Tormentas y esperanzas

Eduardo J. Almeida

Ciclos de muerte, zonas de sacrificio y una Asamblea

El agua tiene un ciclo que significa vida para el planeta, en contraposición, el desarrollo, sobre todo el capitalista, genera ciclos que significan muerte bajo la lógica de que prácticamente todo el planeta es una zona de sacrificio, sobre todo los territorios de los pueblos de abajo. En la 5a Asamblea Nacional por el Agua la Vida y el Territorio (ANAVI) que tuvo como sede la Casa de los Pueblos “Samir Flores” hubo cientos de testimonios de casi mil participantes provenientes de veintidós estados de México y doscientas delegadas y delegados de 23 pueblos y naciones del Congreso Nacional Indígena que evidenciaron una compleja red de crimen, destrucción y muerte que está acabando con la tierra, el agua y la vida. 

Más allá de que cada historia particular mostraba cómo las dinámicas del Estado y del mercado legal y legal están generando devastación, despoblamiento y despojo, en su conjunto dibujaban un mapa en el que cuando esas dinámicas se enfrentan a procesos de resistencia se reorganizan para continuar su avance letal en otro territorio. Un ejemplo es el negocio ecocida de la empresa PRO-FAJ en Puebla, que imposibilitada de continuar lucrando con la contaminación de la región de las Cholulas por la acción decidida y clara del movimiento en torno a la Unión de Pueblos y Fraccionamientos en contra del Basurero y ante el proceso de resistencia que llevó a esos pueblos a clausurar el basurero de esa empresa en San Pedro Cholula, reorganizaron su negocio de recolección y disposición de residuos llevándolos a incinerar a la “cuenca cementera” Atotonilco-Apaxco entre Hidalgo y el Estado de México, abonando a la grave contaminación de esa región que ya es azotada por parques industriales y por el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, como lo denunciaron en la ANAVI. Es un ciclo de muerte que se extiende para perpetuarse.

Los planes de desarrollo de los Estados y los planes de negocios de las empresas legales e ilegales se entrecruzan y se asocian, por acuerdo o coincidencia, y sus prioridades suelen requerir territorios que, directa o periféricamente, se convierten en zonas de sacrificio. Un claro ejemplo es la producción de aguacate cuyo monocultivo ha invadido los territorios indígenas.  Es un negocio muy lucrativo para las empresas mexicanas y estadounidenses y es un negocio en que los cárteles del narcotráfico han incursionado.  Esa agroindustria que destruye los territorios y comunidades en Michoacán o Veracruz requiere de un mineral llamado dolomita para mejorar su producción. La dolomita se extrae de minas como las localizadas en el Valle del Mezquital y para su extracción requieren grandes cantidades de agua que extraen y contaminan en los cuerpos de agua que pertenecen a los territorios otomís.

Aunque en muchos casos lo haya, no necesita haber un acuerdo consciente entre cárteles, gobiernos y empresas, la inercia de los reportes trimestrales, los negocios rapaces y las políticas públicas generan sinergias asesinas.  Xayakalan, en Michoacán, puede ser un territorio paradisíaco cuidado por la comunidad de Santa María Ostula, y justo por sus condiciones idílicas es que se desencadena una dinámica que lo convierte en un infierno.  El Cártel Jalisco Nueva Generación ataca implacablemente a las poblaciones indígenas de la región, mientras los gobiernos estatal y federal se mantienen silenciosos e inactivos permitiendo que las inevitables masacres ocurran y en tanto las inmobiliarias empiezan hacer proyecciones y cotizaciones sobre el valor futuro de esas tierras y de los desarrollos turísticos que prometen enormes ganancias. Hacia dónde va la ambición de esos actores, hacia destruir Xayakalan para convertirlo en un complejo turístico, un ecosistema verde pero sin vida, rodeado de zonas que servirán de fuentes de recursos y empleados precarios o como vertederos de deshechos. Las mismas inmobiliarias que acechan Xayakalan, o muchas idénticas a esas, son las que despojan de agua y tierras a miles de comunidades para poder vender urbanizaciones de alta renta, con “todos los servicios” en Querétaro, la Ciudad de México, Xochimilco o Puebla.

En la mesa de trabajo cuatro de la ANAVI varias participantes de Jalisco y del Estado de México hablaron de zonas de sacrificio para referirse a la destrucción de los territorios en los que habitan y luchan, un concepto lejano en el tiempo como la guerra fría pero tan cercano como las formas de ecocidio a la que se refieren.  Las zonas de sacrificio son exactamente lo que describen, territorios cuya devastación ecosocial se ofrenda en favor del desarrollo económico e industrial y sobre todo en favor del negocio que implican, un ecogenocidio programado y justificable para gobiernos y empresas. Pero esas zonas de sacrificio no son simples polígonos geográficos, son ecosistemas complejos y llenos de vida dentro de las que conviven comunidades humanas.

Basureros, huachicoleo de agua (sobre-explotación de cuerpos hídricos), deforestación, cánceres provocados por factores ambientales, desplazamiento violento o masacres de comunidades enteras, sean fulminantes o paulatinas, persecuciones judicializadas como la que hay en contra de Hortensia Telésforo en la comunidad de Atlapulco y Diego García de la UPREZ en la CDMX, o asesinatos y desapariciones forzadas de quienes defienden en territorio y la vida como Samir Flores Soberanes en Morelos, Sergio Rivera Hernández en la Sierra Negra de Puebla o Jorge Cortina Vázquez y Alberto Cortina Vázquez en Veracruz, todo se justifica y se ofrenda como sacrificio en favor del desarrollo que beneficiará a ese 10% que habita la cima de la pirámide económica.

Esas zonas de sacrificio se van conectando en ciclos de muerte que van despojando y devastando diferentes geografías guiados por simples cálculos de costo-beneficio. Secar un río aquí, para procesar el litio de la mina que destruyó el cerro allá; expulsar una comunidad aquí para hacer una urbanización de lujo cuyos residuos y deshechos contaminarán a otra comunidad allá; y todo presentado en bonitos reportes trimestrales a los accionistas o informes gubernamentales. ¿Y el dolor y la muerte? Silenciados con limosnas disfrazadas de políticas públicas o de eventos filantrópicos o con las balas impunes de grupos narcoparamiliates.

¿Todo es desolación y desesperanza? No, porque en ese rincón de la Ciudad de México que les recuerda diariamente a Adelfo Regino y a toda la presunta Cuarta Transformación que han traicionado a los Pueblos Indígenas, ahí sobre la Avenida México-Coyoacán, bajo banderas y símbolos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y del Congreso Nacional Indígena, cientos de personas que han logrado resistir, defender el agua, la tierra y la vida se reúnen en asamblea para seguir luchando y deteniendo el avance ecogenocida de los poderosos.

Tamara San Miguel y Eduardo J. Almeida

Tamara San Miguel y Eduardo J. Almeida tratan de acompañar y tejer caminos entre luchas. Son integrantes del Nodo de Derechos Humanos, del proyecto Etćetera Errante y Adherentes a la Sexta Delcaración de la Selva Lacandona.

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