Esquina, bajan

Krizna Aven

Frijol

Siempre camina solo, sin compañía, rara vez se le ve se le ve acompañado de alguna mujer o con personas que se dicen ser amigos, pero solo lo buscan para estafarlo, quitarle su dinero o burlarse de él. Tiene un problema psicomotor, no comprende del todo la realidad, no logra armar comentarios sobre un tema. Tiene un metro con sesenta centímetros de estatura, viste con ropa que le regalan, muy pocas veces anda con ropa limpia y de bañarse ni se diga, quizá porque no encontró quien le brinde un baño con agua caliente en varios días.

Hace algunos meses cumplió sesenta y tres años, nunca le había preguntado su nombre a pesar de conocerlo durante muchos años, se llama Álvaro. No me había dado cuenta porque, inconscientemente, me estaba comportando como la mayoría de todos, le habíamos despojado de su personalidad. El Frijol es como todos le llamamos. Yo tenía como seis años cuando lo conocí, él ya era un adolescente. Varias veces lo dejaban dormir y le daban ropa limpia y de comer en un cuarto de una vecindad que estaba al lado de donde vivía con mis padres y mis hermanos, por allá por la Magdalena Mixhuca.

Cuando no queríamos a hacer el quehacer de la casa o cuando no queríamos ir a la escuela o hacer la tarea, mi mamá nos decía, si no quieren se van a la calle con el Frijol y le hacen compañía, me aterraba esa idea, no me imaginaba vivir en la calle. En ese tiempo no supe si tenía familia, hermanos, papas, tíos, lo único que sabía es que andaba de calle en calle buscando donde comer y dormir. Comencé a sentir empatía y con vergüenza admito que también lastima por él. Había épocas en que no sabíamos nada de Álvaro y tristemente lo dábamos por muerto pero milagrosamente aparecía después de unas semanas o tardaba hasta meses en saber de él.

Recuerdo que alguna vez vi su foto como portada del periódico La Prensa, en la nota se referían de él como parte de los niños de la calle, usaban descalificativos que vulneraban la dignidad humana al describirlos como si fueran delincuentes, el cáncer social que tendría que erradicarse. Debo confesar que sentía mucha tristeza por su situación, ¿Cómo es posible que su familia no se preocupara por él? ¿Dónde viven? ¿Por qué no lo buscan? Por casualidad me enteré hace dos años que tiene varios primos, los conozco, pero no los he visto que lo busquen, una vez le pregunté a uno de ellos si era verdad que Álvaro era su primo pero lo negó, se avergonzó de tener un familiar con estas características, sentí rabia.

En mi adolescencia comencé a ir a los bailes de calle que se hacían en la Magdalena eran a lo grande, casi siempre habían sonidos que se encargaban de poner música salsa, las calles se volvían multicolor y más con las luces giratorias, cervezas, amigos y amores fugaces cada fin de semana. Álvaro siempre resaltó de entre el tumulto, y más cuando llegaba ataviado con traje y corbata, quizá se lo habían regalado o comprado en la paca, no sé, a veces le quedaba grande o muy chico pero la felicidad que irradiaba al bailar solo y al compás de las canciones de Willy colon, Héctor Lavoe y de Oscar de León, sí, se sentía un experto bailarín de salsa.

Sin que fuera su intención, Álvaro nos trasmitía un mensaje, que la felicidad radica en un momento y no en lo material, aunque muy pocos no lo entendían, al contrario, no lo respetaban, lo agarraban de bajada para burlarse de él. Varias veces lo defendí aunque sabía que hacerlo me buscaría problemas, aun así nunca me importó, sin saberlo ya tenía ese sentimiento de justicia y respeto por los demás y sobre todo a los que nada tienen pero que muchos se aferran a arrebatarle la poca de felicidad que le daba al estar en los bailes sonideros para herirlo emocionalmente.

Tengo varios años que vendo en temporadas, día de muertos, navidad o catorce de febrero, gracias a esto pude generarle confianza hacía mí y comencé a hacerle plática. Álvaro no confía en casi nadie para contar sus problemas, sus sueños, sus necesidades, a pesar de esto lo llegué a ver vendiendo dulces, cartas para los reyes magos, lapiceros, moños o como ahora que vende broches con patitos para el cabello, de los que están de moda, es de los que venden caminando, siempre caminando. Cada vez que lo veo le invito de comer o un refresco, algunas veces él me pide mercancía para vender y se la doy sin mala fe y con cariño.

