato que me recetó el doctor, para que diario haga ejercicios de respiración veinte veces al día. Elvira Madrid de Brigada Callejera me dijo que me lo va a conseguir. Debo seguir trabajando a pesar de mis limitaciones, tengo que pagar mis deudas pero me gustaría tener una casa donde pasar los últimos días de mi vida.

En Brigada Callejera estudié la primaria y secundaria, quiero seguir con la preparatoria porque me gustaría estudiar psicología. Trato de seguir viviendo como se pueda, aunque no como yo quisiera. Quisiera que pasaran muchas cosas, como regresar con mi familia, platicar con ellos, tantos años que dejamos pasar porque no aceptarme como soy, estoy casi segura que mi papá todavía vive, lo extraño, quisiera recupera el cariño que me dio.

Tomé malas decisiones en mi vida pero no me arrepiento, el tiempo no se puede regresar, desde hace ocho años ya no bebo ni me drogo. Me gustaría que acepten a las trans desde su niñez, no es justo que nos echen a la calle. Nadie nos acompaña, nadie nos apoya, nadie nos escucha.

Krizna Aven

Desde los 18 años empecé a ejercer el trabajo sexual, y gracias a esto comencé a ser promotora de salud y defensora de derechos humanos de las compañeras trabajadoras sexuales. Desde el 2006 soy adherente a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona propuesta por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional  (EZLN). Debido a la constante represión contra el sector al que pertenezco nos vimos en la necesidad de ser activistas y desde hace más de 15 años periodistas. Para mí es fundamental contar las historias directamente del o de los protagonistas, ser un puente que sirva para dar a conocer historias y denuncias que difícilmente son tomadas en cuenta. El compromiso de escribir sigue latente en mí.

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