Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

La inteligencia artificial como la tercera y la última etapa de la guerra

Al hablar de la cadena de «accidentes» tan poco accidentales de los últimos años, desde una extraña pandemia, que demostró la inutilidad de todos los sistemas de cooperación internacional juntos y la asombrosa coincidencia entre los diferentes gobiernos a la hora de controlar a sus propias poblaciones, la tragedia del teatro de operaciones militares ucraniano, que se desarrolló íntegramente según el escenario estadounidense y cuyo principal objetivo, fue enfrentar a pueblos hermanos y destruir la memoria histórica de la URSS, y el actual «avance tecnológico» en el campo de la «inteligencia artificial», se empieza a vislumbrar el tríptico completo del aniquilamiento de la humanidad, programado por los actuales dueños del mundo.

Por supuesto, el problema no está en la tecnología en sí, sino en los poderes políticos y económicos que la utilizan.

Hoy que el poder mundial se concentra en las manos más irresponsables de la historia de la humanidad, la aplicación masiva de la «inteligencia artificial» equivaldrá a una sentencia de muerte para la inmensa mayoría de la población del planeta. Por lo tanto, su aplicación masiva no sería una revolución tecnológica comparada a la llegada de internet, como algunos afirman o sueñan, sino que equivaldrá más bien a una catástrofe universal como la guerra nuclear, aunque peor.

La reciente carta publicitaria, suscrita por los desarrolladores de estas armas de nuestra autodestrucción, con numerosas firmas de diversas eminencias internacionales expertas en dicha materia y con el hipócrita llamado a «suspender temporalmente» su desarrollo y uso, es uno más de los míseros circos que al igual que los “gestos humanitarios” de las redes sociales, promueven guerras y censuran imágenes “violentas».

Si algo de la inteligencia natural pudiera gobernar a la artificial, hace tiempo que la humanidad estaría cumpliendo felizmente su misión principal en el camino hacia las estrellas y a las profundidades del universo. Lamentablemente, el proyecto de esta civilización desde sus inicios fue lo contrario.

La «inteligencia artificial» al servicio de los intereses comerciales, la competencia de todos contra todos y las luchas por el poder se convertirá en el instrumento más poderoso de nuestra deshumanización. Desde los albores de la historia de la humanidad, nosotros claramente necesitábamos varias herramientas para ampliar nuestras capacidades físicas, limitadas por nuestra biología, pero hasta ahora nadie ha cuestionado el protagonismo del creador de estas tecnologías, quién las inventó para mejorar su propia calidad de vida, o lo que presumió que la mejoraría. Hoy, avalados y promovidos por el modelo neoliberal, los nuevos programas educativos y modelos culturales, diseñados para proporcionar una «cultura de la cancelación» de todas las culturas y, al mismo tiempo, de la memoria histórica de los pueblos, siguen machacando a una sociedad infectada por el virus del individualismo y la soledad. Precisamente por eso nos estaban convirtiendo a todos en robots en las últimas décadas, para enseñarnos a dejar de entender la diferencia entre el hombre y la máquina.

Una máquina perfecta, desprovista de las imperfecciones, del sentimiento de vergüenza, de la conciencia y la espiritualidad, como el último sueño del fascismo y su hermano mayor, el neoliberalismo, ya está lista para tomar bajo su control «intelectual» los métodos y la tecnología que desocuparán al planeta de la parte de su población “inútil”, que es excesiva y poco rentable para los dueños de la empresa. En este contexto, los campos de concentración nazis fueron un ingenuo juego de niños. Aparte de su extrema eficacia, los programas adecuadamente elegidos, de inmediato proporcionarán todas las coartadas para justificar el exterminio, que se presentará como una “medida de emergencia obligatoria”, a través de campañas publicitarias solicitadas según la necesidad del momento.

El problema no está en la inevitable pérdida masiva de empleos, para manos y cerebros, como intentan distraernos, sino en la declaración oficial de la no necesidad del ser humano. Y todo ello enmarcado en la locura transhumanista, un proyecto que se estaba construyendo en la historia del capitalismo mundial desde sus inicios. Toda la literatura de ciencia-ficción desde hace tiempo sugería al sistema esta única vía posible de evolución de la civilización occidental: la estratificación de la humanidad en una élite privilegiada parasitaria, en forma de nueva especie humana, que viviría del trabajo esclavo de los habitantes subterráneos de las castas intocables, y la rebelión de las máquinas que desafiarían a sus propios inventores por el derecho de su subjetividad y el título de mente superior.

Muchos de sus entusiastas desarrolladores y los futuros usuarios del mañana, que hoy están salivando mientras tratan de contabilizar sus astronómicos ingresos, no se dan cuenta de que en el nuevo mundo que se está preparando para su presentación, probablemente tampoco habrá lugar para ellos, por lo que no tendrán ni tiempo de gastar su dinero (el que aún no han ganado), y la nueva generación de las mentes rápidas de las máquinas depredadoras, descompondrá sus cerebros en valiosas sustancias químicas, mucho antes de que ellos tengan una pesadilla de comprensión.

El problema no está en la alta tecnología, el nuevo fruto del genio humano, sino en las órdenes que el robot sentado ante la consola está dispuesto a cumplir. Y basta con revisar un poco la esencia de los acontecimientos mundiales de los últimos años para predecir con una gran exactitud la esencia de éstas órdenes venideras.

El proyecto de «inteligencia artificial», servido a la mesa de las corporaciones transnacionales y los capitales bancarios especulativos, es un tiro de gracia a todo lo que hasta ahora hemos considerado humano.

Sin la destrucción urgente de la principal máquina de la muerte que es el sistema capitalista global, cualquier posibilidad de nuestra supervivencia como especie es totalmente imposible.

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