El Frijol sigue conservando su honestidad, no es malo, no busca aprovecharse, no pretende robar, dentro de él sigue latente su alma de un niño de diez años con un cuerpo de adulto mayor. Después de unas horas regresa y me da lo que le sobro de mercancía y todo el dinero que ganó, no sabe cuánto trae, sería fácil estafarlo como muchos lo han hecho pero yo no soy así, no le cobró, le regresó integro el dinero porque el mayor pago es verlo feliz de haber ganado dinero, sonríe casi al punto de la euforia, Álvaro no tiene malicia, vuelve a ser feliz con algunas monedas mientras esta escena me hace cuestionar las veces en cómo me pongo cuando las cosas no salen como he querido, es un cachetadón a mi realidad.

Hace un año Álvaro enfermó. Afortunadamente unos amigos de él lo internaron, estuvo varias semanas hospitalizado. Me lo encontré cuando lo dieron de alta, caminaba apoyándose con un bastón, había adelgazado mucho, le pregunté que necesitaba, me dijo que no había comido y le di dinero, me contó que unos días antes de enfermarse había hecho mucho frio y como le dieron permiso de dormir en un coche abandonado, el frio hizo que le diera pulmonía, estaba preocupado porque los doctores le habían dicho que ya no intentara dormir en la calle porque corría el riesgo de morir por las bajas temperaturas. Me dijo que le habían cooperado algunas personas para pagar una habitación en un hotel pero todavía no completaba para pagarlo.

Estos últimos meses, varios chavos que se dedican a cuidar coches afuera del mercado de Jamaica lo han invitado a trabajar con ellos para sacar para su cuarto, a veces no hay chamba y ellos se cooperan para darle dinero y que no duerma en la intemperie pero como siempre estila desaparecer varios días, cuando regresa termina durmiendo unas horas en la banqueta de la calle, no siempre hay dinero para darse el lujo de pagar el hotel.

Hace quince días, Chepo, uno de los que cuidan coches me dijo que platicara con Álvaro porque le había le había confiado el deseo de quererse matar. Hablé con él y me dijo lo mismo, que ya estaba cansado de vivir, no tenía familia, que no tenía nada, que ya no tenía ánimos de seguir. Lo primero que se me ocurrió decirle es que si quería lo llevaba a un anexo para que reflexionara sobre sus ideas suicidas pero su respuesta fue negativa, muy al contrario me dijo que pensaba comprar un lazo grueso para colgarse. ¿Cómo le quitas esas ideas a alguien es esta situación? Enseguida le comenté que todavía le faltaba mucho por hacer, que la vida le tenía preparado algo mejor para él pero muy dentro de mí sentí que le estaba mintiendo.

Afortunadamente hace una semana me dijo que ya estaba mejor y que estaba emocionado porque lo habían invitado a una peregrinación al santuario de Chalma, quedó en regresar a los dos días pero no cumplió, nuevamente sentí ese temor que de niño sentí por Álvaro, el miedo a que muera en la calle o que lo golpeen, miedo a que se convierta en un número más de las estadísticas de personas en situación de calle que mueren abandonados por la vida precaria que han tenido miles de los nadie.

Hace dos días lo vi, estaba tranquilo pero no quiso hablar conmigo, solo él sabe todo lo que trae dentro. Mucha resistencia y fortaleza ha tenido en sus años de vida pero que al parecer hoy lo están abandonando. En un rato saldré, espero encontrarlo y platicar con él, lo único que espero es arrancarle una sonrisa y comprobar que hoy si volverá a dormir en una cama de hotel.

 Difícil llegar a esa edad y en total abandono, de la familia, de las instituciones y del gobierno. Álvaro, sin saberlo, se convirtió para la mayoría de los que lo ven a diario en los que ensucian el paisaje urbano y que solo merecen la indiferencia de una sociedad individualista, como si creyeran que nunca tendrían algún familiar con problemas Sico motores, con espectro autista o con enfermedades de adicción. La realidad es que el Frijol solo ha tratado de sobrevivir ante la indolencia social y del estado como miles que como él habitan las calles y las vuelven su hogar.

¿Cuántos Frijoles conocemos en nuestro barrio? ¿Cuántos Álvaros han despreciado y los han echado a la calle por no ser «normales»?

¿A qué tipo de humanidad nos estamos refiriendo cuando seguimos practicando la intolerancia, el desprecio y la nula empatía ante los que menos tienen?

Krizna Aven

Desde los 18 años empecé a ejercer el trabajo sexual, y gracias a esto comencé a ser promotora de salud y defensora de derechos humanos de las compañeras trabajadoras sexuales. Desde el 2006 soy adherente a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona propuesta por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional  (EZLN). Debido a la constante represión contra el sector al que pertenezco nos vimos en la necesidad de ser activistas y desde hace más de 15 años periodistas. Para mí es fundamental contar las historias directamente del o de los protagonistas, ser un puente que sirva para dar a conocer historias y denuncias que difícilmente son tomadas en cuenta. El compromiso de escribir sigue latente en mí.

Dejar una Respuesta

Otras columnas