Montaña adentro

Abel Barrera

Adiós Pet, rabia y dolor en el sepelio de Filemón Tacuba, estudiante de Ayotzinapa

Foto: Tlachinollan

El pasado martes 4 de octubre, en el tramo carretero de Chilpancingo a Tixtla, fueron arteramente asesinados Jonathan Morales Hernández y Filemón Tacuba Castro, dos estudiantes del cuarto grado de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. Ambos viajaban en una urban de transporte público, después de haber realizado sus prácticas pedagógicas.

Filemón, un joven de 21 año, hijo de Eloy Tacuba y Virginia Castro nació en Apantla, municipio de Ayutla de los Libres, Guerrero. Sus siete hermanos lo recuerdan como el más tranquilo y el más inteligente. “Siempre quiso ser maestro y para nosotros era un gran orgullo que alguien de la familia se dedicara a estudiar”.

Apantla es una comunidad muy pobre cuyas familias viven de la siembra del maíz de temporal. En el 2013, ante el embate de la delincuencia en la Costa Chica, Apantla se incorporó al movimiento de las autodefensas comunitarias, impulsado por la Unión de Pueblos y Organizaciones de Guerrero (UPOEG). En ese año Filemón salió de su comunidad para ingresar a la Normal. Lorenzo, su hermano mayor que vive en Carolina del Norte, se encargó de solventar los gastos de sus estudios.

El martes 4 de octubre fue el último día que Filemón estuvo en su pueblo. En el día de San Francisco convivió por última vez con su familia. Por la tarde, al filo de las 18:00 horas, Filemón yacía sin vida sobre la carretera, a 4 kilómetros de la capital del estado.

Otro golpe artero sufren los normalistas de Ayotzinapa, quienes a una semana del segundo año de la desaparición de sus 43 compañeros enfrentan otra tragedia. Este deleznable acto criminal pudo evitarse si las autoridades cumplieran con su responsabilidad de garantizar seguridad a la población. Contrario a lo que las familias de los estudiantes abatidos esperarían, las autoridades estatales de forma insolente se apresuraron a declarar ante los medios que “los jóvenes se resistieron y por eso les dispararon”. El ejecutivo estatal y el fiscal, en lugar de comprometerse a investigar los hechos, pero sobre todo de clarificar con objetividad el móvil del crimen y deslindar responsabilidades, prefirieron endosarle a los dos estudiantes la culpabilidad de sus muertes. Para los funcionarios fue más importante cuidar su imagen que aparecer como incompetentes y cómplices ante la arremetida delincuencial que cuenta con el apoyo de varios agentes del Estado.

El miércoles por la tarde, el cuerpo de Filemón fue trasladado a la explanada de la Normal, donde sus compañeros de generación le rindieron un sentido homenaje: “Cariñosamente te identificamos como “Pet”. Te recordamos como el compa alegre y sincero. Te la sabías rifar en los partidos y siempre mostraste empeño en las clases. ¿Qué sigue? es la gran pregunta. ¿Cómo compensar este vacío que nos dejas? Éramos 18. Nuevamente la sangre se ha derramado, pues Ayotzinapa siempre ha sido un punto rojo. ¿Qué seguirá? ¿una cacería? ¿o quizás destruir la Normal? ¿Acabar con la educación? En muchas ocasiones platicábamos estos temas en el grupo y ahí el Pet siempre fue sugerente y crítico. Así es como lo recordamos. No lo recordamos por hacer malas cosas, lo recordamos por luchar por sus 43 compañeros, por luchar por los compañeros del 7 de enero, por los del 12 de diciembre… ¿Y ahora quién luchará por él?. Solamente nos queda decirle a la familia que aquí estamos, que aquí está la Normal de Ayotzinapa, que aquí estamos sus compañeros. Aquí estamos sus hermanos” .

Sus compañeros cargaron el féretro hasta la puerta principal de la Normal donde se encontraba la carroza. A las 13 horas emprendieron el viaje en caravana al pueblo natal de Filemón. Fueron 4 horas de viaje. En su humilde casa lo esperaban su familia y muchos vecinos. Sus compañeros formaron una fila desde la carroza hasta la entrada de su casa. Se despidieron con el puño en alto y lo entregaron a su mamá y sus 7 hermanos. Lágrimas y rezos marcaron esa tarde trágica en una comunidad de mil 300 habitantes. Una mezcla de dolor y rabia era lo que se sentió entre la gente del campo que recién había cosechado los primeros elotes de sus parcelas.

El jueves por la mañana, la gente llegó desde poblados circunvecinos. Más de dos mil personas llegaron para acompañar a la familia y honrar al hijo del pueblo. Después del medio día formaron una gran valla que partió de la casa del Pet hasta la pequeña capillita del poblado. Sus compañeros realizaron la última guardia de honor. Cargaron el féretro para hacer el último recorrido por su comunidad.

La costumbre es que el difunto se despida de toda su familia. La casa de los abuelos y una casa de los hermanos fueron los lugares para dejar partir en paz al nieto querido. La banda de música y los cohetones hicieron más denso el dolor y la rabia entre todo el cortejo.

Sobre la carretera a Ayutla avanzaba el gran contingente encabezado por sus compañeros que nunca se cansaron de corear consignas. Los policías de la UPOEG escoltaron al Pet, al joven que logró salir del pueblo para ser maestro.

El sol de la costa no hizo tanta mella entre la muchedumbre. Calaba más el dolor y el encabronamiento de la gente por el asesinato de otro estudiante de Ayotzinapa. De otro joven proveniente de una familia humilde que forjó su sueño de ver a uno de sus hijos como maestro del pueblo.

La desesperación ante la tragedia hizo más cruento el momento en que sus compañeros bajaron el féretro ante la tumba de tierra. El pueblo lloró la muerte de Filemón porque simboliza la tragedia que enfrenta a diario ante la indolencia de un gobierno coludido con los grupos de la delincuencia y que encubre a los perpetradores. Son lágrimas que claman justicia y verdad, que exigen la presentación de los 43 y que demandan castigo a los responsables de estos crímenes.

Con un puño de tierra la mamá y demás familiares despidieron a Filemón. Es la muestra del cariño que se lleva hasta su última morada, pero sobre todo el gesto preciso del compromiso que se asume para mantener viva su memoria y para no permitir que su muerte quede impune.

A las cuatro treinta de la tarde sus compañeros de Ayotzi despidieron al Pet: “Filemón vive, la lucha sigue”. “Ayotzi vive, la lucha sigue”. “Ni perdón ni olvido, castigo a los asesinos”.

*Agradezco la información proporcionada por Christian Campos, compañero de Tlachinollan.

Abel Barrera

Antropólogo mexicano y defensor de los derechos humanos. En 1994 fundó el Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan en Guerrero, México. Ha recibido diversos premios por su trabajo en la defensa y promoción de los derechos humanos, de Amnistía Internacional Alemania en 2011, y el premio de derechos humanos 2010 del Centro por la Justicia y los Derechos Humanos Robert F. Kennedy, entre otros

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