El Vocho Blanco

Mary Farquharson Y Eduardo Llerenas

«La música es un don del cielo»: La Negra Graciana

Estábamos, Mary yo, tomándonos unas cervezas en los Portales de Veracruz. Fue el verano del 1993 y estábamos apenas lanzando Discos Corasón. Mary seguía en su chamba de periodista y yo la había acompañado al puerto jarocho como consorte. Confieso que el papel me aburría bastante, así que sugerí a cada rato que paráramos las entrevistas para tomarnos unas cervezas.

Fue en uno de esos descansos que vimos a una arpista, ya con casi 60 años, cargando su arpa y ofreciendo sus sones al público sentado en los portales. Le pedimos que nos tocara unos por el gusto, sin ninguna expectativa profesional, ya que ese no era un viaje de investigación musical.

Nos tocó ‘La guacamaya’ y luego ‘El butaquito’. Escuchamos cada son con atención porque supe de inmediato que se trataba de una artista de mucho valor. Para ese momento había grabado a unos 15 grupos jarochos desde el Puerto de Veracruz hasta los Tuxtlas. Lo que me impresionó de Graciana fue su manera de combinar los arpegios con los trineos en el arpa con un estilo que hablaba de una maestría y fuerza personales. Ella misma llamaba este estilo, “a la antigüita”. Su voz era afinada, muy natural y sin muchos cambios tonales. Cuando cantaba, expresaba su propia vida: “alegre y un poquito triste también”. Fue la voz de alguien con el valor de expresar lo que sentía, una voz sin pretensiones, que comunicaba lo que había mamado desde la cuna.

La invitamos a sentarse con nosotros y pedimos otras cervezas. Nos habló de su infancia en Puente Izcoalco, en donde había comido iguana, guaruso, garza blanca, camarón pinto y mojarra. Allí había aprendido a tocar el arpa del señor Rodrigo, un “cieguito de los dos ojos”, como nos decía, quien iba a la casa para enseñarle su instrumento a Pino, el hermano mayor. Terminada la última clase, el maestro estaba comiendo cuando Graciana tomó el arpa y empezó a tocarla con sus deditos. “La que va a aprender es la chiquilla”, dijo el maestro ciego, y tenía razón.

A los 10 años empezó a tocar en público, acompañando a su papá y a su hermano Carlitos que tocaba el violín, la jarana y el requinto de cuatro cuerdas. Carlos fue, además, un gran bailador, pero se murió a los 18 años. Su lugar lo ocupó Pino, el hermano que más tarde se volvería el único acompañante fiel que tuvo Graciana en la carrera internacional que empezó el día que nos conocimos en los Portales de Veracruz.

El primer disco: ‘La Negra Graciana, Sones jarochos con el Trío Silva’, fue una producción muy modesta, la cual hicimos por el gusto de grabar, como siempre ha sido el caso. Se trataba de comunicar la música tal cual de una artista desconocida y el proyecto fue financiado por nosotros, como siempre. Incluimos el CD entre los primeros títulos de la flamante disquera Corasón y nos dio gusto que vendió más de mil ejemplares.

Más que el disco, que seguía vendiéndose poquito a poquito durante varios años, lo que impactó fue la respuesta que Graciana tuvo entre los promotores de conciertos. Su primer contrato fuera de Veracruz fue por invitación de Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe que la presentaron en El Hábito, gran honor para Graciana dado que la programación incluía a Chavela Vargas en su primer concierto de regreso a la farándula y a Elena Burke, entre otras. Graciana estuvo sensacional, bellísima, en su música y su persona.

Luego empezamos a llevarla a algunos foros internacionales en donde habíamos presentado a otros artistas del nuestro catálogo –como Eliades Ochoa– y ella y su hermano Pino (con requintistas distintos) se presentaron en el Royal Festival Hall de Londres, en el Harbourfront Centre de Toronto, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y en varias ciudades de Holanda y Bélgica.

En ese entonces, se comunicó con nosotros un gran promotor francés, Jacques Erwan, que llegó a México en búsqueda de intérpretes de música tradicional. Le recomendamos artistas de Jalisco, San Luis Potosí, Yucatán, Oaxaca, Veracruz, Guerrero y Michoacán. Escuchó a todos en sus diferentes pueblos, pero solo Graciana Silva le había impactado lo suficiente para –dos años después – presentarse en una de las salas de concierto más prestigiadas de Europa: el Theatre de la Ville de Paris.

Aunque el público de este teatro estaba acostumbrado a escuchar a artistas internacionales del primer nivel (como al gran pakistaní Nusrat Fateh Ali Khan y al violinista Yehudi Menuhin, entre muchos más) el son mexicano hacía su debut allí y la expectativa tanto de los músicos como del mismo público fue grande. Durante el transcurso del concierto ambos se acercaron, se conocieron y terminaron conmovidos. El concierto, grabado en vivo, lo produjimos en el CD: La Negra Graciana desde el Theatre de la Ville.

En otro momento, la llevé a Chicago para un concierto en el Museo de Arte Mexicano, después del cual estuvieron programados un par de conciertos en escuelas públicas de la Ciudad, con estudiantes sobre todo de raíces mexicanas y afroamericanos. Una de estas presentaciones me impactó más que cualquier otra, incluso más que los conciertos elegantes en las capitales de Europa. Era un salón inmenso con unos 1500 estudiantes de secundaria. Después del programa musical, La Negra fue invitada a sentarse en un gran sillón abajo del escenario y los alumnos hicieron largas filas para saludarla. Llegado su momento, veía como le besaban la mano o la tocaban como si fuera un talismán que podría traerles suerte a ellos para lograr un éxito parecido, como mexicanos o como niños negros.

En México en esos años el interés que generó Graciana Silva fue menor que en la escena internacional, pero sí existía. Cristina Pacheco la filmó tres veces; fue invitada a festivales como el Quimera de Metepec y – más tarde – el Tajín. En un proyecto que llamamos ‘Son de México’, Graciana participó al lado de grandes maestros de las diferentes tradiciones: Juan Reynoso, Guillermo Velázquez y Los Camperos de Valles, entre otros. En este formato se presentó en el Festival Cervantino, también en Seattle, Londres y Berlín. En 2001 la presentamos en el Festival del Centro Histórico en donde hizo un notable palomazo con invitados de California: Los Lobos. (Siendo honesto, no fue la mejor ‘Bamba’ de la historia, pero el encuentro fue interesante, sobre todo para Los Lobos).

El último concierto que organizamos para ella fue en el 2001 en Sevilla. Seguimos recomendándola, por ejemplo, para una grabación con los músicos irlandeses, The Chieftans, que coordinamos en 2009, pero la relación fuerte con ella duró ocho años, tiempo para frecuentes convivios en su casa en las afueras del Puerto, comiendo bajo los enormes mangos en el rancho de su hermano Pino, o en la casa nuestra en el DF.

Una Respuesta a “Juan Reynoso, El Paganini de la Tierra Caliente”

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