Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

Nosotros y Putin

Nunca olvidaré Chechenia en llamas ni las bombas —lanzadas por aviones rusos— lloviendo sobre su capital Grozny.  Tampoco olvidaré de dónde provino la orden de bombardear el propio territorio. Algunos dirán que eran cosas de Yeltsin, pero no.  Putin hizo lo mismo, para luego, con la frialdad y astucia que lo caracterizan, apostar por un mafioso checheno llamado Ramzan Kadyrov, un “nuestro hijo de puta” que, reprimiendo y comprando, supo acabar con ese bestial todos contra todos checheno.

Sus métodos eran más que dudosos, pero tuvo éxito en los tiempos cuando el colapso histórico de Rusia como país parecía una cuestión de meses. Y cuestión de horas parecía el ataque norteamericano contra Siria, cuando el mundo se despedía de las maravillas de Damasco, a la espera del ataque norteamericano contra Siria. Y ahí tenemos a esta extraña Rusia de Putin alzando el tono, atrevida. Al principio no lo tomamos en serio, escépticos después de tanto intento de tanto pacificador fallido de la última década. Pero sucede algo inesperado: el ataque norteamericano se suspende o se posterga. A su vez, Rusia manda sus buques de guerra al Mediterráneo, siendo aplaudida desde esta urgente necesidad globalizada de reemplazar la difunta Unión Soviética, ya casi por lo que sea que contrapese la soberbia norteamericana.

Así se dio inicio a este amor perverso entre buena parte del mundo izquierdista y rebelde y un ex oficial de la KGB, amigo de Berlusconi, homofóbico, machista, derechista y gran defensor de la verticalidad que lo posiciona en el pináculo del poder.

Después de Siria, la tensión entre el Occidente y Rusia se traslada a Ucrania. El gobierno golpista de Kiev declara a Putin su enemigo número uno, convirtiendo a la política exterior ucraniana en una seguidilla de torpes y groseras provocaciones contra Rusia, tal como lo exigen los dueños del Departamento del Estado. Frente a esto, y a pesar de nuestras fuertes convicciones progresistas antiputineanas, de improviso y a regañadientes, volvimos simpatizar con el personaje.

Por supuesto, preferiríamos simpatizar con Rusia mas allá de su poder, pero estamos frente a una sociedad tan centralizada, tan carente de sociedad civil y tan falto de izquierda que, al final, seguimos viendo a Putin como el único representante visible de este curioso híbrido entre estatismo burocrático y capitalismo salvaje —no exento de nostalgias soviéticas— que ahora es Rusia. Es curioso pero, justamente con el poder casi absoluto del más exitoso de los gerentes del capitalismo ruso que es Vladimir Putin, queda claro que Rusia, hace dos décadas servida a la mesa del neoliberalismo por sus autoridades comunistas, todavía no se define.

Durante la década pasada estaba de moda hablar de un nuevo proyecto nacional para Rusia y se hicieron varios intentos de instaurarlo desde arriba, condimentando todo con burdas muestras de arte oficial y la dudosa espiritualidad de la iglesia cortesana. Eso ha cambiado. La sociedad rusa se ve algo más madura en el sentido de no esperar tantos milagros del poder como pasaba hasta hace muy poco. A veces parece que Putin es más una imagen global de Rusia que un factor realmente decisivo en la vida interna del país. Y es que el mundo ruso parece tan acostumbrado a los infranqueables verticalidad y hermetismo de los poderes del estado que cualquier herejía nuestra simplemente no se toma en cuenta.

Sin pretender cambiar de modelo, Putin ha logrado, si no detener, por lo menos retardar la destrucción de la ultima herencia del socialismo que quedaba en Rusia. Su poder, que por ahora se ve muy solido y estable, se basa en dos pilares: por un lado, una oligarquía dueña de los principales recursos del país y que asumió la advertencia de Putin de no cuestionar el poder político y, por el otro, una enorme burocracia, varias veces más numerosa y corrupta que la criticada burocracia soviética. Ambos sectores ven en este gobierno la principal salvaguardia de sus privilegios y estabilidad. No olvidemos, eso sí, que estos grupos suelen tener sus ahorros en los bancos norteamericanos y mandan a sus hijos estudiar a ese occidente tan criticado por la televisión rusa. ¿Cuántas y qué sanciones más aguantará su patriotismo? ¿Qué garantías occidentales pedirán antes de rebelarse “contra la tiranía”? ¿Quiénes son los generales del ejercito ruso de hoy? ¿Hijos del pueblo? ¿de los nombramientos convenientes? ¿de los tiempos confusos? ¿de los tres?

También hay otro problema. Uno que no les gusta reconocer a los rusos: se consideran muy diferentes de los ucranianos. Los ucranianos dicen lo mismo. Es probable que, hace unos años, los sirios hayan dicho algo parecido de los libios. Pero tan diferentes no son; las tecnologías mediáticas occidentales, exitosamente probadas en el laboratorio de Ucrania, no tendrían por qué no funcionar en Rusia.  La oposición ucraniana de ayer, y que ahora está el poder, es una copia de la oposición actual rusa. Tiene los mismos defectos que el gobierno al que dice combatir, y que son muchos, pero ninguna de sus pocas virtudes.

La actual acción militar rusa contra el ISIS, o lo que se esconde detrás de esta sigla, es una predecible reacción de Rusia ante una permanente y múltiple presión sobre su gobierno y los pocos aliados que le quedan. Es posible que sea parte de un plan que se impone a Rusia para llevarla a un terreno que le significará grandes desventajas. La correlación de fuerzas bélicas, económicas y mediáticas es totalmente desigual y la posibilidades de resistir se abren solo saliendo de esta lógica primitiva de lucha de intereses geopolíticos. Lo que se extraña es algo que todavía no nace.

Sin compartir valores e ideas de su presidente, sabemos que Rusia ha sido agredida, y que se defiende como puede contra un enemigo muy superior económica y militarmente. No podemos no apoyarla en su derecho de ser diferente de lo que tratan de imponernos a todos. Ojalá no desaparezca como muchos otros países que se están borrando del mapa y de la memoria.

Entendemos, pero no olvidamos. Y, recordando con nostalgia los tiempos cuando queríamos tener razón, ahora admitimos que, lamentablemente, aprendimos algo. Justamente por eso esta vez nos encantaría equivocarnos.

P.D.: Hoy, el 7 de noviembre de 2015, 98° aniversario de la revolución de Octubre, Putin habló a la prensa de un «elegante embaucamiento del pueblo ruso por parte de los bolcheviques». Acerca de la grosera estafa de los restauradores del capitalismo en la URSS, no opinó nada.

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