Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

Lumpen World

Los diccionarios dicen que el origen de la palabra lumpen es una abreviación de la voz alemana Lumpenproletariat, que se traduce como lumpemproletariado. Su significado más preciso es más o menos el siguiente: “proletariado de andrajos o de harapos”. Este concepto creado por Karl Marx entre 1845 y 1946 en su obra “La Ideología Alemana” definía a una subclase humana que vivía económicamente muy por debajo del proletariado, no tenía ninguna conciencia de clase y por eso se vendía fácilmente al mejor postor del poder.

Pasó algo más de un siglo y otro genio de otro lugar y de otro tiempo, Fidel Castro, en varios de sus discursos reiteraba que el desarrollo del capitalismo inevitablemente iba a general el aumento de la lucha hasta que estalle una rebelión para el cambio del sistema, pero existía un enorme riesgo: como el sistema capitalista siempre genera una creciente descomposición del ser humano, aparece la posibilidad de que antes de la rebelión, la lumpenización de las masas puede llegar a tales niveles, que este proceso se haría irreversible y la opción de un cambio revolucionario se perdería para siempre.

Pasaron unos años más y en el 1972 otro filósofo alemán André Gunder Frank inventa otro concepto, el de “lumpemburguesía” para definir una nueva especie de clase alta que tiene poca conciencia de su identidad y pertenencia, y fácilmente se vende a sus amos coloniales. De eso lógicamente provino la definición del sistema económico tercermundista como lumpendesarrollo y los países que presentan estas características se les llamó lumpenestados. Los estudiosos insisten que esta terminología se usa en Latinoamérica con mucho más frecuencia que en cualquier otra parte del mundo.

Si las elites económicas latinoamericanas con poquísimas excepciones a lo largo de toda su historia siempre han sido coloniales, o sea totalmente lumpen, es interesante observar qué pasó con las clases medias. En los procesos revolucionarios y reformistas de los años 60 y 70, la clase media culta era un importantísimo motor del cambio, miles de maestros, médicos, funcionarios, artistas y periodistas se sumaron a la lucha por un mundo mejor dentro de una realidad que se revela muy bien en el marcado blanco y negro de las crónicas de la época. La lucha de clases todavía se llamaba como tal y dentro del cuadrado y conservador lenguaje de ese tiempo con claridad se veían los destellos de tantas luchas anteriores, desde la rebelón de Spartacus y la Comuna de París hasta el asalto del Palacio del Invierno y la República Española. Después, a fines del siglo pasado con una derrota continental y planetaria, se nos impuso la maravilla llamada neoliberalismo y pasó algo, que todavía nos cuesta entender.

Recordando de los recientes procesos políticos en los países de América y Europa, uno no puede dejar de pensar en un fuerte cambio dentro de los movimientos populares y las viejas advertencias de Fidel.

Antes, cuando en nuestras sociedades existía una real discusión política, teníamos tiempo, educación, hábito de reflexión y los diferentes grupos sociales se ubicaban a si mismas dentro de uno u otro sistema de intereses, hubo – qué milagro!- una necesidad de argumentos raciónales. En la aldea global de hoy, donde las redes sociales, que creando la apariencia de una interconexión general, nos dividieron definitivamente, quitándonos esa rara costumbre de comunicarnos con otros seres de carne y hueso, nos convirtieron en rebaños de soledades guiadas por las ilusiones de soluciones personales.

Si antes un trabajador explotado después del termino de su turno sabía que las horas que le quedan eran de él, era su tiempo personal, ahora todo tipo de pantallas siguen controlando su espacio y pensamiento, y no solo para hacerlo consumir y endeudarse más, sino también para seguir recibiendo todo tipo de estímulos dentro del paradigma del sistema, alimentándolo con pseudocultura, pseudovalores y pseudoesperanzas, convirtiéndonos a todos en un anexo colectivo de la imbecilidad televisiva. Sí, a todos, ya que esta lógica es lo único hoy que se reparte por igual entre todas las clases sociales y los públicos de diferente poder adquisitivo. Y en vez del problema de lumpenproletariado y luego el de lumpenburquesia, hoy surge una nueva lumpensociedad, donde todos sus elementos logran por fin coincidir en algo esencial: una falta total de visión del futuro.

El lumpen es un ser por su esencia incapaz de ver la línea del horizonte, sus fantasías son limitadas por los centímetros de su fisiología y su único referente social son las modas. Su extrema inseguridad de si le genera una constante necesitad de afirmarla de la única manera que se le ocurre, lo que lo vuelve agresivo. El lumpen no tiene conciencia ni de clase ni de familia ni del territorio, y por eso es universal como SARS-2 o coca cola. El lumpen no tiene ética y está lleno de moral, dos cualidades capaces de descomponer en tiempo récord cualquier organización política o religiosa.

La poética imagen de los “nadies” de Eduardo Galeano, el lumpen ilustre rápidamente traduce dentro de lo único que es capaz de comprender: los “nadies” se convierten en “nadas” orgullosos por su ignorancia, grosería, resentimiento social y un profundo desprecio hacia el conocimiento, porque cualquier conocimiento “es del sistema”.

Me preocupa mucho el nivel de la penetración del sistema en los movimientos populares. El instinto lumpen que se apropia de las luchas ajenas y reemplaza la gran utopía del Hombre Nuevo por un personaje de un cómics con la bandera roja en las manos y un chicle en el alma. Vemos los impresionantes movimientos populares en Chile y en Colombia, llenos de coraje y poesía, tantas esperanzas una vez más regadas por tanta sangre y al final el regreso de servidores del pasado en copa nueva; siempre el disfraz a pedido de un nuevo sueño colectivo. Para romper este círculo necesitamos otra mirada y otro nivel de imaginación colectiva, absolutamente incompatibles con esta lumpenizacion inoculada desde arriba. Ojalá tengamos todavía un poco de tiempo.

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