En tierra ocupada

Melissa Cardoza

En memoria de Marta, la de La López

Hay personas que van creciendo dentro de un cuerpo que con dificultad les contiene, y así fue Marta. En este mayo sus pulmones se apagaron pese a que ella siempre les exigió más, porque tenía tantas cosas por hacer, pero así es el tiempo de la muerte. Llega. En una de sus últimas crisis en las que nos ensayaba para este momento, dice que un ser espiritual le visitó y le dijo que debía irse, a lo cual ella se negó, No, tengo mucho que hacer con las mujeres, le dijo. Por lo visto en ese momento fue convincente.

Hizo de todo en la vida, especialmente porque fue una mujer que no nació en la pobreza, pero la escogió ante la amenaza de la prisión vital. Renunció a un entorno medianamente cómodo porque el precio era servir, agacharse y callar. Era una adolescente cuando fue fugitiva, pero eso ya lo tenía clarito como el agua de los ríos donde lavaba montañas de ropa ajena. Trabajó muchísimo, crió hijos e hijas, y alimentó iniciativas monumentales como el Movimiento de Mujeres de la Colonia López Arellano y Aledaños, MOMUCLAA. Referente para el movimiento social de la costa norte hondureña, porque tenían la capacidad de organizar y movilizar a mucha gente de esa colonia para las causas que consideraban necesarias, que fueron muchas, las dignas causas de la vida.  

Siempre se escapó de los cánones, los mandatos y los deberes. De esa manera como lo han hecho siempre las mujeres rebeldes, no con la parafernalia o la escenografía que nos gusta a las feministas, sino del modo poderoso con el que se llega a enfrentar la cotidiana vida de las opresiones por quienes deben poner todos los días la propia piel.

Sabía de la importancia de la materialidad y de la fuerza de lo espiritual en las luchas. Sembró y cocinó para ella y mucha gente porque entre sus proyectos estaba el de comer y dar de comer en colectividad, un acto que de tan vital nos parece natural y ella entendía que el hambre es de los peores males de la humanidad, y que tiene responsables. Así la conocí, sembrando comida y abriendo comedores populares en una colonia que es muy suya, La López. Luchando por que el agua no fuera veneno y porque los niños al crecer tuvieran un colegio; haciendo grupos de mujeres porque además de que no alcanza el dinero, tantas vivían una violencia brutal de los mismos con los que vivían. Todo lo hacía al mismo tiempo y además lavaba aquellos tercios de ropa, o se sumaba a cuanta labor fuera necesaria. Ahí en esos ríos se agarró esa enfermedad que acabó con sus pulmones, pero las familias necesitan muchas cosas y ella debía proveerlas.

Todo lo que hacía Marta lo hacía al mismo tiempo, en los últimos años además, se sumó a la lucha por los derechos de la comunidad LGTBI, sin que mediara ninguna duda. Es que es por justicia, hombre, no sé que putas le pasa a la gente, decía cuando escuchaba argumentos de odio o burla en el movimiento mismo. Aquí a mi casa vienen unos jovencitos que sólo piensan en matarse porque los echan de todos lados, porque son gay. Cómo no vamos a estar las feministas con ellos, se preguntaba. Y ese entendimiento era tan poderoso como brillante.

Mientras más se profesionaliza el feminismo y más recurre a las academias para discutir o propagar las ideas entre algunos apretados círculos de personas;  mientras se ensalza a pensadoras que saben escribir en la lengua del amo y las normas de las universidades, que no se entienden demasiado fuera de esos elegantes recintos, más impresiona que una pueda tener maestras como Marta que siempre supieron qué hacer, que piensan mientras bordan y siempre, siempre, siempre, van a las movilizaciones aunque lleven un tanque de oxígeno a cuestas. No tenía dudas de donde había que estar, por eso le gustaba el Foro de Mujeres por la Vida y la Red de Defensoras, como espacios de mujeres que luchan en Honduras.

Nada injusto le era ajeno. No le inquietaba si no tenía una propuesta elaborada con la cual presentar sus ideas de modo institucional, porque las caminaba. De ahí que ella pertenece a ese linaje de mujeres del mundo, que saben que lo que toca es luchar mientras vivimos y hacernos comunidad para defender la vida propia de todxs. Sabe que no todas las mujeres por serlo van a ser luchadoras y tenía críticas muy necesarias, decía, nosotras no podemos ser feministas fufurufas porque somos pobres, sabemos lo que es pasar necesidad y que la gente necesita comer, tener casa, agua buena, medicina; y aunque una pueda estar mejor no se puede olvidar de las que están jodidas. Eso de que yo me lo merezco todo, pero sólo yo, es pura paja. Es que algunas ya se acomodaron, nos decía, hay que tener cuidado con eso, y asentía con la cabeza mientras balanceaba una pierna sobre la otra.

