Imagin-acción

El secuestro de las palabras

Vivimos en una sociedad cuyo lenguaje, en su diversidad a escala global, ha sido capturado al servicio del sistema económico imperante. Es desde allí que podemos ver cómo los cuerpos se someten voluntarios al encanto o al embrujo de lo que se propaga como mantras publicitarios en todos los medios y redes sociales; el lenguaje construye los cuerpos que, en sus actos, en sus andares son meros ejecutantes de lo que emana de los poderes dominantes.

Tal vez no deberíamos sorprendernos que aun sabiendo el daño que nuestras formas de vidas ocasionan sobre todo cuanto existe en el planeta tierra, no hay nada que se modifique de forma significativa en los hábitos cotidianos de las personas. Por otra parte, desde el momento que todos los que pueden emprender una carrera profesional o un emprendimiento; y cuando todos debemos cumplir tareas, citas, todo tipo de producciones, el cuerpo deja de pertenecernos. Pasa solamente a cumplir mandatos, esto anula el deseo. Hay un proceso de mutación y una progresiva incorporación de otras verdades-mentiras; distintas capas se van superponiendo produciendo una sedimentación que obtura toda posibilidad para que el Ser despliegue su potencia de vida.

Hay un lenguaje impuesto que ha disecado el pensamiento crítico y ordenado los cuerpos detrás de las pantallas, el inmovilismo, la falta de participación de la gente en las instancias colectivas va silenciando las protestas, a la vez que, como consecuencia de todo ello, se intensifican los procesos de fragmentación. Aislamiento, soledad, depresión se expanden de manera exponencial. Por cualquier corredor social que transitemos todo cuanto se escucha es la repetición de ideas empaquetadas, estereotipadas, prejuiciosas. Estas se repiten, nadie las piensa o más bien son pensadas desde un lugar sin rostro sin posibilidad de identificación. Son automatismos de un lenguaje que funciona con una lógica binaria, que no tiene previsto el cuestionamiento, lo diferente, lo divergente, la duda; aún menos lo fluido o lo inmaterial.

Podemos constatar la repetición de palabras y frases que se han vuelto comodines como en los juegos de cartas, incluidas en los discursos públicos, privados, políticos, culturales.

“Estamos todos atravesados” “como es adentro es afuera”; “encontrarte contigo mismo”; “todo está en lo micro”; “aumenta tu potencial, tu crecimiento”. “Potenciar tu productividad”; “una enseñanza para preparase al mundo del trabajo”; “el cambio está en ti, en tu superación” ”somos todos diversos” “la comunidad”; “el colectivo”, “cooperación”.

Este es el régimen que nos ordena a través de un lenguaje hegemónico que se repite a la derecha y a la izquierda. Frases, palabras, que van succionando las energías creadoras del individuo y disciplinando los cuerpos. Todo es igual, liso, no deben existir asperezas, la “negociación siempre está abierta”, se eliminan así las ideas antagónicas. Pero lo que se ve en el cotidiano y lo que ya no se puede ocultar es justamente las diferencias antagónicas, los enfrentamientos, los intereses encontrados. Hay una realidad social que nos está reventando en nuestras caras, las palabras están muertas, ya no dicen nada de su esencia, han cambiado los conceptos y eso modifica las subjetividades.

Así la mentira se erige en verdad todos los días, citamos un ejemplo, una marcha pacífica (5 de junio) de trabajadores de la pesca en Montevideo fue violentamente reprimida, hubo 15 personas heridas entre ellos un sindicalista y un periodista de un canal de televisión. Ahora bien, en los noticieros se dijo otra cosa, se habló no de una marcha pacífica de trabajadores sino de hechos violentos, bombas de estruendo, insultos. Los trabajadores pasaron a ser los causantes de todo. Se recurrirá a la ley, a las filmaciones, inclusive los agresores denunciaran haber sido agredidos. Para la opinión pública lo que quedará no es una marcha pacífica sino “disturbios”.

Así como el agua desborda los ríos, los hechos se desencadenan, van llegando a un punto cada vez más cercano de fusión y de que algo se pase sin que ni los rezos, ni el reiki, ni los gualichos, ni de que ninguna teoría de las micro políticas puedan revertir.

Ahora bien, si las palabras murieron, si ya no convocan, si son letras sin alma, sin concepto y que solo disciplinan no será que también toque inventar otro lenguaje, ¿otras acciones? Ya no solo deberemos sembrar semillas sino también inventar un nuevo alfabeto. Sabemos que todo lenguaje es la expresión de una cultura, de una cosmovisión. La tarea parece dantesca, pero es muy probable que ya existan gérmenes en distintos territorios buscando comunicar desde las raíces rizomáticas.

El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin.

Si esas disposiciones desaparecieran tal como aparecieron, si, por cualquier acontecimiento cuya posibilidad podemos cuando mucho presentir, pero cuya forma y promesa no conocemos por ahora, oscilaran, como lo hizo, a fines del siglo XVIII el suelo del pensamiento clásico, entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena”.

(“Las palabras y las cosas Michel Foucault”)

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