Romper el Cerco

Andrea Cegna

Desahogo

Soy padre, separado y precario. Precario en el sentido del trabajo, de la emoción, del futuro. Pero firmemente unido a la idea de ser padre. Ser periodista independiente en Italia es algo así como un imposible, la paga es ridícula y los salarios a veces ni siquiera son los peores. Para sobrevivir sigo trabajando en el mundo del espectáculo, incluso allí de forma precaria y como freelance. A mis casi 42 años, la idea de «dejarlo todo» es fuerte, continúo porque al final el periodismo es para mí, al menos me lo parece, una manera de seguir siendo militante en un momento de la historia en el que ya ni siquiera formo parte de las trayectorias políticas colectivas.

Una sensación nueva, extraña, difícil. No formar parte de un colectivo, de una asamblea política, no sentirme parte de una comunidad humana y política es algo alienante que he ido asumiendo poco a poco desde que decidí dejar Zam y Milano en Movimento. De alguna manera siempre he encontrado un lugar donde quedarme, hasta hoy. En esta situación de vacío que se ha generado porque he sido absolutamente incapaz de liberar la relación de las formas patriarcales de privilegio, no encuentro espacio para «retomar» un camino colectivo. Tal vez porque, día tras día, se hace más pesada la situación relacional con un reparto asimétrico de responsabilidades y cargas, y en mi incapacidad no sólo para captar los signos de insatisfacción, cansancio y frustración, sino también para tender puentes de diálogo para tratar las tensiones cuando surgían, ahora me siento fuera de lugar en cada puesto político. El 25 de noviembre en Roma, en medio de medio millón de personas, me sentí sucio y equivocado, feliz de ver cómo esa marea fucsia se apoderaba de la ciudad, gritando rabia contra la violencia de género y las formas de explotación que crea un mundo occidental dominado por los hombres. El 8 de marzo en Buenos Aires, el tsunami con el que el movimiento feminista desafió a Milei y sus tremendas políticas contra la pobreza basadas en el odio a los feminismos me conmovió, pero nuevamente me sentí fuera de lugar, lejos de poder ser parte de ese poder, fuerza, rabia digna.

No sé si esto es un exabrupto o un intento de abrir un espacio de confrontación, diálogo y debate sobre cómo se puede ser varón, blanco, cisgénero y occidental y al mismo tiempo encontrar formas de construir un mundo donde ser varón, blanco, cisgénero y occidental no sea una forma de privilegio que se replique en formas de violencia a distintos niveles. Y me doy cuenta que esto es así porque mientras escribo estas líneas estoy en un hotel 4 estrellas en Iguazú, no de vacaciones sino porque estoy ocupado guiando un viaje organizado y en los espacios que este trabajo me deja estoy tratando de reunir el material necesario para contar la historia de la resistencia argentina y tratar de entender/relatar el proceso que llevó a los jóvenes y pobres a votar por Milei. Así que sí, mi precariedad me convierte de todos modos en un sujeto privilegiado y mi privilegio se expresa de hecho sentándome sobre aquellos que sufren mi posición de dominación. Compré un libro con cuentos mapuches para mi hijo, algunos de ellos son interesantes y pintan un mundo muy distinto al que suelen colorear los cuentos occidentales, no sé si esta es una forma de enfrentar la paternidad de manera crítica, tratando de darle a mi hijo las herramientas para que no repita mis errores, ciertamente sé que esto no es suficiente para cambiar el mundo, para cambiarme a mí mismo, para permanecer en este planeta rompiendo el círculo en el que crecí, que repliqué, que alimento. Antes de partir en este viaje hice dos entrevistas importantes, una con Sergio Bologna, otra con Manuel Delgado. Un historiador y un antropólogo. Ambos recordaron cómo la crítica al colonialismo tiene orígenes lejanos, orígenes que el feminismo y los estudios poscoloniales han retomado y no inventado. Ambos citaban a Frantz Fanon. Fanon murió en 1961, pero en su corta vida escribió cosas tan poderosas como «La violencia es el hombre recreándose a sí mismo» o «Para el colonizado, la vida sólo puede nacer del cadáver putrefacto del colono» y «Hay un hecho: los blancos se consideran superiores a los negros» y también «Lo que cuenta no es conocer el mundo, sino cambiarlo». Sin duda algo que se ha ido perdiendo con el paso de los años y que con la fractura que se ha ido creando cada vez más entre el mundo académico y los movimientos ha llevado a la pérdida de referencias culturales, de pensamiento crítico, de patrimonio de lucha. Que como toda herencia puede y debe ser medicada, debatida, superada, pero que ciertamente es necesario conocer… porque creo que una de las mayores caras de la crisis del mundo al que pertenezco es la pérdida de la complejidad del pensamiento y por tanto haber aceptado la lógica del «porrismo» y la polarización.

No sé si esto es sólo un exabrupto, seguramente me gustaría encontrar momentos y espacios colectivos para seguir hablando de ello no por placer sino por revolución, porque estos 15 días en Argentina me dicen que la revolución posible hoy es la marcada por transfeminismos capaces de «generalizar» la protesta incluyendo discursos de justicia social además de la cuestión de los derechos civiles y saliendo así de la «zona de confort» de la academia, del pensamiento puro e ideológico, creando una mezcla mágica que mantenga unida la fuerza de la idea con la complejidad de la práctica, jugando en la zona mixta de la vida donde la idea se amolda al contexto, orienta la protesta pero se aplica a la situación, manteniendo unidas a la intelectual blanca, a la activista de la economía popular, a la mujer que redescubre su historia como indígena o la reivindica con fuerza, y a las que quieren un mundo ecológico. Y me pregunto cómo no ser un obstáculo para esta revolución que, como todas, crea un antes y un después y resetea el orden social, humano y no sólo político. Porque creo que lo mejor que puedo hacer hoy es simplemente cambiar para no ser un obstáculo a este maravilloso tsunami púrpura y verde como la plaza de Buenos Aires, como los pañuelos agitados con orgullo el 8 de marzo y como se ve en las plazas de todo el mundo ese día que por fin deja de ser festivo para convertirse en una jornada festiva de lucha.

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