Postales de la revuelta

Hermann Bellinghausen

La sensatez en tiempos de confusión sangrienta

I

Antonio Machado y Bertolt Brecht tienen más en común de lo que pareciera, además del hecho sencillo de ser, cada uno, poeta cardinal en el canto lírico de sus respectivas lenguas. Pero mientras Machado fue un escéptico peripatético, Brecht fue un comunista de armas tomar, decidido y egocéntrico. Y sin embargo llegaron a conclusiones parecidas, pues ni don Antonio fue ni por asomo gente de derechas, ni Bertoldo un sujeto unidimensional en mera militancia ciega. Artistas lúcidos y contradictorios, vieron venir los fascismos en sus escritos. Los arrastraría el exilio. Machado ahí quedó, desterrado. Brecht sobrevivió y conoció el más bien agridulce retorno, ya con el estalinismo rampante e inapelable en media Europa; mas tuvo suerte de no ser ruso y se salvó dos veces: del lager, y del gulag (y con el macartismo yanqui pisándole los talones).

Sus temperamentos fueron harto diferentes. De vivir hoy, Brecht reinaría en las redes sociales, mientras Machado ni celular tendría. Pero uno y otro estaban con los de abajo y se mantuvieron consistentes hasta el final, no sólo porque tuvieron la razón, sino porque a ello deben la maestría de su arte. Machado no se ahorra lo explícito en la voz de «su otro», Juan de Mairena, a su vez el otro de otro: «Si vais para poetas, cuidad vuestro folklore. Porque la verdadera poesía la hace el pueblo». ¡Pues qué populista! exclamarán nuestros intelectuales fresas, que si algo odian, desprecian o ignoran es «el pueblo», sea en masas o en pequeño número.

En otra parte confiesa Mairena a sus alumnos, según Machado: «Escribir para el pueblo -decía mi maestro- ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está, de lo que él sabe. Escribir para el pueblo es escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas inagotables que no acabaremos nunca de conocer». Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, Shakespeare, Tolstoi, aventura, apabullado por la admiración. «Yo no he pasado de folklorista, aprendiz, a mi modo, del saber popular. Siempre que advirtáis un tono seguro en mis palabras, pensad que os estoy enseñando algo que creo haber aprendido del pueblo».

II

Tanto Brecht como Machado usaron voces múltiples, profesaron amor y dedicación al teatro, y lo llevaron a las barracas en colaboración con artistas verdaderos. La educación era uno de sus presupuestos esenciales. Cada uno a su modo sabía que sólo las revoluciones cambian el curso de la historia. Pero debemos desconfiar de lo que ocurre. En una pieza «para escuelas», La excepción y la regla, Brecht hace decir a sus actores antes de la representación:

«Hasta el acto más nimio, aparentemente sencillo,
¡obsérvenlo con desconfianza! Investiguen si es necesario,
¡especialmente lo habitual!
Se los pedimos expresamente, ¡no encuentren
natural lo que ocurre siempre!
Que nada se llame natural
en esta época de confusión sangrienta,
de desorden ordenado, de planificado capricho
y de Humanidad deshumanizada, para que nada pueda
considerarse inmutable».

Escrita la pieza en 1930, no debe extrañar que su resonancia sea tan rotunda en nuestro presente. La excepción y la regla cuenta el viaje de un explotador europeo y dos explotados orientales, en la carrera del «comerciante» contra sus competidores para ganar una concesión en el tercer mundo. Igual que las mineras hoy, o las petroleras. Y para ello no escatima malos tratos a su guía (o capataz) y a su culi. Al primero lo despide por no ser suficientemente severo (o sea cruel) con el porteador proletario: «Pégale a ese mozo. No soy partidario de los golpes, pero ahora hay que darlos. Si no llego primero, me arruino. Contrataste como porteador a tu hermano, confiésalo. Es tu pariente, por eso no le pegas. Como si a ustedes les faltara brutalidad. Pégale o te despido», dice el comerciante. Y lo cumple.

Ya solo con el porteador a mitad del desierto, termina matándolo de un tiro; él conservaba un poco de agua, que no comparte con el culi, y éste en cambio le ofrece de su cantimplora, pero el patrón cree que lo quiere matar con una piedra, y le dispara. Pierde el negocio al ser rebasado por sus competidores. Será juzgado benévolamente por un tribunal que está de su lado, y pese a probarse que el culi no quería hacerle daño sino mostrar solidaridad, el juez lo perdona pues el patrón tenía todos los motivos para temer un ataque del porteador. No había dejado de humillarlo y torturarlo, sería natural que éste lo odiara y quisiera matarlo. Los actores, que muy brechtianamente actúan dentro de la representación, le cantan al tribunal:

«Tras las hordas de bandidos
vienen los tribunales.
Cuando han asesinado al inocente
los jueces se reúnen y lo condenan.
Junto a la tumba del asesinado
se asesina su derecho».

