Mujeres Transnacionales

Instituto para las Mujeres en la Migración, AC

Trabajadoras migrantes del hogar sostienen crisis sanitaria

Por. Instituto para las Mujeres en la Migración, AC

Twitter: @imumidf

Hace dos años Marlene se convirtió en mi vecina. Llegó a rentar a la casa de al lado junto con sus dos hijos. Conforme pasaron los días supe cómo se llamaba y que venía de El Salvador, también que era dentista. Desde entonces sale todos los días a las 6 de la mañana a trabajar al sur de la ciudad limpiando una casa por mil pesos semanales. Yo no dejo de pensar que mi dentista me cobra casi la misma cantidad por consulta. Marlen no puede ejercer su profesión en México por ahora.

Ella salió de El Salvador después de que mataron a su esposo y la amenazaron con matar a sus hijos, la razón: no pudieron seguir pagando a la pandilla local la cuota que les requerían por tener un consultorio en casa. La realidad de Marlene es la que viven miles de mujeres y sus familias en ese país, para quienes su única opción es salir en medio de la noche con lo que traen puesto y la esperanza de que podrán comenzar en otro lugar, quizá Estados Unidos, quizá México. Quedarse en su país significaría contar los días u horas para su muerte.

En México, Marlene ayuda a que su empleadora salga a trabajar. Cuida, además, a Paula de 1 año y Luis de 12 años de edad. Por cierto, Marlene tiene un hijo de 2 años y otro de 8 años, a ellos los cuida otra vecina. Esta es sólo una fotografía que representa a las 8.5 millones de mujeres trabajadoras migrantes en el mundo (ILO) y las cadenas globales de cuidados, que no son otra cosa que la transferencia de los cuidados en los hogares con base en ejes de poder, ya sean remunerados o no.

Marlene, sin saberlo, forma parte de la base económica que sostiene el desarrollo de los países de destino, pues ayuda a que Araceli, su empleadora, salga a trabajar y ésta contribuya a la economía de su país. Aún en el contexto actual, el del Covid-19, mi vecina está contribuyendo.

Araceli le pidió que no fuera más a su casa como medida de prevención, sin embargo, no le podrá pagar la totalidad de su sueldo pues su propio trabajo está en riesgo. Esto representa para Marlene tener que salir a buscar la otra mitad de su ingreso y no poder quedarse en casa, convirtiéndola en el eslabón más débil en la cadena del contagio, no porque ella sea una portadora, sino porque no puede aislarse junto a sus hijos.

De acuerdo con la Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte y Sur de México, más del 70 por ciento de las mujeres migrantes en el país son trabajadoras del hogar, la mayoría proviene de Centroamérica, y están en edad productiva y reproductiva. La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2018 señala que en el país 2.3 millones de personas se dedican al trabajo del hogar remunerado. Nueve de cada diez son mujeres. Sean migrantes o nacionales, sus condiciones son precarias y poco se ha realizado para mejorarlas.

De acuerdo con ONU Mujeres, el sector de mayor inserción laboral de las mujeres migrantes es el de cuidados, sin embargo el tema no está en la agenda política y las políticas migratorias de los Estados no las toman en cuenta, lo que incrementa las condiciones de vulnerabilidad de ésta población. Por su parte, el Comité para la Eliminación de la Discriminación Contra las Mujeres (CEDAW) en sus observaciones finales 2018 señalan al Estado mexicano que: “deben promover la implementación de una política nacional de cuidados, así como adoptar medidas para aumentar el acceso de las mujeres al mercado de trabajo formal y promueva su empleo en sectores mejor remunerados…y cree oportunidades de empleo para los grupos desfavorecidos de mujeres…”, como las migrantes.

Así las crisis nos demuestran dónde los gobiernos no han tomado acciones y dónde deberían tomarlas. Desde hace más de un año ha sido evidente que una política migratoria con enfoque de derechos humanos no es prioritaria para este gobierno, que la población migrante y solicitante de protección internacional se han vuelto moneda de cambio con el gobierno de Estados Unidos. Por su parte el gobierno estadounidense ha puesto más que nunca sus ojos en la población migrante ocupando la pandemia actual como pretexto para sellar sus fronteras a personas huyendo de otro tipo de crisis. Esta es una crisis de salud, no migratoria, aunque destape las débiles acciones de protección hacia la población migrante.

Estos gobiernos quieren tapar la realidad con un dedo y colocar a la población migrante debajo de la alfombra o fuera de sus fronteras, no entienden que sin ellas sus economías no funcionarían; cuántas Marlenes dejarían de ayudar a miles de Aracelis y a su vez éstas dejarían de mover uno de los engranes de la economía local; o cómo en Nueva York y ante la pandemia que se vive son las personas migrantes “que se lanzan al rescate de millones de ciudadanos en cuarentena…como repartidores en bicicleta. La mayoría de los 40,000 repartidores en esa ciudad son migrantes, sin seguro médico ni papeles, que se han tornado esenciales para la vida en este momento.”

Esta crisis sanitaria se da en medio de la conmemoración XXXII del Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, establecido en 1988 durante el Congreso de Trabajadoras del Hogar en Colombia, que nos llama a volver a mirar las desigualdades que viven las mujeres en lo general y las mujeres migrantes en lo particular. Como señala ONU Mujeres “la respuesta al Covid-19 es un recordatorio de la contribución esencial de las mujeres en todos los niveles…” pero sobre todo como ellas cuidan de terceros –profesionales de la salud, trabajadoras del hogar remuneradas o no, voluntarias, o responsables del cuidado de la familia.

En este contexto es fundamental el trabajo de las mujeres, porque son quienes sostienen y sostendrán la crisis sanitaria del Covid-19 y posteriormente la económica; el costo, los daños a su salud física y emocional, a los que se sumarán para las mujeres migrantes los daños psicoemocionales que arrastran.

De acuerdo con ONU Mujeres la situación generada por el Covid-19 enfrenta a las trabajadoras del hogar a tres dificultades principalmente: asumir una carga de cuidados extra dentro de su círculo familiar; seguir las medidas preventivas que dicten las autoridades; y la situación de vulnerabilidad que enfrentaran en el posible recorte a sus salarios, sustento principal para ellas y sus familias. A ellas sumaríamos: la discriminación que enfrentan y la incertidumbre sobre su estatus migratorio.

Por eso hoy volvemos a recordarles a los gobiernos que no podemos seguir negando la movilidad humana; ignorando las necesidades de las trabajadoras migrantes del hogar; y desconociendo sus aportes al desarrollo de los países. Y a la población en general, dejemos de mirarlas como “las otras” porque sin importar la nacionalidad o estatus migratorio esta crisis sanitaria nos llama a cuidarnos en lo individual y en lo colectivo, porque con la salud no se juega así que hagamos viral la responsabilidad.

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