Tormentas y esperanzas

Eduardo J. Almeida

La batalla del activismo en la Cuarta Guerra Mundial

Luchar contra las injusticias, contra las desigualdades, contra las formas de dominación, contra las atrocidades de los poderosos es un terreno complejo, lleno de intersecciones extrañas y contradicciones elusivas. Podríamos decir que las formas de lucha del siglo XXI despertaron en el desvelo de una mañana de un primero de enero de 1994 cuando un grupo de indígenas salieron del olvido y de la noche diciendo ¡Ya basta! Justo cuando México entraba formalmente al proceso de globalización neoliberal con el TLCAN y mientras en Alemania se terminaba de demoler el muro de Berlín formalizando el fin de la Tercera Guerra Mundial (esa que presuntamente fue fría). En esa madrugada imposible, en todo el mundo empezaron a visibilizarse y a crecer redes de solidaridad y luchas de resistencia a las lógicas de destrucción, reconstrucción y reordenamiento de la Cuarta Guerra Mundial, la que los zapatistas identificaron como la del neoliberalismo contra la humanidad.

El desenlace del siglo XX llegó con una diversidad enorme de formas de organización, de resistencia y de rebeldía. Así como se fueron conectando las redes informáticas que son ahora sustanciales en la cotidianidad y en las relaciones humanas, se fueron entrelazando solidaridades frente a las injusticias y dolores de los daños colaterales de esa Cuarta Guerra Mundial y las víctimas se convirtieron en sujetos con agencia propia y con una legitimidad indiscutible que hacía que dominarles y aplastarles sin consecuencias dejara de ser un asunto simple. La creatividad de esas nuevas formas de organización, de protesta, de confrontación logró que aquellos que parecían débiles pudieran enfrentarse a adversarios con fuerzas abismalmente superiores.

En ese proceso también creció, en quienes ocupan los espacios de decisión y poder sobre el planeta, la necesidad de encontrar formas de asegurar su supremacía sobre un nuevo enemigo que no era un Estado armado con ejércitos y armas nucleares, sino poblaciones enteras que se negaban a resignarse silenciosamente al exterminio armadas con poco más que su palabra. Con la relevancia que adquirió la información en el mundo, el consejo inicial de Sun Tzu para la victoria en el arte guerra captó más que nunca la atención y la centralidad de las estrategias de dominación, el control sobre “el Camino”, el propósito común.

La batalla por el control del camino en la Cuarta Guerra Mundial se da en muchos terrenos, pero un campo en el que se libra de forma casi imperceptible es el del activismo. Tan es así que en ese campo se encuentran desde pueblos en resistencia y grupos de acción directa hasta agencias gubernamentales de cooperación y fundaciones de los empresarios más ricos del mundo. Es una batalla extremadamente compleja, porque no hay combates, lo que hay es un entrelazado de iniciativas políticas ambiguas, causas temporalmente comunes y financiamientos y se libra entre estreñidos debates y abrazos que oscilan entre la autenticidad y la hipocresía. Tal vez lo más complejo de esa batalla es que quienes la libran difícilmente pueden entender todas las ramificaciones de sus acciones y alianzas.

Uno de los mayores riesgos en esa batalla es que la resistencia y la rebeldía sean vaciadas de significado y se conviertan en narrativas ilusorias. Por poner un ejemplo, se puede hacer un reconocimiento espectacular a la resistencia de los pueblos indígenas mientras que los mismos gobiernos y empresas que lo hacen recrudecen los procesos de violencia, despojo y destrucción en sus territorios. Una agencia de cooperación puede financiar proyectos para enfrentar la desaparición de personas al mismo tiempo que otra agencia de ese mismo gobierno refuerza la tendencia a la militarización que resulta en una gran cantidad de esas desapariciones. A la vez hay muchas comunidades, grupos y organizaciones que en campo del activismo encuentran herramientas para poder enfrentar las agresiones de sufren, para solidarizarse con otras o para explorar alternativas para construir formas dignas de supervivencia.

Algo que es muy extraño de esa batalla es que genera un entorno que de alguna forma impone a quienes participan en ella el supuesto de que están en el mismo lado y mirando hacia un horizonte común. Todo lo que se trabaja en el campo del activismo es parte del principio quijotesco de desfacer los entuertos del mundo, nadie se plantea, por lo menos abiertamente, trabajar para hacerse de dinero y poder, o para someter a una población en favor de otra. La batalla entonces se libra en una aparente no-confrontación de idealistas y soñadores. Pero la batalla por el control del camino es innegable así como la lucha por evitar resistir a quienes tratan de controlarlo. Bueno y hay por supuesto quien pareciera negar las contradicciones de ese campo así como hay intentos absurdos por negar la diversidad y complejidad de ese campo para tratar de equiparar la mezquindad con la dignidad y tratar de sofocar críticas profundas y legítimas.

Librar la batalla del activismo en medio de esta Cuarta Guerra Mundial, requiere de la inusual habilidad de navegar un mar de corrientes encontradas en medio de la neblina donde la solidaridad y el control se confunden, la libertad se exige recurrentemente como sacrificio. Tal vez por eso recurrimos tanta veces a la brújula de autonomía y dignidad zapatista que trasciende la corta temporalidad y la tendencia técnica y abstracta del activismo para enraizar la lucha en territorios y poblaciones concretas que se convierten en la inspiración más potente, además de que lo hacen bajo el constante hostigamiento gubernamental, militar y paramilitar; porque a pesar de la frase mañanera de que “ya no es como antes”, eso es igual.

Tamara San Miguel y Eduardo J. Almeida

Tamara San Miguel y Eduardo J. Almeida tratan de acompañar y tejer caminos entre luchas. Son integrantes del Nodo de Derechos Humanos, del proyecto Etćetera Errante y Adherentes a la Sexta Delcaración de la Selva Lacandona.

Dejar una Respuesta

Otras columnas