Tormentas y esperanzas

Eduardo J. Almeida

México y la resaca a un mes de la fiesta

Ha pasado casi un mes desde el 2 de junio y la humareda de mentiras disfrazadas de esperanzas se empieza a disipar. El panorama a casi cuatro semanas de que MORENA se convirtiera en el PRI de los años 40 está lleno espectáculo, contradicciones y superficialidades, y es un panorama aterrador para el México de abajo, el que lleva siendo desechable para el México de arriba por más tiempo que lo que lleva México de existencia.

Para el México de arriba ha sido un mes en el que las mesas de análisis político en los medios se convirtieron en shows de tragicomedia de quienes no veían venir lo obvio y en desvaríos como lamentar que los mexicanos nos volviéramos a poner las cadenas que presuntamente nos quitaron académicos y funcionarios; o en mesas de análisis que parecen más borracheras de soberbia de quienes celebran la sonrisa inocultablemente burlona de López Obrador en cada conferencia mañanera. Aquellos que creen que el gobierno es un gestor al servicio de los privilegios de su casta han pronunciado frases grotescas como “los nacos no deberían poder votar” y quienes confunden la convicción con la dádiva dicen convencidos “ésto demuestra que el pueblo apoya la 4T”. Rápidamente el “capitalismo consciente” de Sheinbaum comienza a volverse la narrativa oficial de esa contradictoria “revolución institucional” mientras la oposición electoral se debate entre asimilarse al nuevo hegemón o seguir la ruta de las ultraderechas que quieren hacer que el fascismo se disfrace de libertad.

El México de abajo en menos de un mes ha vivido el desalojo violento de la CNTE en el zócalo de la CDMX y el desalojo de migrantes en la plaza Giordano Bruno; el crecimiento exponencial de la violencia y el paramilitarismo en Tila y en todo Chiapas; la detención de María Cruz Paz Zamora, integrante del Consejo Supremo Indígena de Michocacán; el aplazamiento injustificado de la audiencia judicial que podría significar la libertad de José Díaz, Base de Apoyo Zapatista en Chiapas; la agresión en contra de defensores del agua en San Gregorio Atlapulco, Xochimilco; el corte de luz a la Casa de los Pueblos “Samir Flores”, el desprecio de las autoridades capitalinas y las crecientes amenazas en contra de Diego García y la comunidad Otomí en la CDMX; la presencia policíaca en el plantón contra el basurero criminal de PRO-FAJ en Cholula, Puebla; el asesinato de quienes protestaban contra las acciones ecocidas de Granjas Carroll en Perote por parte de policías de Veracruz; así como la criminalización desde la boca de López Obrador del Centro PRODH y los abogados de los padres de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, así como sus torpes e insidiosos intentos por adjudicar la violencia en Chiapas, provocada por Rutilio Escandón y minimizada por el propio presidente, al proceso autonómico del EZLN; éstas son algunas de las pinceladas preliminares a la llegada del “segundo piso de la 4T”.

¿Por qué está pasando todo ésto y tan rápido? Porque no hay nada más peligroso para el México de abajo que cuando en el sistema político mexicano se empiezan a empatar los flujos del poder institucional, los del sistema de cacicazgos y los del oportunismo empresarial, legal e ilegal. Es más peligroso aún cuando las élites, nuevas o viejas, tratan de dar una apariencia de control al mismo tiempo que deben pagar favores de impunidad.

El sistema político mexicano, que tal vez hay que aclarar que no tiene nada que ver con una democracia representativa o un sistema federal, está conformado por una compleja red de cacicazgos con la que tienen que negociar las élites que pretendan gobernar y tener un mínimo de control sobre el territorio nacional. Es un sistema de favores y amenazas esencial en la definición de elecciones, en la distribución de programas sociales, en la cooptación y represión de resistencias contra proyectos industriales o de infraestructura, en el tráfico de drogas, personas o huachicol, es la estructura que permite articular el capitalismo global con la colonialidad local.

El cacique no es un remanente inútil del sistema colonial ni un actor obsoleto del régimen posrrevolucionario, es un vértice en el que se conectan viejos y nuevos flujos de poder y negociación con el poder del Estado. También son el punto de aterrizaje de empresas transnacionales, legales e ilegales, para poder asentar territorialmente sus proyectos e intereses. El cacique mexicano es un actor crucial en la política y la economía, sobre todo cuando ésta requiere del control social y territorial de la poblaciones del México de abajo. Ese control en un contexto de guerra como el de México implica niveles de violencia extrema.

La abrumadora victoria de MORENA en todo el país ha trastocado nuevamente, como ocurrió tras la caída del PRI como partido de Estado, ese sistema que se había adaptado a un país gobernado por varias élites y cárteles en pugna. Ahora hay nuevamente un partido que puede llegar a ser de Estado, un espacio político hegemónico, y la disputa será por el control del sistema de favores y de los flujos de corrupción en ese espacio político. MORENA será el nuevo parlamento caciquil.

Asimismo las señales al mezquino y oportunista mundo del capitalismo financiero son las de “vengan, aquí los atendemos, aquí nos arreglamos”. Aparece de nuevo el gran Estado gestor del sistema de favores y amenazas y del despojo y la represión. A ésto agreguemos una oposición electoral con el orgullo lastimado, con su sentido de élite en entredicho y con un impulso de venganza que puede llevarlos a una guerra en contra del nuevo partido de Estado en la que los daños colaterales será también el México de abajo, como los mostró la reacción de la Bolsa de Valores el 3 de junio.

¿Pero si el panorama es tan claramente preocupante, por qué no hay mayores expresiones de descontento social? Porque las minorías del 1% o 10% que concentran el 40% de la riqueza prefieren hacer negocios que exigir una justicia que afecte sus ganancias, aunque eso no es nuevo. Lo relativamente nuevo es que hay una importante porción de la población del México de abajo que está dispuesta a no ver las atrocidades si eso significa que pueden recibir ayudas precarias que resuelven la supervivencia del día siguiente. En el sistema político mexicano cada tres o seis años hay que elegir entre caciques que te dan una generosa limosna y los que no, aunque tanto unos como otros destruyan comunidades y territorios, ya sea bajo la bandera neoliberal o progresista.

Vienen años difíciles para el México de abajo, más difíciles si es que eso es imaginable, pero no queda más que seguir caminando, intentando, fallando tal vez e intentando nuevamente de otro modo, como dijera en diciembre del año pasado el Subcomandante Mosiés del EZLN, “O sea que, como quien dice, sigue el viaje por la vida. Por la lucha, pues.”

Tamara San Miguel y Eduardo J. Almeida

Tamara San Miguel y Eduardo J. Almeida tratan de acompañar y tejer caminos entre luchas. Son integrantes del Nodo de Derechos Humanos, del proyecto Etćetera Errante y Adherentes a la Sexta Delcaración de la Selva Lacandona.

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