Haití cherie: Recuerdos de la música de los salones, de la calle y del vudú
Desde que escuché las grabaciones viejas de Nemours Jean Baptiste, quise ir a Haití para buscar las raíces musicales del kompas direct, el ritmo caribeño que él creó en la época de oro del bolero y el cha cha chá. Para mí, el kompas, que abrió paso al frenético kadans de los 1990, es uno de los ritmos de mayor creatividad e imaginativa caribeña.
Llegué a Haití por primera vez en 1983, junto con Beno Lieberman y Enrique Ramírez de Arellano. Fueron los últimos años de la sangrienta dictadura de los Duvalier, pero logramos evitar su alcance y sentir la calidad de la gente y de su cultura, más allá del sistema político que sufría. Había leído de la historia de esta pequeña ‘Perla del Caribe’ que producía 75% del azúcar mundial a finales del siglo 18, cuando el promedio de vida de los esclavos fue de solo 21 años. Haití luchó en contra de los franceses y les ganó, convirtiéndose en la primera república latinoamericana en 1804. Ningún otro país quiso reconocer a la flamante nación negra y, para salirse del aislamiento, Haití tuvo que pagar una compensación a Francia tan alta que fue liquidada hasta 1947. La multa incluyó la reparación a los ex hacendados por la pérdida de sus esclavos.
Al llegar a Puerto Príncipe, pasamos a visitar a la gente del Ministerio de Cultura. Su única recomendación fue de hospedarnos en un hotel de unos familiares suyos en Cabo Haitiano, en donde no encontramos a ningún grupo con la calidad que buscábamos. Esta historia es conocida por nosotros; pocas veces encontramos a grandes músicos por medio de los canales oficiales, lo logramos más bien buscando entre la gente, escuchando, desarrollando el gusto que nos permite reconocer y apreciar la belleza musical tal como es.
Nuestro viaje había empezado en la capital en donde, al pie de los árboles o postes de luz en diferentes partes de la capital, unos pizarrones anunciaban con gis el nombre de una orquesta, la fecha, la hora y el salón de baile en donde se presentarían. La elegancia y el costo de los salones variaban, pero la música fue la misma.
En Carrefour, barrio popular en las afueras de la ciudad, la pista de baile de madera del Salón El Lambí se extendía hacia el mar. Allí la gente se perdía en la suave sensualidad del kompas direct, bailando ombligo con ombligo, unidos en el placer del momento. La misma orquesta tocó el día siguiente en el Salón Astoria, ubicado en una elegante casona colonial francesa en la parte alta, Petionville, Puerto Príncipe. Las trompetas, las percusiones y las guitarras eléctricas se entretejían de manera tan espontánea, cadenciosa e intensa para ambos públicos.
En el kompas, y luego en el kadans que tuvo su época de oro en los 1990 con bandas como Missile 727, se puede escuchar vestigios del merengue de la República Dominicana, país vecino que ocupa dos terceras partes de la isla, aunque la versión haitiana es más cadenciosa, más suave y al mismo tiempo más intensa, con raíces propias en toque congó tradicional y en el meringue de los bares, cafés y fiestas de los pueblos. Fue este, el meringue original, que más nos interesó en el primer viaje a Haití. Lo encontramos y lo grabamos sobre todo en el puerto sureño de Jacmel, un lugar de tranquila decadencia. La bonanza del café a finales del siglo 19 había dejado su huella en algunos detalles de fierro forjado, sin llegar al deleite del barrio francés de Nuevo Orleans. En 1983, casi no había turismo y los músicos tocaban para su propia comunidad.
El meringue se interpreta por las ti bands, llamados así por ser ‘petit ensembles’ de cuatro a seis elementos, que combinan el banjo con la guitarra sexta y una manouva o bajo, equivalente a la marimba dominicana. Las percusiones incluyen un tambor parecido a la tumbadora cubana; una tarola con un solo platillo, y percusiones de mano: unas chacha o maracas, un güiro de metal y una clave que podía ser una botella del sobresaliente ron haitiano, el Barbancourt que— vacía– se percute con una piedrita o una moneda.