El juez no juzga sino justifica al comerciante asesino: «Supuso, con razón, que el culi debía tener algo contra usted. En tal caso, usted habría matado a alguien inofensivo, dadas las circunstancias, pero sólo porque no podía saber que era inofensivo. A veces le pasa lo mismo a nuestra policía. Disparan contra una multitud, manifestantes, gente muy pacífica, sólo porque no pueden imaginarse que esa gente no los derribe del caballo y los linche. En realidad, todos esos policías disparan por miedo. Y que tengan miedo demuestra su sentido común». ¿Cómo pueden saber el policía o el comerciante que «dadas las circunstancias, tienen que sentirse amenazados», que el otro, los manifestantes, o el peón, no pretenden hacerles daño, si bien sus motivos para hacerlo son evidentes.

Una operación mental simple, entonces como ahora, allá como aquí: ¿Cómo no nos van a odiar estos pelados si lo único que les hacemos es daño, les quitamos sus tierras, los esclavizamos sin derechos, los torturamos o encarcelamos si se alborotan? Bien admite desde el principio el comerciante: «Mis hombres están furiosos conmigo. No les importan nada los récords. No son luchadores. Son una chusma vil que se arrastra por el suelo. Naturalmente, no se atreven a decir nada, porque gracias a Dios todavía hay una policía para mantener el orden».

III

Juan de Mairena era un maestro tranquilo, pacífico, irónico. Nadie lo consideraría un radical. «Algún día tendremos que agarrarnos adonde bien podamos, para ver lo que lleva dentro eso de la ‘revolución desde arriba'». De alguna manera esto puede extenderse al supuesto de que los cambios, se presume que benéficos para todos, vendrán sólo de arriba. Sean revolución o reformas estructurales, transiciones democráticas o inserciones totales en el sistema depredador. A Walter Benjamin le gustaba recordar aquello de Brecht de que el comunismo es el término medio: «No es radical. Radical es el capitalismo».

«¡Revolución desde arriba! Como si dijéramos -comentaba Mairena- renovación del árbol por la copa. Pero el árbol -añadía- se renueva por todas partes y, muy especialmente, por las raíces. Revolución desde abajo me suena mejor. Claro que ‘revolución desde arriba’ es un eufemismo desorientador y desencaminante'». (Desinformador, diríamos hoy). «Porque no se trata de renovar el árbol por la copa, sino ¡por la corteza! Reparad en que esa ‘revolución desde arriba’ estuvo siempre a cargo de los viejos, por un lado, y las ‘juventudes’, por otro (conservadoras, liberales, católicas, monárquicas, tradicionalistas, etc.), a cargo de la vejez en suma». Recordemos que en esos tiempos (Brecht lo supo bien), las «juventudes» empollaban el huevo de la serpiente.

Se pregunta Mairena: cuando leemos las noticias de gran mortandad normalizada, propia de las guerras donde «mueren miles y miles de hombres», ¿cómo podemos dormir? «Dormimos, sin embargo, y nos levantamos pensando en otra cosa. ¡Y es que tenemos tan poca imaginación! Porque si vemos un perro -no ya un hombre- que muere a nuestro lado, somos capaces de llorarle; nuestra simpatía y nuestra piedad le acompañan Pero también para nosotros, como para Galileo, la naturaleza está escrita en lengua matemática, que es la lengua de nuestro pensamiento; y la tragedia pensada, puramente aritmética, no puede conmovernos».

De ahí las palabras de los actores brechtianos citados arriba: «¡No encuentren
natural lo que ocurre siempre! Que nada se llame natural en esta época de confusión sangrienta».

Mucho se ha descrito desde el nazismo sobre la insensibilizadora inflación del número, la banalidad que recubre al mal, la venenosa «normalidad» de la confusión sangrienta. No son cosa del pasado, al contrario. Como concluyera Carl Averny, con Hitler comenzó el futuro. El éxito del adefesio Donald Trump consiste en que se atreve a decir lo que «muchos piensan» sobre la «raza», la «seguridad» y la forma de hacer descarados negocios a costa de la humanidad. Entroniza la mentira. Aunque de signo opuesto a las revoluciones «buenas», la suya es también una «revolución desde arriba». A fin de cuentas, el «mover a México» de Enrique Peña Nieto es sólo una manera burda de decir lo mismo.

Hermann Bellingahusen

Poeta, editor, escritor de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos. Es cronista, reportero, y articulista de La Jornada desde su fundación. Dirige Ojarasca desde 1989. Desinformémonos publicó su poemario «Trópico de la libertad» en 2014.

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