Dos artistas originarios de México en residencia (Uruguay)
Trayectorias al Sur del Sur
«Hemos decidido que pertenecemos al mundo, que somos humus y que tenemos derecho al suelo…»
Hace algunos años tuve la dicha de haberles conocido, primero a Olga Guerra y luego a Alfredo Espinoza. Mi primer contacto fue con la obra de Olga Guerra en el EAC (Espacio de Arte Contemporáneo) en Montevideo en 2014 , «Concatenaciones del cuerpo humano». Desde entonces nos hemos cruzado en los laberintos del arte, hubieron algunas colaboraciones puntuales y en especial la obra de Olga fue cobrando en varias oportunidades visibilidad en una ciudad y un medio en donde no es fácil para nadie poder encontrar un lugar o su propio espacio y menos aun para artistas provenientes de otras geografías. Olga Guerra expresa su arte por medio del dibujo, grabado, serigrafía, arte procesual, fotografía, performance, objeto, instalación, intervención urbana, producción vegetativa.
De Alfredo Espinoza conozco más sus producciones gráficas y como con Olga hemos compartido en la residencia Artemisia intensísimos intercambios a nivel del pensamiento y del arte. Esta experiencia relacional de afectos y producciones sumado a que ambos poseen una ética consecuente tanto como personas que como artistas, motivó concederles la palabra para que pudieran expresar sus sentires en relación a la estancia por estas tierras, de todos los vientos y de las diversas derivas. También contarles que hemos construido un vínculo poderosísimo cuya fuerza procede de ese jardín secreto que llevamos adentro, hecho de una antigua herencia de saberes, amorosidad, hermandad. Seremos los guardianes de sus semillas , plantaremos vida.
Invito a los lectores a visitar sus producciones en este lazo: https://www.instagram.com/embo_serigrafia/?hl=es-la
Sandra Petrovich
Cosechando Imágenes
Olga Guerra y Alfredo Espinoza
Hemos venido de ciudad Juárez, del gran desierto de Chihuahua en México, el sol y las escasas lluvias le dieron a nuestros gestos un árido aspecto, y al mismo tiempo nos dieron el deseo de una tierra fértil en la cual poner nuestra semilla.
El sol cubría todo con sus rayos dolorosos, hacía de la realidad una explicitación de las consecuencias del neoliberalismo en los cuerpos marginales de una frontera violenta. A finales de los años 80s los cuerpos de las mujeres pobres comenzaron a ser tratados como material de desecho, primero por la industria maquiladora y luego por la misoginia que más tarde la académica y activista feminista Julia Monárrez llamaría “feminicidio sexual sistémico.” En el 2007 se impone por mandato en ciudad Juárez una “guerra contra el narcotráfico” en la que fueron asesinadas de las maneras más brutales y sangrientas más de 10,000 vidas humanas.
En un escenario donde las apetencias del ser joven se truncan con la imposición de toques de queda y la criminalización de la juventud, la sensación de imposibilidad ante tanto dolor hacía que nuestra producción artística buscara modalidades de encuentros que permitieran un lugar para el dolor, la palabra, la amistad, el silencio luctuoso y el abrazo compartido.
Para un par de jóvenes artistas nacidos a la luz de un modelo neoliberal que prometía luces de neón, plásticos flúor y mercancías para todos como la cúspide de la igualdad, llegó rápidamente el desencanto, sabíamos de primera mano que el privilegio de unos era la esclavitud de otros. Por eso decimos que “venimos del futuro”, de la distopía del deseo liberal.
Así quemaba el sol en nuestros recorridos a pie en los barrios del poniente y norponiente de la ciudad, el dolor se hacía costumbre y las costumbres eran heridas abiertas que todavía sangran. Pero nosotros soñamos un desvío hacia al sur del continente, le dimos la espalda al sueño americano y llegamos a la cuenca del Río de la Plata. Pusimos nuestro mundo de cabeza y las raíces no encontraban lugar y el follaje no encontraba la luz. Celebrábamos las lluvias fuertes, la niebla y la inmensidad del Río hasta que el exceso de agua abatió nuestros ánimos. La neblina se convirtió en un hechizo atroz que el miedo al extranjero latinoamericano usaba para cubrir nuestras diferencias y hacernos desaparecer, debimos buscar el sol interior para no permitir que la humedad hiciera daños estructurales en nuestros cuerpos y sobrevivir así a la indiferencia, el miedo y el rechazo. La inmensidad del Río de la Plata llevaba nuestra vista a la lejanía de ningún lugar y al mismo tiempo ponía el mundo a disposición, pero estando, no estábamos ni aquí, ni allá.
“Soñar, ¿no es comportarse como un extranjero?”
Edmond Jabès
Pero nuestra herida se ha encarnado en un cuerpo irregular, algo más que nosotros mismos, y de pronto una estatua le pregunta: “¿de dónde sos?”, lo informal responde: “Vengo del margen de la historia, del filo aporético que se produce cuando dos olas se confrontan”. A diferencia de los padres fundadores pesados como la positividad del mármol, llegados desde la distancia a instaurar y administrar la forma, nuestra presencia nunca termina de llegar, el ruido nos delata, ¡bar, bar, bar!, traemos la lejanía debajo de la lengua y con ella una apertura, no para refundar sino para conjurar a todo fundador, las expectativas trascendentales de la institucionalidad resbalan como agua condensada en la superficie del sentido, llegamos al anochecer cuando el sereno fecundo penetra las palabras.
“Es preciso que el soñador sea más fuerte que el sueño”.
Gérard de Nerval
Hemos decidido que pertenecemos al mundo, que somos humus y que tenemos derecho al suelo, aunque cuando un cuerpo se desplaza fuera de un plano definido surge insistentemente la sospecha ontológica: “¿de dónde sos?” Y nosotros respondemos con nuestros actos diciendo en gestos sutiles y a veces explícitamente: “Soy de aquí, de la tierra que piso y hasta donde me muevo”.
En la hoja habita el bosque. Lo que amamos nos constituye.
El territorio para el extranjero es contingente, su presencia un incesante entrar y salir de las formas, del nosotros siempre provisorio, arraigo de zapatos desajustados, y es justamente al plantar cierta desnudez con la tierra que se abre una experimentación con el territorio vivo, la posibilidad de desordenar el mundo y jugar.
Algo se escucha al fondo de la habitación, una taza y un plumero que gritan: “¡¿Es posible vivir sin fijar la identidad?!” El viento responde: “Lo que no toma forma no figura en el círculo de la mercancía”. Ahora, al final de la fila de espera, fuera de la patria, un gesto decide abandonar lo que no se mueve, ya que también hay dioses que no bailan y semillas que entorpecen su germinación.
Por eso decimos que es tiempo de comer, de festejar, de llevar a la boca imágenes y palabras.
Sandra Petrovich
Artista plástica, poeta y activista social. Una de las fundadoras de la revista virtual Alternativas.