Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

Trump ruso

El gran dramaturgo chileno Juan Radrigán nos dejó una gran definición de este momento histórico: «Está la esperanza y la desesperanza y, en medio, la inesperanza. Lo que no existe. Chapotear ahí. En eso estamos…» Una vez más de acordé de la inesperanza, cuando la elección presidencial entre dos males en los EEUU arrojó al olimpo del poder a un ser prepotente, machista y pelirrojo.

No es que me canse de las eternas discusiones acerca del rol del nuevo gobierno del imperio de siempre. Dentro de las tinieblas de nuestros tiempos no es difícil coincidir entre muchos en un refugio metafórico o verbal, pero asomándonos de las trincheras de nuestras teorías, vemos cuánto faltan todavía los caminantes. No me preocupa una que otra pelea más entre quienes alguna vez nos decíamos ser de izquierda. Lo que sorprende y se extraña es una falta de la vergüenza y del sentimiento de asco. Sí, estas son las dos primeras sensaciones que me causa el personaje llamado Donald Trump y es lo que echo de menos en varias evaluaciones de su triunfo electoral realizadas desde Rusia… varias, para no decir la mayoría…

Muchos rusos apoyan a Trump y nada que hacer. Su miedo y su merecido rechazo de los gobiernos demócratas, esos responsables de las ultimas guerras desde Libia y hasta Ucrania, inclinó la balanza de sus simpatías hacia alguien que prometió una política exterior diferente. Repiten la terrible frase de siempre sobre lo que es un “mal menor” agregando la estupidez de que “todavía no sabemos”. Aseguran mirar y no ven ni su racismo, ni su machismo, ni la islamofobia, ni nada. No les importa el muro con México. No les duelen las amenazas a Cuba. Hasta le encuentran razones y sentido común y dicen admirarlo por cumplir sus promesas. Tal vez este será el remedio que necesita una buena parte de la izquierda latinoamericana que sigue viendo Rusia como heredera de la URSS y se resiste a reconocer lo obvio: ese mundo cambió definitivamente y no hay vuelta hacia atrás; los valores de los pueblos de la ex URSS han cambiado de una manera radical y sus sociedades son tan o tal vez más capitalistas que el resto del mundo.

En el actual conflicto de poderes, Rusia, atacada por las potencias occidentales y su poderío mediático y económico, sin lugar a duda es una víctima que se defiende como puede, pero ya no es una guerra entre los sistemas o filosofías, es un choque entre los depredadores de diferente capacidad de destrucción, pero guiados por los mismos instintos. En la fiesta mundial de los oportunismos, los rusos celebran el triunfo de Trump, porque “les conviene”, igual que en los años 30 del siglo pasado a Stalin le parecía conveniente el choque del fascismo alemán con las potencias occidentales, como elemento que se supone que debilitaba al sistema capitalista.

Es difícil hablar de Trump en Rusia. Cuando nos indignamos, nos acusan de apoyar a Hillary.  No entienden por qué decimos que los musulmanes de hoy son los judíos de hace un siglo. Los inmigrantes rusos en Israel, Europa Occidental y Norteamérica aplauden sus medidas contra la inmigración. Los pueblos de la ex URSS en su gran mayoría sumidos por el capitalismo en la pobreza generalizada admiran a Trump por ser un empresario exitoso y afirman que “no puede querer una guerra porque tiene muchos hijos” y que está preocupado por la moral y el futuro “por repudiar a los maricones”. Jamás repetiría este discurso si no fuera muy común.

En el siglo pasado no hubo nada más heroico y trágico que la historia de la Unión Soviética, un ejemplo superior de lo posible y lo que se sueña. Sus logros son enormes. Pero la mirada hacia Trump desde la Rusia de hoy no es otra cosa que una prueba más del fracaso definitivo de ese modelo del socialismo. Los pueblos que durante más de sesenta años tuvieron lejos la mejor educación del mundo y ganaron la peor de las guerras contra el peor enemigo de la humanidad, hoy están muy confundidos y manipulados por el poder, como los demás. Porque en definitiva el repugnante patito de Trump nos importa muy poco. Lo que importa es liberarnos de las ilusiones y los espejismos de la pasada guerra mundial… la tercera… y claro… cómo haremos nuestros futuros manuales de historia cuando la humanidad triunfe… porque… porque los rusos ya no sirven.

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