Portazo en palacio nacional
Las madres y padres de los 43 normalistas desaparecidos el 26 y 27 de septiembre de 2014, mantienen viva la llama de conocer el paradero de sus hijos. Su amor y reciedumbre las ha mantenido incólumes. Nada las vence. Tampoco pasa por sus mentes abandonar la lucha. Han sorteado innumerables obstáculos, y varios pasajes de sus vidas son inenarrables, por su precariedad económica y los dramas familiares; por las pérdidas de sus seres queridos, por sus enfermedades crónico degenerativas y por los engaños y traiciones de los gobiernos. En sus palabras hay esperanza, ilusiones, aflicciones, consuelo y decepciones. En sus intervenciones púbicas sobresalen los reclamos y el coraje por la indolencia de las autoridades. Al presidente de la república lo han tenido que visitar afuera de su palacio para que se siente a dialogar con ellas y ellos.
En este largo viacrucis cumplieron 114 meses, el 26 de marzo. Nunca imaginaron que rebasarían 100 meses sin saber a dónde se llevaron a sus hijos. Tuvieron un atisbo de esperanza al inicio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Fue una gran noticia cuando publicó el decreto que creaba la Comisión para el caso Ayotzinapa y reanimó sus ímpetus de justicia con la puesta en marcha de la fiscalía especial. El retorno del GIEI alentó las posibilidades de avanzar en las investigaciones, porque con sus informes develaban el embrollo que urdieron las autoridades civiles y militares con el grupo delincuencial Guerreros Unidos.
Cada mes su corazón se agita por la dolorosa espera y por ese pesado silencio del gobierno. En todo momento tienen que reinventar formas de lucha para hacer sentir su exigencia de justicia. Saben que si no se movilizan las autoridades sobrellevan el caso a su ritmo, acorde a sus tiempos políticos. Las madres y padres no descansan, más bien de su manantial amoroso se rejuvenecen y reconfortan al llevar en su corazón la presencia de sus hijos. Su reclamo es permanente, su caminar incansable, su pundonor imbatible.
En vísperas de la marcha de febrero acordaron plantarse en las banquetas de palacio nacional, de esperar pacientemente el mensaje del presidente. Recordarle su compromiso con las madres y padres de dar con el paradero de sus hijos. Acostumbrados a trabajar bajo el sol y a dormir a la intemperie, varias organizaciones hermanas les apoyaron para instalar una carpa. Los normalistas, como hijos ejemplares, acarrearon leña y víveres desde Tixtla, Guerrero para asegurar que el alimento no faltara. Las mamás, desde la madrugada preparaban el café y los papás ayudaban a moler los chiles y los jitomates para tener lista la salsa y los frijoles. Todos bajo un mismo techo, esperando el momento de que llegara una señal para dialogar. Las tardes y noches eran para evaluar las actividades del día y planear las acciones de la jornada siguiente. El acuerdo fue que no levantarían el plantón sin asegurar la fecha de reunión con el ejecutivo federal.
Su estancia contempló varias movilizaciones en la ciudad: en la secretaría de gobernación, en el senado de la república y en relaciones exteriores. La indiferencia de las autoridades federales y su cerrazón para el diálogo, causó mayor enojo a las madres y padres y a los amplios contingentes de los normalistas. Sus protestas fueron estruendosas para dejar constancia de su coraje y reclamo por pisotear su derecho a ser atendidos. Las protestas se hicieron para colocar en el centro a las víctimas, a las madres y padres de los 43 que demandan diálogo con el presidente. Para exigir a las autoridades que encaucen la línea de investigación relacionada con el posible traslado de 17 estudiantes de barandilla municipal a las afueras de Iguala. No hay avances porque los militares se niegan a entregar los documentos que faltan. El ejército no ha brindado los 800 folios relacionados con la desaparición de los estudiantes. En esos folios pueden encontrarse datos relevantes que ayuden a dilucidar el paradero de los 43 normalistas.
