Tormentas y esperanzas

Eduardo J. Almeida

Cuando la democracia se convirtió en tiktok de las marchas

Marcha del 12 de octubre, encabezada por pueblos y organizaciones indígenas. Foto: Gerardo Magallón

Cuando una marcha por la democracia tiene como protagonistas a una colección casi completa de los responsables de que México esté sumergido en todas las violencias posibles sabes que algo anda mal, cuando el presidente contra el que marchan esconde bajo velo de la transformación al resto de los responsables de esas violencias y pretende hacerlos pasar por demócratas, sabes que el problema es mucho mayor pues significa que la democracia se ha convertido en una perversa puesta en escena de oposiciones entre caudillos, caciques y catrines, un juego para ver quién va gestionar el negocio de la tragedia. Las montajes de las marchas de arriba no es un ejercicio de democracia, es la continuidad de la lógica de promesas, sobornos y miedo eufemísticamente llamados elecciones, programas sociales y seguridad nacional.

La marcha en presunta defensa del INE se convirtió en la excusa perfecta para que las grotescas élites que perdieron el control de las instituciones del Estado trataran de ganar impulso rumbo a las elecciones de 2024. No sólo estaba el empresariado disfrazado de sociedad civil, como Claudio X. González, también estaban ex-presidentes y gobernantes que hicieron de México una gigantesca fosa clandestina, los sectores más conservadores y coloniales de la Iglesia católica y por supuesto, los artífices de más de un fraude electoral, todos en defensa de las “instituciones democráticas” y de la “libertad”.

La marcha en presunta defensa del INE se convirtió en la excusa perfecta para que el presidente que cobija a las grotescas élites que tienen el control de las instituciones del Estado convoque a su propia marcha para demostrar que el impulso que ganó en 2018 puede sostenerse hasta 2024. El domingo marcharán no sólo élites partidistas disfrazadas de pueblo, intelectuales que justifican la militarización, sino también caciques y gobernantes que alimentan el paramilitarismo y quienes en éste sexenio se benefician del despojo y la violencia.

Hace poco más de un mes hubo otra marcha, un 12 de octubre, una marcha en la que los pueblos indígenas hacían visible el despojo de sus territorios que continúa implacable sexenio tras sexenio sin importar que élite toma el Paseo de la Reforma. Denunciaban la militarización del país que inició Felipe Calderón y que López Obrador ha institucionalizado por todos los caminos posibles, una militarización que llega acompañada, o acompañando tal vez, el crecimiento del narcotráfico en las comunidades indígenas que se entrelaza con los proyectos extractivos y de infraestructura. Señalaban los crímenes de un gigaproyecto de extracción de recursos, transporte de mercancías, producción y transmisión de energía y gentrificación dirigido a fortalecer las relaciones coloniales y capitalistas en el continente, es decir, a las élites que hoy convocan unas y otras marchas.

El slogan preferido de los marchistas del poder es “fortalecer a las instituciones” sea desde la narrativa de la transformación o de la oposición. ¿De qué instituciones hablan? Del el INE que encubre las trampas de los presuntos candidatos independientes que representan intereses de élites empresariales mientras obstaculizan por todos los medios el camino de la primer candidata indígena en México; de las fiscalías que sirven de estorbo a las investigaciones de quienes buscan a sus desaparecidos; de las secretarías de Estado que se aseguran de que las minas y demás proyectos de muerte tengan campo abierto; de las fuerzas armadas que cuando no están coludidos con carteles están reprimiendo migrantes o desalojando a quienes defienden el agua. Es esa institucionalidad que para la mayor parte de los mexicanos es una fuente de abusos o un estorbo en el mejor de los casos. Esa institucionalidad cuya única función es evitar que crezcan y florezcan los únicos resquicios de democracia en México, los que ocurren desde la autonomía frente al Estado.

Las ofensas y escupitajos que se lanzan entre las marchas de las élites lo que muestran es que para la política de arriba ese es el diálogo político y sobre todo esos son sus únicos interlocutores, los que refuerzan un populismo fanático desde el otro. López Obrador y sus criaturas avientan escándalos en contra de la élite contraria y los Claudios y demás criaturas del jurásico político mexicano lanzan escándalos de vuelta, para que entonces López Obrador hable de ellos en su mañanera y los otros le respondan el resto del día y así hasta que las elecciones ajusten el guion de la siguiente temporada del tiktok de las marchas.

Ambas marchas son marchas que se nutren de fuerzas populares que, por supervivencia o emocionalidades recubiertas de ideología, las alimentan, de fuerzas populares que refuerzan las narrativas del poder de unos y otros, pero que trágicamente no forman parte del proyecto de unos y otros, no son interlocutores para unos u otros, son cuerpos con los que se construye el escenario para que unas y otras élites se hablen entre ellas. No se trata de dar o quitar legitimidad a lo que pueda explicar las motivaciones de quienes desde abajo, desde una intención genuina marchan en una u otra, pero sí se trata de cuestionar las razones que los y las llevan a ser el músculo de sus verdugos.

Ambas marchas juegan a los números, a tratar de hacer geometrías de cuerpos, calles y plazas para poder hacer que los números parezcan fuerza y legitimidad, para que la publicidad y los simplismos ideológicos suplanten los dolores profundos y cotidianos de éste país. Para que reine el olvido y con él se cubran las fosas de muerte y destrucción y nos puedan vender el colapso a precio de esperanza.

Tamara San Miguel y Eduardo J. Almeida

Tamara San Miguel y Eduardo J. Almeida tratan de acompañar y tejer caminos entre luchas. Son integrantes del Nodo de Derechos Humanos, del proyecto Etćetera Errante y Adherentes a la Sexta Delcaración de la Selva Lacandona.

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