Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

Anocheceres de Moscú

Ahora me voy a poner gruñón, incomprensivo y un poco nostálgico. El mundo está al borde de una guerra nuclear, con los niveles de riesgo decenas de veces más altos y el poder destructivo de las armas, miles de veces más grande que el de octubre de 1962 con la crisis del Caribe. En aquellos tiempos todavía existía la clase política tradicional, los verdaderos hombres de Estado y las dos posturas ideológicas irreconciliables, que a pesar de muchos prejuicios o tal vez gracias a éstos, los hacían primero dialogar y luego entender y respetar. Ahora vivimos otro cuento.

Vemos un mundo corporativo, totalmente alienado generando una crisis mundial tras otra por un lado, y por el otro, a los demás, los que no se quieren encajar en esta extraña modernidad de los sentidos y significados cambiados, los que somos feos, lentos, atrasados, improductivos, conservadores, torpes, cuadrados, dogmáticos e inútiles, viviendo en la mira de las imposiciones de un modelo que es cualquier cosa, menos una democracia.

En estas semanas aquí en Rusia y en algunos otros lugares de la ex Unión Soviética no sólo mantenemos la esperanza de no convertirnos en cenizas radioactivas, sino también tenemos un fuerte debate acerca del futuro, que si lo llegamos a tener, deberá ser muy diferente del presente.

Por suerte, ahora en el debate participan no sólo las sectas denominadas “izquierda independiente”, no sólo los funcionarios del gobierno buscando encontrar y presentar a sus jefes las ideas ajenas que se dan como propias para la creación de un proyecto más, costoso e inútil, sino por fin algo que podría ser una verdadera sociedad civil que nace en estas tierras con un atraso de unos 30 años. Antes aquí la “sociedad civil” como se autodenominaba, eran personajes absolutamente benedettianos, (refiriéndonos al “Poema para La Clase Media” de Mario Benedetti), algo imprescindible para comprender la esencia de las revoluciones de colores, los neoliberales que en Rusia se llaman “liberales” y que siendo la mayoría en las instituciones del poder público y privado, desde los tiempos de Gorbachev, estaban reformateando a esta sociedad según los estándares del “mundo civilizado”. Ahora impedidos del glamour de ese mundo, por el peso del bloqueo occidental, todos son pacifistas y odiadores del gobierno y de la chusma de su país que no los quiere y no los entiende como antes.

Pero por suerte, hay otros, los que despiertan. En Donbass, en Moscú, en las ciudades de Siberia y en los pueblos del Cáucaso. Las personas, que entienden muy bien que esta guerra es entre Rusia y la OTAN y que el objetivo de los EEUU es desindustrializar y quebrar a Europa, desarticular a Rusia y sólo después, enfrentar a su principal enemigo imperialista: la China. Que el proyecto “Ucrania” de los últimos 8 años existía sólo dentro y para esta lógica. Pero hay un problema y muy serio. El actual poder político ruso tiene el mismo ADN que el ucraniano, y que todos los demás gobiernos capitalistas de la ex Unión Soviética. Rusia que enfrenta al monstruo neoliberal y no solo militar sino también mediático, cultural y económicamente en la vida cotidiana de las personas, estuvo los últimos 30 años de su historia dentro de la lógica del mismo modelo occidental capitalista, con sus mismos valores, referentes y símbolos. Incluso peor, con un fuerte complejo malinchista impuesto al país desde los tiempos de la Perestroika, cuando los grandes medios nacionales enseñaban a su pueblo a menospreciar su cultura, a sentir envidia por el “progreso” de las potencias occidentales y a avergonzarse de su propia historia.

Una buena parte de esta generación ya está en el poder y son rusos, sólo por su idioma y por su lugar de nacimiento. Para resistir al imperialismo occidental es muy poco tener sólo un discurso antiimperialista y los recuerdos heroicos de la Segunda Guerra Mundial; es necesario contraponerle una fuerte identidad propia, que fue socavada en Rusia por décadas de reformas y sobre todo, presentar un nuevo proyecto social anticapitalista que no existe aún. De otra forma sería como sacarse a uno mismo tirando pelo, de un pantano. Existe mucha burocracia cómoda que ni se inmuta, que no se atreve, no se arriesga. Es allí donde se hunden todas las iniciativas, propuestas y necesidades de un cambio radical. Aquí aparece esta sociedad civil rusa, muy crítica con las autoridades, llena de ideas, que a través de Telegram, convertido casi en la única red social de libre expresión (ya no quiero usar la palabra “democrática”) y fuera del control occidental, genera los verdaderos medios de comunicación independientes y expone su nueva agenda al país y al gobierno.

Por primera vez, desde la caída de la URSS, masivamente cuestionan el modelo capitalista y exigen al Estado volver a los valores de antes. No quieren guerra, pero entienden que más allá de los evidentes errores de su gobierno la guerra les fue impuesta por Occidente, que a Ucrania no le permitirán negociar ninguna paz con Rusia y en caso de derrota, su país será destruido y desmembrado, como tantos otros. Hay un clamor popular, de los civiles y de los militares hacia las fuerzas sanas dentro del gobierno y la sociedad, de un proyecto nacional ideológico que sea diferente del capitalismo.

Aunque cueste creerlo, por toda la propaganda de esta guerra cognitiva, que justamente es al pueblo soviético, un pueblo todavía sin su país, y quien tuvo la primera y la más exitosa historia anticapitalista del mundo, ¿le tocará una vez más presentar al mundo un nuevo modelo de alternativa al capitalismo? Estamos muy esperanzados de que sí.

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