Ante la nula comunicación con personal de la presidencia, las madres y padres decidieron elaborar una solicitud para entregarla al presidente en su conferencia mañanera. El miércoles 6 de marzo a las 7 horas con 40 minutos salieron las madres y padres del campamento acompañados de los estudiantes. Se dirigieron a la calle moneda, pero se toparon con las vallas y los policías. Los padres pidieron que los dejaran pasar. Explicaron que solo iban a entregar un oficio al presidente. Los policías cerraron el paso y de manera tajante dijeron que no pasarían. Los padres insistieron en pasar, se dio el intercambio de palabras que subió de tono. Al arremolinarse los policías y los estudiantes empezó el jaloneo del enrejado. Don Mario, uno de los padres, al ubicarse en la primera fila, recibió varios golpes de los policías que le arrebataron su pancarta y se la tiraron. Los estudiantes al ver que las madres y padres estaban siendo maltratados, respondieron a los golpes de los policías. En la trifulca los guardias fueron rebasados en número y los estudiantes lograron empujar las vallas para abrir el paso a las madres y padres.
Antes de llegar a la puerta del palacio nacional, los militares que hacían guardia intentaron poner vallas. Al ver que no detendrían a los manifestantes optaron por meterse y cerrar la puerta de madera. Los estudiantes quitaron las vallas y empujaron la puerta. Al maniobrar con las vallas para hacer palanca con la rendija de la puerta, varias personas que estaban en la azotea de un edificio de enfrente, empezaron apedrear a los estudiantes. Al sentir las pedradas, los normalistas desprendieron algunos adoquines que había cerca de la banqueta, los despedazaron y los aventaron a la gente de arriba. En lo que respondían la agresión, por debajo de la puerta empezó a salir humo blanco. Era gas lacrimógeno. Los que empujaban la puerta retrocedieron al no soportar la toxicidad del gas. Entre los estudiantes que estaban al frente se encontraba Yanqui Kothan, quien portaba un pañuelo en su rostro. Al ver la humareda de gas, sacó de su mochila una mascarilla anti gas que de inmediato se la colocó en la cara para seguir empujando la puerta.
En ese lugar se encontraban dos madres de los 43 que habían sido comisionadas para entregar el documento al presidente. Llevaban el folder en la mano y las dos estiraban sus brazos y mostraban el folder para que alguna autoridad las viera y atendiera. Los estudiantes al cerciorarse que las madres habían inhalado el gas, que tosían y tenían dificultades para respirar, optaron por retirarlas de la puerta. Los ánimos se encendieron. Las pedradas arreciaban y el gas que salía de adentro del palacio no cesaba. Era imposible soportar los estragos del gas. Los estudiantes al ver que estaban cerca de la puerta 3 camionetas estacionadas, se subieron a una de la comisión federal de electricidad, pusieron la palanca de velocidades en neutral y direccionaron la camioneta hacia la puerta. En el tercer empujón la puerta se cayó. Adentro había más vallas y varias filas de militares que rociaban de gas a los estudiantes. Era imposible avanzar. Las madres y padres se retiraron a su campamento ante la agresión de los policías y la expansión de gas lacrimógeno para impedir su entrada.
A su regreso a Guerrero, sin obtener alguna respuesta para el diálogo con el presidente, se vino en cascada el linchamiento mediático contra los normalistas y el abogado Vidulfo Rosales. La cerrazón al diálogo por parte del presidente no se considera como un agravio a las víctimas de graves violaciones a los derechos humanos, sin embargo, si es una ofensa inconmensurable de los normalistas por responder a la agresión de los policías y militares. La violencia contra los normalistas no concluyó en la ciudad de México. Al siguiente día del portazo en palacio nacional, el normalista Yanqui Kohan, de segundo año, sería ejecutado de un balazo en la cabeza por policías del grupo centauro, cuando manejaba una camioneta en la entrada a la capital del estado, el jueves 7 de marzo alrededor de las 9 de la noche. El asesinato de un normalista fue el costo de un portazo en palacio nacional.
Abel Barrera
Antropólogo mexicano y defensor de los derechos humanos. En 1994 fundó el Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan en Guerrero, México. Ha recibido diversos premios por su trabajo en la defensa y promoción de los derechos humanos, de Amnistía Internacional Alemania en 2011, y el premio de derechos humanos 2010 del Centro por la Justicia y los Derechos Humanos Robert F. Kennedy, entre otros