Sabía que la profundidad de donde vienen los pueblos se acompaña de tanto olvido intencionado que era urgente ir hacia las raíces, era una mujer nacida en tierra lenca y su propia identidad fue mancillada por un padre emblanquecido que nunca la miró, siquiera. Ella decía que era india como Berta, y que los saberes de las viejitas salvan la vida, Yo no me tomo ese montón de medicina que me compran las cipotas decía, yo me hago mis remedios, mis tomas y viera que eso me pone mejor, pero lo que mejor me pone es estar con ustedes. Era cierto, la vimos revivir en encuentros, plantones, campamentos. Llegar agotada y mejorar con el reconocimiento, el amor, los cuidos, las energías de la lucha. Y hoy, mientras escribo esto para Marta, me respondo cuando a veces yo misma me pregunto, y cómo es que le hacemos ante tanta adversidad y violencias.  

Marta era una mujer abierta y reflexiva, con memoria política, iba sumando las cosas que le parecían importantes para todas. A ella le gustaba esto del autocuidado porque decía que en la izquierda se aprendía a que la vida había que sacrificarla, pero sobre todo la de las mujeres, aunque reconocía que había hombres que eran también parte de sus luchas históricas. Decía verdades como tesoros, en la Asamblea de la Red que fue en abril y donde le hicimos un homenaje, expresó con poco aire y con mucha convicción elementos necesarios para nosotras, nos habló de la importancia del compromiso político. Y que no debíamos dejar decaer la red por falta de compromiso, porque eso mata a las organizaciones y que debemos seguir aprendiendo a cuidarnos, pero juntas, entre todas.

Luchar contra la violencia hacia las mujeres era central en su proyecto porque ahí residía gran parte de su idea del cuidado, uno cotidiano bien parecido a la gente como ella, sin aspavientos. Aunque sólo sea que una tenga para frijolitos, pero comérselos en paz, sin que nos anden jodiendo. Comida y paz. La manera Marta de hacer resumen de nuestros anhelos. Y más aún, casi  cada día, mientras tenía salud y saldo en su teléfono enviaba mensajes de fuerza, belleza y amor. Entendía todo sobre nuestros anhelos, porque la belleza y el amor expresados pone de pie.

Marta Velázquez es una de nuestras más insignes pensadoras y hacedoras de vida que se posicionó feminista como un hecho que le daba entendimiento y ánimo para su comunidad, para este país, para la humanidad. Ella se encontró con el feminismo y le encantó, ahí miró que otras como ella estaban en búsqueda de lo que hasta ahora no había tenido en otros espacios, y ahí mismo también fue crítica y esperanzadora, al mismo tiempo. Las muchachas feministas ahora no se les puede decir nada, me comentó un día, no sé como vamos a hacer, como nosotras venimos de otro tiempo, pero a ellas no les gusta que una les hable recio, a mí me aguantan porque no tienen de otra, se reía. Confiaba en la formación de esas jóvenes que iban sumándose a las diarias faenas para vivir en colectividad, amaba a esas cipotas atrevidas que andan buscando la vida como ella lo hizo. Las animaba y les decía, no crean, si nosotras las viejas también peleamos, lo que pasa es que ya nos aburrimos. Y se reía mucho porque sabía todo lo que eso significaba, Marta tenía compañeras de toda la vida, muchas aún andan dando guerra ahí en el territorio barrial, otras ya no están. Como ella, una generación de mujeres incansables y creadoras de mundos posibles de las cuales tenemos todo que seguir aprendiendo. De esa constancia, de la terquedad colectiva, de la inmensa armonía que vive en lo justo.

Hoy toca despedirnos, de ella, Marta, la de La López, la luchadora universal, la amorosa, recuperadora de tierra, educadora, sembradora, bordadora, aprendiz de respiraciones sanadoras, maestra, compañera, hermana. No es por casual que en su perfil de Facebook, donde solicitan información sobre tu sitio de trabajo ella escribió: “Trabajo para el mundo”.

Y eso fue lo que hizo.

Melissa Cardoza

Escritora, activista feminista integrante de la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras y la Asamblea de Mujeres Luchadoras de Honduras.

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