Tormentas y esperanzas

Eduardo J. Almeida

¿La libertad como derecho a la crueldad?

¡Viva la libertad! Se ha convertido en el grito de guerra de las ultraderechas en el mundo y cada vez que esas palabras son escupidas con el fascismo en los labios es difícil no sentir que nos ha invadido una realidad alterna, que a las modas del multiverso y de las distopías se les pasó la mano. La realidad es que la ciencia ficción ha alcanzado a la ciencia política y de la hidra capitalista han surgido nuevas cabezas, peinadas como villanos de programas infantiles de los 90’s, que le han dado forma a una criatura grotesca, el neofascismo libertario.

Javier Milei con sus arranques de neoliberalismo berrinchudo, Donald Trump con sus pretensiones de hacer del bullying una política de Estado o Santiago Abascal con su compulsión en convertir cualquier tema político en una excusa para gritar su islamofobia, son sólo unos cuantos ejemplos de esa nueva moda de políticos que tratan de convencer a todos de que vociferar y humillar son señales de fuerza; que ante su flagrante ignorancia pregonan el irracionalismo como fuente de argumentos válidos; que tratan de camuflar su cobardía con la exaltación del patriotismo; que defienden la libertad como el derecho a ser crueles.

El fascismo está en el ADN ideológico y estructural de la gerontocracia del G8 y de los demás clubes privados de servidores públicos, de gobernantes de los países presuntamente democráticos y libres del autodenominado occidente, bueno, occidente político, porque geográficamente nuestro planeta es redondo. La verdad es que todos llevan un pequeño Hitler en el corazón, incluso quienes gobiernan tierras ajenas e imponen un régimen de apartheid y genocida usando el Holocausto como excusa. Ante la más mínima posibilidad buscan eliminar disensos, disciplinar a la población y someterla a su pirámide de mando y obediencia. Ante la más mínima provocación dan rienda suelta a la exaltación del patriotismo y a la creación de un “ellos” del que “nosotros” debemos defendernos.

Un aspecto del fascismo que no retoman con el mismo entusiasmo es la intervención del Estado en la economía, aporte de esa otra joya política que es el neoliberalismo. Porque en esos clubes privados, que a veces llaman foros económicos, grupo Bildelberg, conferencias sobre el cambio climático, entre otros, también invitan a ese otro grupo criminal, perdón, grupo económico, que llamaremos el 1%. Porque la política desde los 90’s de poco sirve si no es para facilitar los negocios, perdón de nuevo, corrijo, para facilitar el desarrollo.

Hasta no hace tanto el fascismo consuetudinario que guiaba a las oligarquías se vestía de una narrativa política demócrata, que se empeñaba en negar los polos, las tomas de postura claras y se ubicaban en esa mítica ideología de centro construida con cascarones vacíos donde la democracia o la justicia dejaban de tener significado. Era un fascismo vestido con los trajes más elegantes de la derecha o de la izquierda de arriba y que hacía de la política y de la economía una fiesta explícitamente VIP. Afuera de la fiesta estaba el abajo sucio, feo, desviado y para colmo rebelde. Afuera de la fiesta había protestas, gritos que señalaban ese fascismo que pretendían ocultar y que todos los días les sofocaba con represión y desprecio, gritos que denunciaban el capitalismo que les agredía con explotación y despojo.

Unos años después algo cambió. El mundo que decidieron arriba se padece cada vez más abajo, se fue volviendo inhóspito y cuando la supervivencia sólo puede existir en la esperanza florece una peligrosa y maravillosa flor, la de la rebeldía. La rebeldía contra un sistema de muerte, la rebeldía que empieza a imaginar y a construir la vida fuera de ese sistema. Esas rebeldías hicieron que el arriba tuviera que voltear abajo con preocupación, pero su mirada no era de solidaridad sino de miedo y entonces empezó a surgir eso que llaman “populismo” que más allá de debates conceptuales no es más que la forma con que las élites tratan de convencer al pueblo de que ellas son la solución a los problemas que ellas mismas provocaron. El populismo, esa vacua forma política con decorados barrocos se ha convertido en la forma de relación entre quienes arriba se reparten o disputan la posibilidad de ejercer el poder del Estado y quienes abajo están sometidos a elegir entre ellos. La democracia se reduce entonces a elegir entre unas cuantas ideas repetidas insistentemente y desde diferentes perspectivas, que no aceptan dudas ni fisuras, es decir, se reduce a la doctrina Goebbels, con gramáticas neoliberales o progresistas, de izquierda o de derecha, pero que todas convergen en los mismos conceptos, en los mismos procesos de destrucción y de muerte.

Al mismo tiempo las izquierdas presuntamente sensatas, domesticadas y reeducadas como élites, fueron haciendo alianzas y obteniendo la venia del 1% financiero y fueron aceptadas en el juego electoral, lograron disputar a las otras élites los espacios institucionales y ganarlos con discursos esperanzadores y de transformación social. Pero con la llegada de los gobiernos con discursos progresistas o de izquierda muy poco cambió en las relaciones de poder.

Cuando los vendedores de esperanzas electorales resultaron en decepciones y la superviviencia es despojada también de la esperanza emergen la desesperación y el miedo, y ahí no es difícil instalar el miedo y el odio. Es ahí donde la ultraderecha, asociada a las mismas élites, encontró la forma de convertir en cómplices a muchos que sufren el abajo, con unas cuantas ideas. Primera, que hay una amenaza izquierdista que les quiere quitar lo poco que han logrado tener con su esfuerzo. Segundo, que eso que les quieren quitar se lo van a dar a los que no son “gente de bien”, que son otroas, que quieren aprovecharse de la situación y que además son diferentes en todas las formas en las que lo diferente puede ser malo y por lo tanto hay que defender la gloriosa patria de esas amenazas externas (migrantes) o internas (indígenas, afrodescendientes, LGBTI+, etcétera). Que cualquiera que critica al libre mercado o las políticas neoliberales es porque es flojo y corrupto, y por eso quiere obstaculizar la competencia en el mercado. Es entonces que les llama a luchar por su libertad, su libertad para despreciar a las y los migrantes, su libertad para agredir a quienes consideren diferentes, su libertad para consumir y endeudarse, su libertad para someterse a sus verdugos.

Pero la libertad, acompañada de dignidad y de esperanza, logra florecer todavía en muchos recovecos de la tierra. En un rincón del planeta llamado Chiapas, asediados por militares, paramilitares y sicarios, tras 40 años, resiste en su empeño rebelde un territorio verdaderamente libre, donde viven comunidades libres que se llaman zapatistas.

Para quienes viven ahí la libertad no significa elegir entre productos a consumir, ni entre caciques que los gobiernen, para quienes luchan ahí la libertad es una vida en constante construcción colectiva y deliberación solidaria, la libertad es rebeldía y esperanza, que es a la vez un sueño para los próximos 120 años, como lo dice el Subcomandante Insurgente Moisés en un comunicado publicado hace un par de días: “Y habrá una niña, un niño, unoa niñoa que estará con vida. Y llegará el día en que tenga que hacerse responsable de la decisión que tome de qué hacer con esa vida. ¿No es ésa la libertad?”

Tamara San Miguel y Eduardo J. Almeida

Tamara San Miguel y Eduardo J. Almeida tratan de acompañar y tejer caminos entre luchas. Son integrantes del Nodo de Derechos Humanos, del proyecto Etćetera Errante y Adherentes a la Sexta Delcaración de la Selva Lacandona.

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