En tierra ocupada

Melissa Cardoza

Las compañeras

Soy de la convicción que no sólo las mujeres hacen posible la manera en que se organiza cada día la humanidad para que sea factible su vida; pero es sobre ellas que hoy quiero escribir. Me voy a referir a unas pocas que conozco y que andan moviéndose en este territorio que llamamos Honduras. Les llamaré las compañeras, son de muchos modos y están convencidas de diferentes ideas y creencias, realizan múltiples actividades y se relacionan de diversas maneras con todo, cada día; pero me he fijado que tienen en común que les hierve la sangre cuando se cometen actos que consideran injustos, degradantes, atropellantes. Llamarlas compañeras es un modo de traerlas cerca, y reconocer en ellas el hábito de compartir la vida, las comidas, los defectos y las celebraciones que nos hacen respirar y sonreír.

En Tocoa, Colón, ya hace diez años se libra una lucha dura frente a un poder muy grande que representa la empresa Pinares Ecotek, o mejor llamada la minera. Llegaron con sus anuncios de desarrollo y progreso para romper la montaña y ensuciar los ríos de la gente, en nombre de un bienestar que se queda en las manos ya conocidas de quienes siempre se sirven con la cuchara grande y sólo en sus platos de lujo. Muchas comunidades se organizaron para expresar que ese proyecto no les parecía y que no lo querían cerca de sus casas. Obviamente que para hacer todo lo que hasta ahora han hecho, que es montar un inmenso plantel industrial, han requerido la fuerza de trabajo de mucha gente y la gente necesita trabajar, con lo cual además de violentar los bienes comunes han roto los bienes sociales de las comunidades, sus organizaciones y vínculos.

Han pasado muchos eventos que no voy a enlistar aquí, pero todo lo más indeseable ha ocurrido, muerte, cárcel, exilio, contra hombres y mujeres de las comunidades; se ha sembrado la discordia, el terror y se terminó la tranquilidad para quienes viven en la vecindad de la minera. Lo han hecho con todos los poderes locales y nacionales, lo hicieron con Juan Orlando y lo siguen haciendo ahora con Xiomara; porque los dueños de esta empresa son los amos del gobierno, de cualquier gobierno. No saben de perder, así que les molesta que la gente no se deje. Y ahí es donde están las compañeras. Sus talentos, habilidades, astucia y perseverancia han hecho oposición a la minera y en la profunda sabiduría de sus entendimientos saben que no se puede cambiar la luz eléctrica por la vida, la seguridad, el aire que se respira. No importa todo el dinero que pongan para hacer proyectos que dividan a las comunidades o para pagar sicarios que las persigan, las compañeras conocen el lado de la justicia.

Las compañeras resisten. Y sin embargo necesitan nuestra más enérgica solidaridad, porque bien sabemos que no se trata de un municipio, sino de una manera de pensar que avanza en este mundo y país. La mina está usando todas sus estrategias para instalar el proyecto de energía en nombre del bienestar, impone cabildos, compra y vende conciencias baratas, y amenaza. Hoy, más que en cualquier momento, amenaza a las mujeres. Durante el evento público en el que el alcalde de Tocoa y uno de los mineros, en medio de más policías que regidores, aprobaron el proyecto bajo todos los visos de ilegalidad y rechazo, grupos de hombres armados, deliberantes y guardianes de la empresa les dijeron a las compañeras, públicamente, el gusto que les daría violarlas a todas; se dirigieron a ellas con la brutalidad y la impunidad del macho que usa la amenaza sexual para disciplinarlas, para que ellas entiendan quienes tienen el poder.

Usar la violación es siempre un ejercicio del patriarcado contra las mujeres, aunque no solamente se usa contra ellas; para ponerlas en el lugar del sometimiento y la servidumbre. Se usa en la privada y brutal intimidad de las relaciones sexuales institucionalizadas, en la vía pública a vista de quienes pasan, en los bares donde se droga y envilece el cuerpo de una persona migrante, en los cuartos siempre estrechos de las trabajadoras domésticas, en el silencio de las órdenes militares, eclesiales, policiales, de movimientos sociales, estudiantiles, gubernamentales. La violación es el arma por excelencia del patriarcado.

Las compañeras que luchan contra la empresa Pinares Ecotek y sus proyectos de muerte ya vivieron en una década todas las amenazas, contra sus hijas, sus vidas, su libertad, han sufrido todas las pesadillas, y la realidad de encontrar sangre en sus vecindades, caminan entre casas vacías de las que tuvieron que irse, temen todos los días, a cada hora, por su familia y sus amigas, por los animalitos que crían, y los jardines que cuidan.

Ahora, y en público, los gatilleros del proyecto minero amenazan con violarlas a todas, lo que incluye seguramente a sus hijas e hijos. Mientras en los medios pagados para criminalizarlas, porque es lo que ahora está sucediendo, se habla de pedradas y daños a vehículos, la amenaza de violencia sexual se calla, porque para unos no es importante, y a otras nos da miedo, y vergüenza. Pero la nombramos aquí porque quienes conocemos el poder de la amenaza, sabemos de la necesidad de enfrentarla. Mientras el presidente del Congreso se mueve a Tocoa para respaldar al alcalde promotor del proyecto mortal, nosotras, estas otras, hoy, más que nunca, estamos llamadas para no dejar solas a las compañeras que luchan contra la empresa Pinares Ecotek.

Porque hemos dicho que si tocan a una, respondemos todas.

Melissa Cardoza

Escritora, activista feminista integrante de la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras y la Asamblea de Mujeres Luchadoras de Honduras.

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