El Vocho Blanco

Mary Farquharson Y Eduardo Llerenas

Las mil y una noches en la Huasteca

Los huapangos son los mismos que hace un siglo, pero en esta tarde son distintos, como si cada vez que se ejecutan, nacieran.” Juan Jesús Aguilar.

En nuestros frecuentes viajes a la Huasteca en las décadas de 1970 y 80, Ciudad Valles fue una parada irresistible, por la oportunidad de tomar unos tragos y escuchar a los excelentes huapangueros que tocaban en el bar El Aguaje o en El Salón Valles, además de escuchar a los Camperos de Valles en el bar El Tejano, con el gran violín de Heliodoro Copado. Sin embargo, no fue posible quedarnos siempre ahí, ya que el esplendor del huapango nos llamaba desde Xilitla, Pánuco, Huejutla, Ciudad Victoria, El Mante y Tampico, sin mencionar las muchas poblaciones aledañas.

Tampico, el puerto jaibo, fue otro lugar predilecto, por la gran afluencia de huapangueros de buena cepa. Allí conocimos al violinista de cinco estrellas, Juan Coronel, del trio Cantores de la Huasteca, y a Carlos el Zurdo Castillo, vara del trio Tamazunchale, que son dos de las grandes figuras del son huasteco de todos los tiempos. Aunque, para mucha gente, Juan Coronel es el violinista más importante de ésos años dorados, él mismo se quitaba el sombrero ante El Zurdo Castillo, diciendo: “esa es cuerda y arco de pura cepa.”

En los años 1970 y 80, Tampico estaba en su apogeo y en el centro del puerto había mariachis, norteños y huapangueros que habían llegado en autobús, tren o como se podía, desde Veracruz, San Luis Potosí, Hidalgo, Querétaro y Puebla. Pero el lugar más importante para los huapangueros fue el Bar Comercio, mejor conocido como El BarCo. Tocaban allí no solo Juan Coronel y el Zurdo, sino también Inocencio Zavala, (‘El Treinta Meses’), conocido por dar a cada huapango el tiempo que le correspondía, más que tocarlos en el estilo arrebatado que favorecían los demás. También estuvieron presentes en el BarCo Los Hermanos Calderón, Juan Delgado (El Retameño), Los Caimanes, Sirenio Rivera, Felipe Turrubiates y decenas de músicos más.

Estos músicos que nombro ahora, fueron grabados por nosotros durante estas dos décadas y una concienzuda selección de las múltiples cintas que grabamos fue incluida en la ‘Antología de son de México’ que lanzamos en el formato de seis vinilos, en 1985. Sigo grabando hoy día en la Huasteca, no solo a grupos como Los Camperos de Valles, sino a las generaciones que les siguen, como los hermanos Pérez Maya de la isla de Juan A. Ramírez, con sus dobles falsetes y, desde Hidalgo, al nuevo auge de tríos como Dinastía Hidalguense y Trio Chicamole. En el caso de estos dos tríos y muchos hidalguenses más, llegaron a mi casa en la Ciudad de México, en búsqueda de nuestras grabaciones de los viejos maestros huastecos. Nos sentamos a escuchar música juntos y a veces estas conversaciones resultaron en nuevas grabaciones y en la difusión de las versiones que estos jóvenes músicos crearon de los viejos sones.

Los jóvenes huapangueros querían saber más de Juan Coronal, de Heliodoro Copado y de la cuerda encantadora de mil y una noches huastecas, como el poeta don Juan Jesús Aguilar, llamaba al Zurdo Castillo. El Zurdo era respetado y admirado entre los muchos músicos en Tampico, por su gran genio en el tocar, no solo el violín sino en cualquier instrumento de cuerda — encordado por derecha– que le pusieron delante. “Es bueno como bolerista, además de huapanguero, es músico de charleston, foxtrot y lo que se le pide,” opinó en ese tiempo el huapanguero de Tampico, Ildefonso Turrubiates. Se cuenta que una noche llegó un banjolero a una reunión de huapangueros y el Zurdo le dijo: “Préstame esta banjolina” y así fue, se reventó un foxtrot y una polka, sin parpardear.

Me acuerdo muy bien de la grabación que le hicimos en 1978, a este gran Zurdo Castillo, acompañado en este momento por Juan Delgado, El Retameño, en la jarana y por Salvador Artiaga en la huapanguera, quien tenía uno de los falsetes más deleitables que he escuchado. Aunque El Zurdo era originario de Xilitla, vivía en Tampico y ofreció ayudarnos a encontrar un lugar tranquilo para grabar, lo cual no fue fácil en una zona de tanta actividad y algarabía.

Nos dio las direcciones de un lugar adecuado y llegamos — yo, Enrique Ramírez de Arellano y Beno Lieberman– a una pequeña y solitaria cabaña de madera, en la ribera del Tamesí. El Zurdo abrió el candado para dejarnos entrar con nuestros micrófonos, grabadora, mezcladoras, cables y etcéteras. Nos acomodamos bien; nos gustó la acústica natural, pero nos llamó la atención, igualmente, los letreros en todas las paredes con la leyenda: Lo Primero es lo Primero. Fue la única vez que grabamos en un local de reunión de Alcohólicos Anónimos. Festejamos los huapangos, el violín, el falsete y el estudio improvisado con unos buenos tragos de ron.

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Nuestras grabaciones de El Zurdo Castillo, igual que las de otros músicos mencionados en este texto, se encuentran en las cintas originales que depositamos en la Fonoteca Nacional y las versiones digitales de éstas están disponibles para el público en su plataforma. Con menor calidad acústica, pero disponibles ampliamente, las grabaciones de la Antología de Son de México y demás grabaciones del catálogo de Discos Corasón. están disponibles gratuitamente en Spotify y otras plataformas digitales.

Una Respuesta a “Juan Reynoso, El Paganini de la Tierra Caliente”

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