En tierra ocupada

Melissa Cardoza

Morir

Mientras escribo este texto no puedo escaparme de esa sensación que cierra mi garganta, y me pregunto si algún día se va a ir, porque una y otra vez mi cuerpo se atraganta de rabia y dolor ante hechos que se vuelven cotidianos en un mundo lleno de violencia intencional y dirigida; y el veneno me quema por dentro.

En Ciudad Juárez, en el pasado marzo, en una de esas cárceles que se llaman centros migratorios, fueron quemados vivos 40 migrantes, de ellos 13 eran de esta tierra hondureña, 24 de Guatemala, todos latinoamericanos. Uno de ellos, un joven muy querido y llorado por su comunidad del sur de este país, porque es bien sabido que todos y todas ellas tienen gente que les quiere y les nombra, en su aldea, en los cumpleaños, en los domingos.

El crimen es horroroso, en video se puede mirar a agentes de migración y guardias irse del lugar mientras les dejan quemarse, encerrados en una celda. El presidente de México, señaló que los migrantes, pensando que los iban a deportar, causaron el incendio y que el mismo es producto de la protesta; ni siquiera menciona que las autoridades de su gobierno les dejaron quemarse. El incendio es protesta, el crimen es del Estado mexicano, del hondureño, del gringo, de todos los malditos estados.

Pero es así. México cuida las fronteras de su big brother, Honduras las de Guatemala y aquellos las mexicanas. Todo porque así lo quieren los Estados Unidos y las políticas de exterminio, para eso pone sus armas y gendarmes, la asquerosa cooperación que vigila mientras sonríe; para eso tienen su Comando Sur haciendo convenios con el gobierno de Xiomara Castro, mientras miden la dimensión del agua dulce de aquí a Colombia. La política de migración es tan brutal que el hecho de quemar vivos migrantes es exactamente la muestra de los subhumanizados que están quienes huyen de sus territorios para salvar la vida, y encuentran la muerte. De eso ya se sabe mucho en la Europa rancia y racista, aquí es que talvez duele más porque finalmente todas estamos jodidas, aunque eso parece no significar solidaridad y mucho menos conciencia.

El 2018 una caravana de miles de personas salió de este país, les encontré en el camino y supe de sus azares y sueños, ya en la frontera de México eran más de siete mil, un éxodo. Se fueron por todo: porque el marido las violaba, porque los mareros los extorsionan, porque la empresa no les paga sus prestaciones y se va sin siquiera avisarles, porque la minera les seca los ríos, porque la policía les mata. No migran, huyen. Y se llevan lo que pueden. Encontré a una familia completa con su perro que decidieron llevar porque es parte de la familia; unas mujeres que tienen hijos a quienes no pueden alimentar y con ellos van caminando; lesbianas que no soportan más los golpes y las prácticas sexuales para corregirlas. Se encuentra de todo, sobre todo se encuentra desesperación, miedo, y una fuerza descomunal que ha sido capaz de derrotar a la industria militar de los estados fascistas en los que apenas respiramos. Las caravanas se han detenido, pero la huida, no.

Aquí en Honduras les vemos llegar sobreviviendo al Darién, venezolanos, colombianos, cubanos, africanos, igual que el resto, con lo que pueden traer y al igual que en otras partes hay quienes se los quitan. Les inventan impuestos, les cobran por darles un balde de agua, las agreden sexualmente, los invalidan como seres humanos.

Hace apenas dos días, fines de abril, en una comunidad en Cleveland, un hombre, un mexicano vecino de un montón de hondureños que viven amontonados por allá, a quien le pidieron que dejara de disparar porque los niños debían dormir, entró furioso y asesinó a cinco miembros de esa familia. Uno de ellos tenía 9 años. Las mujeres murieron cubriendo con su cuerpo a otros menores, y les salvaron. El gobernador enfatizó que los migrantes eran indocumentados; y mientras se crecía la tensión la madre de estos niños que hoy son huérfanos llamó a la policía al menos cinco veces, pero llegaron tarde y no hicieron nada. El mismo discurso de los estados que se confabulan y señalan a los que, al parecer, merecen una muerte horrorosa. El veneno me corre de nuevo en las venas.

La familia enlutada era de mi pueblo, mi pueblo se llama Siguatepeque. El hombre que ha sobrevivido a esta masacre pide ayuda al gobierno para traer sus cuerpos y enterrarlos en este pueblo de nombre mágico. Siguatepeque: Lugar de las mujeres.

Melissa Cardoza

Escritora, activista feminista integrante de la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras y la Asamblea de Mujeres Luchadoras de Honduras.

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