En tierra ocupada

Melissa Cardoza

Cuatro años sin ellos

Una pierde a un ser querido y todo lo que se vive con esa persona vuelve una y otra vez en reedición según el tiempo, las emociones, la selección de la memoria. Se les recuerda cada que una se junta con quienes le conocieron, y sus errores se borran, las manías resultan divertidas, y algunas de las experiencias más duras se silencian. Cuando fueron compañeras de lucha nos resuenan sus ejemplos del hacer, las lecciones de sus palabras. Si rompieron la dignidad de la gente con la que compartieron la vida, se les olvida justamente.

La muerte no trata a  las personas por igual, hay miles que mueren por la opresión histórica, la guerra, por falta de alimento y todos los medios de la vida misma. La brutalidad de la especie contra sí misma. El hecho común de la muerte es el final de esa vida, y de lo que se pudo  edificar o trastornar a su paso y ritmo, y se detiene.

El dolor de perder a un ser querido sí es muy parecido, sin embargo; y una lo sabe cuando lo platica en el bus, en los pasillos de un hospital, o en la pulpería. Cuidar la vida es lo más importante, lo más valioso, lo que no se puede poner en duda ni entredicho; sin la vida hemos perdido. Y así afrontamos los días con la conciencia de que la muerte llegará a nuestro propio jardín, y nos angustia, como cuando llega la hora de aquellos que nos trajeron  o han tratado  de regalarnos lo mejor del mundo.

Por eso luchamos, las luchan todas son para y por la vida, la de sanar la tierra, la de los ríos libres, las infancias felices, las mujeres sin miedo, los hombres sin veneno, los seres no humanos con la posibilidad de coexistir. Por valorar la gran y diversa comunidad que palpita y respira, y es por eso que algunas tenemos un enorme afán por cuidar, reclamar, construir.   

Entrar a la casa de alguien y llevárselo, sacarlo de su familia, apartarlo de sus árboles, del mar y los caminos, usar su cuerpo y sus palabras para aterrorizar a otros, hacer que las noches desde esa fecha sean sólo pesadilla y nunca más sueño, es aún peor que la muerte.

Hace cuatro años, en un fatídico mes de julio, en la comunidad de El Triunfo de la Cruz, Tela, Honduras, secuestraron de sus casas a cuatro jóvenes hombres luchadores por el territorio, los bienes comunes y su cultura ancestral. Quienes lo hicieron llegaron en carros veloces y portaban uniformes policiales. Los desaparecieron. Desde entonces no hemos parado de exigir que se investigue su paradero, que los traigan de regreso, sus compañeras y compañeros de organización no dejan de buscarles. El gobierno sigue en silencio y el tiempo se va volviendo una tortura para los que conocieron sus voces y risas y les extrañan en cada hora y cada abrazo anhelado.

Milton Mejía, Suami Mejía, Gerardo López, Snaider Centeno siguen desaparecidos, los conflictos por el despojo del territorio ancestral sigue presente en las comunidades garífunas, las amenazas, asesinatos, vigilancias contra líderes está vigente, las sentencias ganadas por las comunidades ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos siguen sin cumplirse.

 El Estado de Honduras es el responsable de todas estas condiciones de muerte que atenta contra nuestras hermanas y hermanos.

Hasta encontrarlos, la lucha sigue

De sus casas los sacaron, en sus casas los queremos

Melissa Cardoza

Escritora, activista feminista integrante de la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras y la Asamblea de Mujeres Luchadoras de Honduras.

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