Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

Mi última noche en Medellín

En Colombia las diferencias entre las regiones vecinas no parecen ser de diferentes países. Son de diferentes planetas. En mejor reflejo de la ausencia del estado son las carreteras que en vez de unir dividen, convirtiendo algunos tramos de 200 kms de punto A al punto B por línea recta, en largas odiseas de uno a dos días de viaje. Luego los ríos y las selvas tiñen el escaso paisaje humano de colores salvajes mezclando su verde con su amarillo.

En una de estas colombias, hablar de la guerra con los guerrilleros o incluso con los militares es algo fácil. Saben de qué se trata y cada uno tendrá su respuesta, según dolores, miedos y esperanzas de cada uno. Pero en la otra, a pesar del show mediático del gobierno en la búsqueda de un Nobel de Paz para el presidente y noticias que van y vienen desde La Habana, en las conversaciones mundanas, el tema de guerra sigue siendo un tabú o por lo menos algo de mal gusto. En los tiempos de Uribe hablar de ciertas cosas era peligroso. Ahora simplemente pasó de moda. Vengo del otro planeta,  hace pocos días estuve en la selva con muchachos y  muchachas que me aseguraban que pueblo les quiere y les apoya, que el pueblo todavía no se expresa porque lo privaron de sus canales de expresión. Que el pueblo les espera para juntos levantar una alternativa al capitalismo.

Estoy en Medellín, entre los paisas que siempre son un amor, y que hoy amablemente desvían mis inapropiadas preguntas hacia el próximo partido de futbol o las elecciones en los EEUU, cuando les hago entender que el deporte claramente no me interesa. Pero Trump y Clinton tampoco me interesan. Me interesa Colombia y su laberinto. Y más que nada en este momento me interesan las personas con quienes compartí hace tan poquitas horas o días al otro lado de este umbral de los tiempos y de los temas. A quienes llegué a sentir tan mis hermanos y hermanas, que allá en la selva siguen preparándose para salir a este mundo, viajar en su maquina de tiempo a este planeta con los brazos abiertos, con su corazón y un par de sus lemas sesenteras para recibir ¿qué? ¿su merecida dósis del desprecio, plomo y olvido como castigo por tratar de mezclar los tiempos y los planetas? ¿o por creer que los seres humanos somos otra cosa? No lo entiendo. Me desespera. Me irrita. Me violenta. Me quedo callado observando a una mujer hermosísima, de esas que son capaces de generar un par de infartos en cada cuadra de esta ciudad, pero en poco rato me doy cuenta que no la veo, que me estoy rompiendo las uñas para engañar mis ganas de llorar. No se si me entendieron. Quería hablarles de las FARC. No, no de la organización que esta desapareciendo. De las personas que tal vez también lo están. No estoy seguro que si realmente me hice entender. Salgo y llamo a mi mejor amigo en Medellín.

Sé que ahora una vez más caminaremos por las estrechas calles de la Comuna 13, hoy la favela estrella del turismo local para mostrar al mundo gringo idiota un ejemplo de la cohesión entre el pueblo pobre y las autoridades con el sentido de la responsabilidad social. Subiremos callados por estos callejones donde hace menos de 14 años corrían ríos de sangre. Cuando en marco de la operación Orión el ejército unido con el paramilitarismo y con el apoyo de tanques y helicópteros extripaba el cáncer del marxismo de este corazón de la ciudad dominado por tres guerrillas izquierdistas que se negaban a entregar sus barrios al paramilitarismo y narcotráfico. Fueron de aquí los dos mil desaparecidos que terminaron en La Escombrera, hasta hoy la mayor fosa común de Latinoamérica, un lugar en una cuesta de los cerros aledaños de donde se abre una hermosa vista a la ciudad nocturna donde en la Zona Rosa que se destaca por la presencia policial en cada metro cuadrado, los ciudadanos de bien, antes de contratar una chica prepago tal vez intercambiarán un par de ideas acerca de los peligros del terrorismo comunista y la inconveniencia de entregar el país a las FARC como lo pretende el gobierno.

Cierro los ojos y viajo hacia dos días atrás: estamos en una avioneta casi de juguete sobrevolando la selva. Su infinito manto verde esconde miles de corazones, sonrisas y esperanzas. Merecen nuestra presencia, solidaridad y apoyo. No dejemos que los maten.

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