En tierra ocupada

Melissa Cardoza

Aquí la gente

Chocó, aparatosamente, tal como lo estuvimos temiendo desde que se fue a vivir a esa aldea hermosa con una pésima salida a una de las carreteras más transitadas del país, la que lleva al puerto del capital; situación agravada ahora que el señor se hizo mayor y va lento. Chocó ruidosamente contra otro vehículo con tres pasajeros. Pudo hablar para pedir ayuda, y luego sucedieron muchas cosas.

Lo que quiero contar es que mientras el señor mayor estaba ahí enfrentando su sangre y su suerte, otro señor que había escuchado el ruido del metal impactando, diligentemente se le acercó. Fue suave, sereno. Enfrentando el miedo de un hombre de 84 años, este señor le abrió una puerta de salida, una ventana en la que no era sangrienta ni ruidosa la realidad. Le dijo que a él le había pasado muchas veces, incluso ahí, y que él era un hombre joven, que los accidentes eran corrientes y que la vida había ganado esta vez. Que pensara en eso porque era muy importante, y lo fue.

Esta carretera que ha herido a la tierra, destrozado árboles para dejar de un lado a las comunidades, y del otro, también, es una vía muy peligrosa, suele haber a diario accidentes terribles, en buena medida porque la rapidez que caracteriza este mundo no posibilita salvación; o porque los que tienen más tamaño y potencia igualmente escasean de cuidados y precaución y se imponen a golpes, a machismo con gasolina. No corren, vuelan, porque las mercancías valen más que las personas.

Mientras el señor hablaba sobre su propia experiencia, el señor mayor se recomponía, hacía las cuentas del día, recordaba nombres y se hacía su propio chequeo confirmándose que la lentitud no era bienvenida. Los pasajeros del otro carro, estaban lesionados levemente, fueron llevados a una clínica, fueron todos.

Ya en la habitación, más parecida a un hotel, pero con médicos cubanos y hondureños formados por la revolución y puestos en este pueblo para hacer patrimonio entre la pobreza, aunque con la reconfortante calidez de la isla; el señor mayor fue a hablar a los descalabrados. Les pidió disculpas por su imprudencia, se tocó el corazón y les dijo con vehemencia, no saben la alegría que me da que estén vivos, y bien. La joven le contó que venían de celebrar su aniversario de bodas en Colombia y que habían traído libros, que a ella le gustaba leer. El señor mayor bajó la cabeza y más disculpas se hicieron presentes, aumentadas por la conciencia culposa de quien actuó mal, aun sin alevosía. La pareja le habló con calma y comprensión sobre lo inevitable de los accidentes y la importancia de que él se cuidara, porque era grande.

Un diálogo entre seres humanos que el destino puso cerca por una fortuita ocasión más bien desventurada, pero no fatal. Los costos de todo también son parte del tema; pregunté que hubiera pasado si el señor mayor no hubiera podido llegar a una clínica por falta de dinero, me respondieron, en caso de urgencia que el dinero siempre se busca. Una respuesta privada para un mal que debiera ser público. Siguatepeque es el reino de las clínicas privadas, los hospitales florecen gracias a las cuentas por pagar, y se alzan donde antes hubo pinares. La salud pública es nula, porque el centro de salud es un remedo de lo que dice ser, y el gobierno anuncia construir hospitales, cacastes propagandísticos, estructuras vacías, pero que lucen bien en los medios, políticos al fin con los motivos del lobo.

El hombre en la carretera, el diálogo entre los accidentados, hace pensar mucho en la reserva ética de algunos seres humanos, en su deseo de cuidar y ser cuidados. Las feministas lo hemos dicho muchas veces, lo urgente que es el cuido como práctica política colectiva que salvaría lo que nos va quedando, pero el patriarcado insiste en bombardear y en asesinar, niñez, mujeres, gente del color oscuro que anda la tierra.

Honduras es un país duro, cada que se descubre alguna riqueza sólo sirve para hundirse más allá de su nombre, el rico se enriquece, el político se lanza a la próxima campaña y la gente de a pie muere fácilmente, porque así es como pareciera ser el destino geoestratégico de este país, desconocido, mutilado, con una embajada gringa digna de una historia medieval.

Pero aquí, la gente. Estas personas que ayudaron, que hablaron y consolaron, que se entendieron y disculparon, que siguieron adelante sin odio ni malicia. Este país vale por esa reserva de personas dignas y sabedoras de que hay que sostener la vida, cuidarla, protegerla. Un tiempo de desgracias se viene cerniendo sobre nuestras cabezas desde antes que la mía iba a la escuela y volvía con piojos felices; la historia de la opresión no se ha movido, sólo cambia de generación de ricos y terratenientes.

Pero aquí la gente, alguna gente, colocando otra vez su práctica en los modos propios, antiguos, muy antiguos, cuando aprendimos que no se deja a la gente sola en la fiesta, pero tampoco en la desgracia.

Por eso este país despojado vale, y tanto; por eso lo peleamos.

Melissa Cardoza

Escritora, activista feminista integrante de la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras y la Asamblea de Mujeres Luchadoras de Honduras.

Dejar una Respuesta

Otras columnas