Entre los muchos ti bands que grabamos en 1983, hay un músico que sobresale en mi memoria: el cantante Ferilien Lubin, conocido como ‘Ti Lome’, aunque, lejos de ser un hombre pequeño, era alto, imponente y grande también como cantante. Lo grabamos con dos excelente grupos: el Ti band l’Avenir y el Ensemble L’Avenir. Es un hombre que siempre cantaba de un futuro bello y alcanzable. Interpretó el meringue, ‘Mizisyen,’ que congratulaba a todos los músicos del mundo y avisaba que: “cuando la navidad termina, ya viene en camino el carnaval.”
La letra del meringue se basa en temas sobre los héroes locales, la naturaleza y el amor, con unos versos más coloridos o poéticos que otros. Los temas más famosos incluyen ‘Ti Zwazo’, (Pajarito) una historia de amor perdido que grabó Harry Belafonte en los años 1950 y que, arreglado como un mento jamaiquino, fue conocido mundialmente como ‘Yellow Bird’. Otro tema icónico, que tocaban todos los ti bands es ‘Haiti cherie,’ un himno popular a la belleza del país.
El repertorio de varios de los grupos incluía temas del vudú, sacado de su contexto religioso y arreglado para bailarse como cualquier otro meringue. Felien nos cantó ‘Fey-O’, que habla de las hojas de la herbolaria popular de Haití. La medicina tradicional tiene mucha importancia y el sacerdote del vudú, igual que el curandero, son los conocedores de esta práctica. El vudú inunda todos los ámbitos cotidianos en Haití. Se trata de una religión viva; no hacen falta las piedras talladas ni retablos dorados de una iglesia católica. Para la ceremonia, solo falta un perisyle, que puede ser un simple palo de madera o un árbol, en un patio con un sacerdote o una sacerdotisa, un coro de cantantes y bailadores y tambores con parches de piel y que son de tres tamaños: el manman que es grave, el untogui y el más agudo, el bula.
El vudú es una religión participativa, que busca encontrar el consuelo directamente de los dioses, invocados a descender a la tierra por el llamado de los tambores, sobre todo por el manman que ‘habla’ a los loa, llevándolos hacia la persona que será ‘montada’. Cada toque, más y más intenso, ayuda a que el loa invocado entre más profundamente en la cabeza de la elegida. Cuando lo recibe, será tratada con respeto y con cariño, por haberse convertida temporalmente en divina, hasta los tambores marcan la salida del loa y la posesión se acaba. En el vudú, los humanos, igual que los dioses, somos buenos y también malos.
Grabamos una ceremonia en el pueblo de Marianí. Una mambó, con ocho cantantes y varios percusionistas, invocaban a los loa de la familia radá, queson muchos dioses y los más conocidos y benéficos de Haití. Incluyen el dios de la lluvia, la diosa de la casa y del amor, además de Legba, el dios juguetón que abre el paso entre lo material y lo espiritual. Estos dioses neoafricanos tienen sus raíces en la cultura y lengua de los fon de Benín y también de otros nanchon o naciones ancestrales africanas.
En el lugar de la ceremonia, no había luz eléctrica, así que grabamos el audio usando la batería del coche. Registramos los cantos del coro que respondía a la mambó, las voces tomando fuerza cuando los tambores invocaron a que descendieran los loa. Los cantos, en creole con algunas palabras sagradas en lenguas traídas desde África, son antiguos y otros son nuevos, siempre poéticos y cantados en la forma de llamada y respuesta, tan común en la música de África Occidental. La inmediatez de su belleza inspira y cura, quedándose lejos de los clichés baratos del vudú, que son más bien distorsiones de las ceremonias para los dioses Pétro, más agresivos y con menos referencia a la historia africana.
El acceso a esta ceremonia radá fue un privilegio para nosotros y los materiales que grabamos los hemos difundido muy poco. Pronto estarán disponibles en la Fonoteca Nacional, para quien quiera consultarlos. Registrar el arte efímero de una ceremonia religiosa es complicado siempre, pero un registro de como sonaba el vudú en Haití en 1983, pronto estará disponible en México. El meringue de esta época está disponible en las plataformas digitales en una grabación nuestra que se llama ‘Haití cherie’.
Eduardo Llerenas y Mary Farquharson
Fundadores del sello Discos Corason para difundir la música grabada en pueblos de México, Cuba y otros países de Latinoamérica, África Occidental y Europa Oriental.
Saludos cuando me gravan soy de tempoal aunar hora de panuco dejam datos de la casa grabadora soy kayo zaleta