Montaña adentro

Abel Barrera

Ser madre de los 43

Ser madre significó por varios años criar a mis hijos. Velar sus sueños, dedicarme a alimentarlos y a guiar sus primeros pasos. En muchas ocasiones me troné los dedos cuando se enfermaba y tenía que llevarlo al médico y comprar las medicinas. Mi vida en medio de tantas necesidades económicas, podría decir que era la de una madre feliz, porque mis hijos han sido toda mi felicidad. La mayor dicha fue verlos crecer y escuchar sus primeras palabras. Mi corazón se removió de emoción cuando escuchó con dificultad cuando dijeron por primera vez: mamá.

Ser madre no me fue fácil, porque también tuve que ser papá de mis hijas e hijos. Me vi obligada a ser la jefa de la casa. La que cargaba con todos los gastos y la que a solas tenía que resolver las necesidades de la casa y todos los gastos que se requieren para alimentar a los hijos.  

Fue una gran dicha cuando empezaron a ir a la escuela. Me sentía muy orgullosa de ellos, sobre todo cuando veía los dibujos en sus cuadernos o cuando escribían sus primeras letras coloreadas con flores que decían: !Te quiero mamá!

Mis hijos e hijas llenaron de satisfacción mi vida. A pesar de tantas lágrimas y sin sabores por nuestra pobreza y por no encontrar un trabajo que me permitiera obtener el dinero suficiente para comprarles zapatos y ropita, como madre puedo decir que nunca les fallé porque todo siempre lo he hecho con mucho amor. 

Lo que más valoro de esos años como madre, es que mis hijos siempre pudieron corresponderme, no sólo sacaron buenas calificaciones sino que también me ayudaban en los quehaceres de la casa y a preparar la comida que yo vendía en el mercado. No sé de dónde saqué fuerza para que pudieran estudiar no sólo la primaria y la secundaria sino también el bachillerato. Eso es mi mayor orgullo. Para mi eso era ser una verdadera madre.

Ahora que tengo el corazón destrozado nada se compara con esos años de dicha que fui labrando paso a paso junto a mis hijos. Hoy, a 43 meses de que se llevaron a los 43 hijos de Ayotzinapa, camino en la obscuridad envuelta en un mar de lágrimas. 

Ser madre de los 43 es como decir que estamos muertas en vida. Como si no fuéramos personas que tuviéramos dignidad. Como si no existiéramos para el gobierno. Como si le hubiéramos hecho algo malo a las autoridades. 

No sólo nos desprecian sino que se ensañan con nuestro dolor. Nos hacen sufrir hasta el límite. Sobre todo cuando hablan de nuestros amados hijos. No se conforman con decir que son vándalos, que son del crimen organizado, sino que su alma negra los ha llevado a decir  que nuestros hijos son cenizas. Y de manera torpe inventan historias que muestran su verdadera esencia como seres sanguinarios.

Han difundido imágenes con el fin perverso de atravesar con una daga nuestro corazón. Torturaron a todos los que dijeron en la televisión cómo -supuestamente- habían matado a nuestros hijos.

¿Qué tipo de autoridades tenemos cuando les importa más proteger a quienes realmente desaparecieron a nuestros hijos? ¿Podemos esperar algo bueno de estas autoridades que inventan mentiras históricas para que no se descubra cómo ellos mismos son cómplices de sus atrocidades? 

No sólo nos han hecho sufrir más de lo que día y noche nos mata en vida, sino que todo este tiempo han armado los expedientes para que no lleguemos a la verdad. El Grupo Interdisciplinario de Expertas y Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) fue el que nos ayudó a descubrir todas estas mentiras del gobierno, prácticamente por eso decidió correrlos para que ya no siguieran investigando. 

Aceptaron el Mecanismo Especial de Seguimiento sobre el caso Ayotzinapa pero está claro que lo hicieron porque se sintieron presionados a nivel internacional, pero en verdad no vemos ningún compromiso real de avanzar en las líneas de investigación que propuso el GIEI. Ni siquiera han tenido voluntad para detener a los policías de Huitzuco. Eso que descubrimos a diario, es la verdadera violencia que ejerce la autoridad contra nuestra vida al querer borrarnos de la agenda que tienen con otros gobiernos.

Ser madre de los 43 es mantener una luz encendida en medio de esta tormenta marcada por tanta sangre y tanto dolor. Es caminar con el cuerpo cansado y adolorido con la firme esperanza de poder acariciar el rostro de nuestros hijos. Es sacrificar todo por la verdad y la justicia. No sucumbir ante las adversidades y los peligros. Es no caer en la tentación de que siempre nos gobernará la mentira y no dar ninguna oportunidad al poder para que sigan reproduciendo cínicamente su verdad histórica. 

