Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

Volodimir Zelenski, el hombre del año según el Financial Times y The Times

Cuando el gran Eduardo Galeano escribió su libro “El Mundo Patas Arriba”, ni él ni nosotros sabíamos que el mundo todavía estaba normal. Y si ya en ese momento estaba patas arriba, ahora además de patas arriba, está al revés.

La semana pasada, el periódico británico Financial Times y esta semana, el seminario The Times, del mismo país, nombraron al presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky la “persona del año”.

Un personaje penoso, por sus habilidades actorales nombrado gerente general de la colonia llamada Ucrania, alguien quien después de ganar las elecciones presidenciales encabezó el ordenamiento de las ruinas humeantes de su patria para servir a la mesa de sus patrones todo lo rescatable. Prometió paz en la ensangrentada región de Donbás y ya en el poder, hizo un notable esfuerzo para provocar la guerra con Rusia. ¿Qué se sabía de él antes de la actual tragedia ucraniana? Sus indudables dones artísticas, hasta para tocar el piano con su aparato reproductor y luego, en la campaña electoral, digna de la pluma de García Márquez, contra su rival empresario nacionalista Petro Poroshenko, su pequeña esbelta figura, su agudeza verbal, pese a lo precario de su idioma ucraniano, que él aprendía sobre la marcha, ya que siempre fue rusoparlante, de la provincia del sur, sus promesas de negociar “hasta con el mismo diablo” para lograr la paz para Ucrania y el argumento más imbatible de todos: su etnia judía. Para el ingenuo mundo de sus votantes, el hecho se ser judío era como una prueba de que Ucrania no es un país nacionalista y la garantía de que los grupos ucranianos nazis, tan activos en la seudorevolución del Maidan serían disueltos.

En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, realizada el 21 de abril de 2019, Zelenski sacó un 73,23% de votos, lo que dio a su gobierno una enorme legitimidad. Una de sus principales promesas fue normalizar las relaciones con Rusia, a lo que aspiraba una gran mayoría de los ucranianos, quienes sin tener que ser admiradores de Putin, estaban cansados de la retórica antirrusa del gobierno anterior, confirmada con la ruptura, por iniciativa ucraniana, de las relaciones con el país vecino, donde casi todo el mundo tenía familiares y amigos cercanos.

El gobierno de Volodimir Zelensky (quien en su natal ruso siempre fue Vladímir), hizo exactamente lo contrario de lo que se esperaba. Con su gobierno aumentó drásticamente el número de las calles y plazas que fueron renombradas en homenaje a “los héroes ucranianos” colaboradores o lugartenientes de los nazis como Stepan Bandera o Roman Shukhevich, los grupos paramilitares de la ultraderecha no sólo consolidaron su control de los espacios públicos de las ciudades ucranianas sin llegaron a ser parte de las Fuerzas Armadas de Ucrania y sus cabecillas se convirtieron en una especie de comisarios políticos con el poder superior al de otros mandos. La policía ucraniana de algunos departamentos del país que se atrevió a reprimir a los grupos nazis que atacaban a los ciudadanos que conmemoraban el triunfo de su pueblo sobre el fascismo alemán, recibió fuertes represalias de parte del poder político, con el despido de sus jefes de la institución, mientras los asesinatos de los civiles, activistas de izquierda y antifascistas ucranianos seguían impunes. Luego fueron cerrados todos los medios de oposición, por ser “prorrusos”, “antipatrióticos” y “promover la ideología comunista” legalmente igualada al fascismo, con la única diferencia de que las esvásticas se podían ver en la mayoría de las manifestaciones políticas de los “patriotas” y por una insignia con la hoz y el martillo se podía ir a la cárcel. Una de las nuevas leyes prohibía opinar bien, públicamente, sobre la Unión Soviética. El régimen de Zelensky prácticamente acabó con la Constitución, el estado ucraniano rearmó el sistema de salud, privatizando y despojando toda la infraestructura heredada de la URSS, la educación incentivaba la ignorancia, girando alrededor del nacionalismo más primitivo, donde servía lo que fuera, con la única condición de que ser antirruso y anticomunista. Mientras el servicio nacional de la seguridad del estado (SBU) abiertamente estaba controlado por la CIA y MI-6 y el gobierno mendigaba la entrada en la OTAN, (que como aspiración nacional llegó a ser parte de la Constitución del país), Ucrania perdía todo su potencial industrial, científico y cultural, solo en un par de décadas convirtiendo a la república más próspera de la URSS, en el país más pobre de Europa.

El único rol de la Ucrania de Zelensky consistía en ser la punta de lanza de Occidente, y hacer méritos ante los EEUU, provocando a Rusia y generando un permanente foco de inestabilidad política en el corazón de Europa.

La imagen mediática del presidente ucraniano, predeciblemente construida por los marketólogos de Hollywood, poco tiene que ver con el personaje real. Un amigo ucraniano del mundo del teatro me contaba que sus colegas, que estudiaron con Volodimir cuando éste todavía era Vladimir, se acuerdan de él como una persona tanto talentosa como cobarde. La guerra, con su lógica de mortal absurdo, convirtió a un inepto y escandaloso personaje a cargo de un país moribundo, con rating de cerca del 23% (sin olvidar el 73% que solo 2,5 años antes tuvo), en un líder convertido gracias a los medios de comunicación, (que están en las mismas manos de quienes buscaron y lograron esta guerra), en el principal héroe y candidato, en un gran mártir de la historia moderna. Las leyes del mercado de las “verdades” dicen que Zelensky debe morir.

Es curioso que Zelensky, quien el último año de su presidencia fingió luchar contra los oligarcas ucranianos ahora sea premiado por el principal vocero de la oligarquía internacional que es el periódico británico Financial Times. Como siempre no faltará público ni influencers, ignorantes o cínicos o ambas cosas juntas, para compararlo con el Che Guevara (según su actual disfraz, sin afeitar) o con Salvador Allende (por su cargo y la actitud de terca de no renunciar), pero solo con un poquito de mirada atenta, se dará cuenta de que este trágico rol del actor Zelensky, es su única posibilidad de sobrevivir en medio de la tragedia, donde los verdaderos protagonistas están a miles de kilómetros de los campos de batalla, y a pesar de ser elegido hombre del año de Financial Times, él sigue siendo un actor secundario, totalmente irrelevante y reemplazable dentro del guión escrito sin él.

Pero muy poco importa el señor Zelensky y todo este circo alrededor en comparación de decenas de miles de vidas de ucranianos, rusos, europeos y otros que solo por la conveniencia política, mediática y económica, siguen siendo sacrificadas en el más sangriento de los teatros de nuestros tiempos.

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