El Vocho Blanco

Mary Farquharson y Eduardo Llerenas

El Vocho Blanco

El viaje de Eduardo empezó hace casi 50 años. Al principio eran tres amigos y después solo él y yo, en el Vocho Blanco. Se puede decir, se ha dicho, qué al principio de los años 1970, la motivación de los tres fue la de investigar, grabar y documentar la música tradicional mexicana, antes que la llegada de los caminos y de la televisión a los pueblos marcara su final. Pero la motivación fue, también, la búsqueda de su placer, cada uno el suyo, encontrando a músicos que creaban, recreaban y gozaban la música en su entorno natal; que tenían el don o el destino de tocar y de encantar a la gente. Eduardo quería participar en este encanto y, si los músicos aceptaban, poder compartirlo con otros. El resultado es un archivo de música tradicional mexicana, en nuestra casa, en la Fonoteca Nacional y en los archivos del UNESCO. También queda lo efímero, la memoria viva de los encuentros, gestos, conversaciones y convivios. Es esta memoria que queremos compartir ahora. Adelantamos que no hablaremos de la pérdida de tradiciones durante los últimos 50 años, sino de las ocurrencias de cada comunidad que recrea tradiciones, según los gustos y las necesidades de su gente. La cultura es resistente, respira profunda y exhala, cambia cuando así lo siente, nunca es estática.

Eduardo compró el vocho blanco en 1981, gracias a un premio internacional que había ganado por la grabación y documentación de música tradicional mexicana (Premio Rolex al Espíritu de Iniciativa, Ginebra, Suiza). Como no es gente de relojes de oro, lo vendió y con su parte, compró un Vocho Blanco.

Este coche, según Bernardo, su hijo mayor que en ese entonces tenía 11 años, fue mejor que un Mercedes Benz porque cruzaba ríos y flotaba. En él, viajaron por toda la Huasteca, por el Bajío, por las cañadas y Tierras Calientes de Michoacán, por Guerrero, Oaxaca, Puebla, Jalisco y por el norte y el sur de Veracruz. Visitaron a músicos en sus casas y, después de escuchar, charlar y convivir con ellos, grabaron sus sones y canciones. En esas fechas, con el tiempo medido, guardaron el equipo de grabación a la cajuela del Vocho Blanco y regresaron a la Ciudad de México, a sus otras vidas. En las noches, los tres se juntaron para escuchar, discutir y catalogar los tesoros que habían grabado durante cada viaje.

La primera parte de estos viajes de Eduardo, fueron realizados junto con Beno Lieberman y el matemático Enrique Ramírez de Arellano. Fue un equipo muy particular, cada uno siguiendo su propia locura; los tres en un solo coche y su pasión que muchas veces coincidía y las que no, conversaban y acordaban y seguían con el deseo primordial. Era un trío muy esotérico, que continuó por 15 años.

Desgraciadamente, Beno se murió en 1985. Eduardo siguió grabando con Enrique durante poco más de un año, pero, cuando él abandonó su carrera de profesor e investigador de Bioquímica en el CINVESTAV para dedicarse a tiempo completo a la música tradicional, fue imposible para Enrique, quien sigue siendo profesor e investigador en Matemáticas del CINVESTAV.

En ese momento, Eduardo se convirtió en hombre orquesta. Aunque Enrique ayudó con la masterización de los discos que habían empezado a editar en 1984, Eduardo diseñó las portadas, escribió los textos, supervisó la maquila y llevó los LPs terminados de tienda en tienda. Lo vi pelearse frecuentemente con los gerentes de Gandhi y Sala Margolín, convencidos ellos que no había un público para el son mexicano, ni para los discos del meringue y vudú de Haití, del merengue República Dominica, ni para el son, bolero, rumba y afro de Cuba ni para las deliciosos tamboritos y mejoranas de Panamá.

Afortunadamente, Eduardo les convenció a hacer la prueba y cada producción se vendió en cantidades suficientes para cubrir el costo de la siguiente maquila y de los gastos de manutención del propio Eduardo. Hoy día sobreviven pocos LDs de estas producciones, con la excepción de la ‘Antología del Son de México’, que empezó como un álbum de seis LPs, luego se reeditó en casete, después en CD y actualmente está disponible en las plataformas digitales. Con grabaciones de diferentes regiones del son mexicano – desde los istmeños del suroeste de Oaxaca a los huastecos de Tamaulipas, se convirtió de alguna manera en referencia para diferentes generaciones.

Me encanta que llegan músicos jóvenes a nuestra casa pidiendo escuchar grabaciones inéditas de los maestros violinistas de la Huasteca. Nos dicen que estas grabaciones son su escuela, la manera de aprender lo que llaman, ‘el huapango cultural.’ Esta etiqueta nos extrañó, pero nos dio gusto que las vueltas en la vara del maestro violinista Helidoro Copado de Ciudad Valles, de Juan Coronel de Tampico o de Inocencio Zavala el ‘Treinta Meses’, de Pánuco, tuvieran eco en la nueva generación de músicos huastecos. Muchos de estos jóvenes huapangueros nacieron en pueblos de Hidalgo, en la frontera con la Huasteca, en donde ha habido una explosión de tríos de buena calidad en los últimos años, muchos de ellos de mujeres jóvenes.

Gracias a la Antología del Son, el Arco Loco, Casimiro Granillo del rancho hidalguense, Chicamole, rentó un cuarto con una sola ventana que daba a la sala de Heliodoro Copado en Ciudad Valles. Casimiro esperaba con paciencia a escuchar las maravillas del gran violinista, pero éste había sufrido un infarto cerebral y no fue el momento para pasar su magia a un fisgón apasionado. Casimiro regresó a su pueblo y se convirtió de todos modos en uno de los grandes violinistas de esta nueva época del son huasteco.

Yo conocí personalmente a Eduardo, en 1991, gracias a la ‘Antología de Son de México’. Fueron cuatro años después de haber llegado a Mexico desde Londres y tiempo suficiente para desarrollar mi propia pasión por el son mexicano. En el Festival Cervantino de 1987, conocí a Guillermo Velázquez y a su familia. Su concierto me fascinó en lo más profundo y les entrevisté a él y a su hermano Eliazar el día siguiente. Me invitaron a Xichú para conocer los talleres de música que organizaban en los pueblos del noreste de Guanajuato. En su casa, escuché grabaciones de Los Camperos de Valles y del violinista calentano, Juan Reynoso. Guillermo sacaba, cuidadosamente, una serie de LPs de una caja con portada color naranja. Con esta inspiración, visité a diferentes pueblos en búsqueda de los músicos grabados por un hombre misterioso, que los músicos siempre mencionaron en mis entrevistas, aunque todavía no lo conocía.

La primera vez que me invitó a su departamento, Eduardo escogió música entre su colección de cintas bien identificadas, y tocó, en versiones directas, sin edición ni masterización, grabaciones del cubano Eliades Ochoa y del magnífico violinista calentano, Juan Reynoso. Esa noche se plantó la semilla de Discos Corasón. Le pedí que difundiera más ampliamente sus grabaciones y dijo que sí. En 1992 lanzamos el sello juntos y el viaje sigue hasta el día de hoy.

(Este 5 de agosto a las 20 horas, podrán ver en www.youtube.com/discosCORASON la más reciente parada: una serenata virtual que estamos produciendo para el aniversario luctuoso de Chavela Vargas en las voces de mujeres, jóvenes, cada una que hacen suya la voz de Chavela)

Una Respuesta a “Juan Reynoso, El Paganini de la Tierra Caliente”

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