Ninguna mamá quisiera estar en nuestro lugar, a nadie se lo deseo y tampoco quisiera estar aquí. Lo que yo quisiera es tener a mi hijo a lado y en casa. El mes de mayo es un mes de mucho dolor. Recuerdo lo cariñoso que él era conmigo. Hemos sido una familia que ha sufrido muchas carencias, pero siempre les inculqué a mis hijos el valor del trabajo y la responsabilidad.

Como madre, recuerdo todo de mi hijo, pues  las madres somos las que llevamos la mayor responsabilidad de cuidarlos. Sobre todo, en mi vive su alegría. Era muy obediente, responsable, no tenía vicios ni nada, a su corta edad trabajaba y estudiaba. En la casa era acomedido, siempre estaba pendiente de lo que faltara. Agarraba el machete y cortaba el pasto y las hierbas. Este 10 de mayo pasaremos un año más solas, sin tener ninguna noticia de nuestros hijos y sin recibir su amoroso abrazo.

Desde que mi hijo era chiquito fue muy juguetón, le gustaba el futbol, junto con sus hermanas y hermanos jugaban a policías y ladrones, con el trompo, las canicas. También jugaban a que eran constructores, construían calles, carreteras. Ya de grande apoyaba a los vecinos en diversos oficios de plomería, electricidad, albañilería. Le gustaban los trabajos pesados y nunca les decía que no a quienes le pedían su ayuda, buscaba salir adelante.

En la escuela era muy aplicado, en la primaria sólo le faltó un punto para pertenecer a la escolta y en la secundaria si estuvo durante su primer año. Su promedio siempre fue arriba de 9. A diferencia de sus compañeritos de la colonia, él siempre supo que quería estudiar y terminar su carrera. No quería quedarse sin estudios. Su sueño era ser maestro por eso se fue a Ayotzinapa. Quería ayudarme a mi y a sus hermanos.

Su semana de prueba la hizo la semana del  20 de julio de 2014, tuvo una semana libre y a los 8 días regresaron a la Normal. Siempre me avisaba cuando salía y cuando volvía, pero esa vez ya no regresó. 

Después del 26 de septiembre de 2014, nuestras vidas cambiaron. Lo que más deseo en el mundo es que los 43 estén vivos, que podamos volver a abrazarlos y recuperar nuestras vidas, porque perder a un hijo significa mucho dolor, lo que estamos pasando no es vida.

El gobierno nos arrebató lo más preciado. El 10 de mayo para mi y mis compañeras es muy triste porque significa otro mes y otro año sin que nuestros hijos nos abracen. Él es muy cariñoso, siempre buscaba darnos un regalito a mi, a sus abuelas y a su hermana mayor. En mayo de 2014 -que fue el último 10 de mayo que pasó conmigo- mi hijo llegó con un obsequio. No teníamos dinero para preparar comida buena, pero felices preparamos unos tacos dorados y convivimos con toda la familia. 

Ahora los meses de mayo son muy tristes para mi. No por  no tener un regalo sino por no tener el cariño y el amor de mi hijo que es lo más preciado, y en todo esto, el único culpable es el gobierno mexicano.

Mi hijo nació muy grandote, desde pequeño me abrazaba con sus manitas, me acariciaba. Me costó mucho trabajo criarlo pues su padre nos abandonó. Yo trabajé mucho para ellos, para crecerlos, y ahora que está grande -por querer ser alguien diferente- el gobierno lo desapareció así como así.

El único delito de mi hijo y sus compañeros fue ser estudiante de la Normal de Ayotzinapa. Yo me pregunto si estaban cometiendo un delito ¿por qué no los encerraron en la cárcel? ¿por qué no nos avisaron a las mamás, a los papás, sus hermanos,  a sus abuelos? Cualquiera de nosotros hubiera ido por ellos y respondido por lo que hubieran cometido, pero no fue así. Se los llevó y no sabemos qué pasó. El gobierno nos quitó lo más valioso y aún no nos responde la única respuesta que queremos saber ¿Dónde están nuestros amados hijos?

Ser madre de los 43 es tener memoria y dignidad. Dar la vida por el amor de nuestros hijos. Encarar al poder para nunca defraudar al fruto de nuestras entrañas. Es llevar siempre portando sus rostros en nuestras vidas y nuestros corazones.

Abel Barrera

Antropólogo mexicano y defensor de los derechos humanos. En 1994 fundó el Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan en Guerrero, México. Ha recibido diversos premios por su trabajo en la defensa y promoción de los derechos humanos, de Amnistía Internacional Alemania en 2011, y el premio de derechos humanos 2010 del Centro por la Justicia y los Derechos Humanos Robert F. Kennedy, entre otros

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