Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

Caminando por La Habana

Las primeras horas en La Habana fueron para mi un deja vue de principios de los 90 en la Unión Soviética. El mismo paisaje urbano, todavía limpio y libre de contaminación publicitaria y junto con eso un tímido y a la vez persistente avance del comercio particular, como las islas del más inofensivo de los capitalismos dentro del mar del socialismo caribeño. Las mismas noches a media luz, la misma confusión y espera entre muchas esperanzas y algunos miedos (o al revés) y dentro de una infinita ingenuidad de un pueblo mucho más sano que los nuestros.

Algunos tomarán fotos de las banderitas norteamericanas en los carros o la ropa de los cubanos frente a algún muro con el retrato del Che como fondo y se irán de la isla convencidos que presenciaron el fin de una utopía más. Otros se quejarán de los malos servicios turísticos y demasiadas trabas burocráticas en cada paso. Terceros dirán que Cuba sigue siendo un paraíso en comparación con tantos infiernos humanos en la mayor parte del planeta y que ojalá no cambie. Pero cambiará.

Después de aquella primera sensación de un deja vue, caminando y conversando más, se nota claramente una gran diferencia entre Cuba de hoy y la URSS de los 90. La Habana sigue siendo la capital más segura y caminable de toda América. A pesar de una notoria pobreza de la mayoría de sus habitantes (desde un punto de vista occidental) y muchos absolutamente reales problemas económicos del país, es una ciudad absolutamente segura de día y de noche, donde uno puede caminar y perderse en sus increíbles calles durante horas y horas sin pensar en un asalto con violencia.

En las calles de la URSS en los tiempos de las reformas sonaban ráfagas y las mafias de todo tipo a sangre y fuego se apoderaban del enorme vacío dejado por el estado. Cuando conversé con muchos cubanos, en su mayoría bastante críticos hacia la actual situación económica en la isla, me llamó atención que su critica casi nunca fue contra el socialismo como sistema, sino contra los errores y el dogmatismo del gobierno y sus funcionarios, cosas que impiden desarrollar los logros del socialismo, algo que nadie pone en duda. En la perestroika soviética, en cambio, el acusado número uno de todos nuestros males fue el socialismo y los medios en unos poco años se encargaron de convertir en nuestras consciencias la palabra capitalismo en el sinónimo de la palabra progreso, de paso repitiendo absurdos y mentiras sobre Cuba.

Lo peor de la burocracia cubana es una clara herencia del modelo stalinista soviético. Pero para ser justos, lo mejor de la salud y de la educación cubanas también.

En Cuba observé una total libertad de opinión y critican lo que sea y a quien sea, no en los medios, sino entre las personas. El nivel de la critica y del análisis político social entre los cubanos es infinitamente más alto que en los países que se jactan de su libertad de prensa, pero donde el nivel cultural y educativo de la mayoría de los ciudadanos no permite conversaciones de este nivel con un taxista o un vendedor callejero. Simplemente es impensable. Uno de los principales sentidos de la revolución cubana (y de cualquier otra) está justamente en eso.

Muchos llegando a Cuba se interesan más por el estado de sus tiendas y una vez más confunden la calidad y el nivel de consumo con la calidad y el nivel de vida. Muy pocos de los visitantes entran a las escuelas y los hospitales cubanos y comparten con los niños, maestras, médicos y enfermos. Nuestro sistema nos acostumbró, de manera natural, a fijarnos mucho en la ropa de las personas y poco en los temas de sus conversaciones y siempre confundir las formas con los contenidos. Está claro que para cualquier análisis serio de la realidad cubana, esta mirada desde el mundo occidental es muy pobre e insuficiente.

Nunca conocí un pueblo que te mira tanto a los ojos como los cubanos. Tampoco conozco ningún otro pueblo de América más humano, más generoso, más solidario y más alegre que el cubano. Me pregunto, si esta humanidad de los cubanos es producto directo de la revolución o al revés su revolución fue el producto de eso. Porque entre otras cosas para hacer una revolución en un lugar tan paradisiaco como Cuba, los cubanos deberían tener suficientes razones.

Pasé en Cuba poco más de una semana y sería muy ingenuo opinar acerca de su futuro. Comparto las mismas esperanzas y los mismos miedos que traje a la isla. Su pueblo tan maravilloso, digno y creativo se prepara para recibir un tsunami de dólares, turistas y tentaciones de todo tipo desde el norte donde los mejores sicólogos y estafadores profesionales están planeando y calculando el derrumbe del primer bastión del socialismo en América. ¿Resistirá?

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