El Vocho Blanco

Eduardo Llerenas y Mary Farquharson

Camino a la Huasteca

En casi 50 años de viajes a la Huasteca, Eduardo Llerenas ha visto que los viejos sones, interpretados en violín, huapanguera y jarana, con falsetes en el canto e improvisación en los versos, siguen dominando los gustos locales. Aunque hoy día los contraten para escenarios con luces electrónicas y presentación del trío con rever estilo sonideros, los sones son los mismos y la fuerza de esta gran música se queda intacta. En el caso del son huasteco, la instrumentación no pide percusiones exóticas, ni guitarras eléctricas. El falsete, los rasgueos y el punteo de dos guitarras y el vuelo vertiginoso de un buen violín sigue siendo el plato fuerte.

Cuando hizo sus primeros viajes a la Huasteca, a principio de 1970, los centros más importantes para el son huasteco fueron Pánuco al norte de Veracruz, Ciudad Valles en San Luis Potosí y el puerto de Tampico en Tamaulipas. Huejutla, en la Huasteca hidalguense, también fue importante, con sus sones salpicados con fuerte presencia nahuatl. En Pánuco, la escuela del violinista ’El 30 meses’ (Inocencia Zavala) marcó un estilo, notable también en Aureliano Orta, con un ritmo pausado, más dulce que el de Ciudad Valles en donde los violines de Heliodoro Copado y Nicho Ramos tocaron con una furiosa intensidad.

En el famoso Bar Comerical (el BarCo) de Tampico tocaba el gran violinista Juan Coronel, ícono para los jóvenes huapangueros, aunque él mismo aprendió su estilo escuchando discos de Elpidio Ramírez, ‘El Viejo Elpidio’, en una victrola que había ganado en una rifa con su boleto de un peso. Juan nació en el campo cerca de Pánuco, pero hizo historia en Tampico. En el BarCo, Juan compartió escenario con otro violinista de cinco estrellas, Carlos Castillo. Mejor conocido como ‘El zurdo’, este músico fue capaz de agarrar cualquier instrumento de cuerdas y, además de los huapangos, tocar un bolero, una polka, un foxtrot, un charleston, antes de volver a su violín y tocar las cuerdas del alma con su ‘Huasanga’ magistral.

Un trío que sigue como referencia en el son huasteco casi 50 años después, es Los Camperos de Valles. Eduardo había conocido a Marcos Hernández, actualmente el director y voz primera del trío, afuera de una cantina en Ciudad Valles, cuando él, Enrique Ramírez de Arellano y Beno Lieberman escuchaban a tríos durante uno de sus múltiples viajes a la región. Marcos tenía 17 años y no lo dejaron entrar a tocar en la cantina. Eduardo empezó a hablar con él y, al escuchar su falsete, hicieron cita para grabar ‘El San Lorenzo’, ‘Las flores’, ’El bejuquito’ y ‘El fandanguito’, entre otros sones que, años después, se incluirían en ‘La Antología del Son de México.’ Para mí, son lo más glorioso de esta colección de seis LDs producida en 1985.

En estas primeras grabaciones, el trío se llamaba Los Cantores de la Sierra, con el tío de Marcos, Fortino Hernández, en violín e Ismael ‘Joel’ Monroy en la jarana y voz. Cuando Helidoro Copado entró a tomar el violín, el trío se rebautizó como Los Camperos Huastecos. Luego, Gregorio ‘Goyo’ Solano reemplazó a Joel y Los Camperos de Valles se estableció como uno de los tríos más importantes en la música tradicional del país. Eduardo ha grabado a este trío en todas sus vidas, incluso después de que el legendario Heliodoro fuera reemplazado por el joven virtuoso Camilo Ramírez, de Ciudad Victoria, Tamaulipas. Con Heliodoro, lo grabamos en los estudios de Peter Gabriel, llamados ‘Real World’. En este molino de trigo antiguo, impresionantemente equipado con en tres estudios, se ha grabado a tantas estrellas mundiales, a Nusrat Fateh Ali Khan, a Papa Wemba, a Youssou N’dour y a Los Camperos de Valles, entre muchos artistas más.

En los años 90s, creció la presencia del son huasteco en Hidalgo, al norte de Pahuatlán, en pueblos como San Bartolo Tutotepec y en ranchos como Chicamole, de donde son el famoso Trio Chicamole. Sus integrantes tocaban en mariachis y grupos norteños, antes de establecerse como uno de los mejores tríos huastecos del momento.

En Hidalgo se puede hablar de una ‘explosión’ del son huasteco, con la creación de muchísimos tríos que radican en la región o en la CDMX. A mediados de 1990, conocimos a uno de los tríos que encabezó este auge, Dinastía Hidalguense. Aunque no provino de una larga tradición de huapangueros, logró dejar huella entre los jóvenes huapangueros. Esta generación había aprendido a dominar el escenario público, sin perder contacto con la fuente de su música que son las fiestas familiares, con un público que alimenta e inspira la tradición.

Fue en 1996 cuando Dinastía nos invitó a una fiesta patronal en Chalmita, un rancho con agua y palmeras en el semi desierto hidalguense. En ese viaje, el vocho blanco iba lleno al tope con un periodista gringo, Sam Quiñones, el fotógrafo Tomás Casademunt, Nuria Santiago y yo. Sam intentaba entrevistar a Eduardo mientras que éste negociaba las curvas, expresando que estuvimos en una brecha de primera (velocidad). Sam cogía con fuerza la agarradera del vocho y dejó de preguntar sobre el futuro del son huasteco.

Ya en el pueblo, los músicos nos presentaron a amigos y compadres y, en la casa de cada uno de ellos, comimos barbacoa que había preparado toda la noche anterior en hoyos en el patio de cada casa del rancho. Llegamos a la cancha de basquet después de la medianoche, a tiempo para escuchar el último de los grupos comerciales de cumbia y de banda y el anuncio, estilo sonidero, de la entrada de Dinastía Hidalguense. Fueron, para todos, las estrellas de la noche. Durante varias horas, los tres músicos movían y conmovían a la gente. Nadie se quedó sentado. Cuando anunciaron ‘El caballito’ todos se reunieran en una rueda única de baile. El son no cambia, pero cada generación le da su propio picor.

Con el nuevo siglo se han formado muchos tríos ellos de mujeres. Entre ellas están La Nueva Herencia, formado por las tres hijas del gran violinista Camilo Ramírez de Ciudad Victoria, Tamaulipas. Ellas aprendieron en la mejor escuela de son, que es la de la misma casa, pero hay otros excelentes tríos, como Las Amapolas, que se han formados en algún taller de son.

Cuando Eduardo y sus amigos empezaron a documentar el son huasteco en 1971, fue muy difícil grabar a las mujeres que escucharon en fiestas familiares, porque no fue bien visto ser huapanguera. En Pánuco, lograron grabar a Ema, ‘La Güera’ Maza, acompañada por el Trío de Pánuco, así como a Natalia y María Antonieta, Las Hermanas Valdés, con el trío Renacimiento Huasteco. Años después, grabaron a una joven llamada Esperanza Zumaya, misma que sigue muy activa el día de hoy. Los festivales y talleres, que no existían en los viejos tiempos, han contribuido a que este estilo sea tan vivaz, con músicos reinventando las letras del viejo repertorio. Hoy, durante la Pandemia, el son huasteco se transmite diario, virtualmente, desde las casas de muchos músicos. Al sentarse a ver y a escuchar sus fandanguitos y sus peteneras, se nota que el placer que dan, también lo reciben.

Una Respuesta a “Juan Reynoso, El Paganini de la Tierra Caliente”

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