Montaña adentro

Acapulco: paraíso de los ricos, infierno de los pobres

El 15 de agosto de 2021, cuando se realizaba la segunda jornada de búsqueda de Vicente Suastegui, dos policías ministeriales escucharon en su frecuencia de radio que un Tsuru ardía en llamas en la calle Nueva Frontera. Fue la primera señal que enviaron los grupos de la delincuencia que pululan en la zona de Renacimiento y la Sabana, ubicadas en la periferia de Acapulco. La caravana de búsqueda coordinada por la Comisión Nacional, llegó al lugar con elementos de la Guardia Nacional y la policía ministerial. Encontraron dentro de la cajuela un cuerpo calcinado. Para la familia de Vicente, este hallazgo causó estupor, porque dedujeron que se trataba de su hermano, sin embargo, no pudieron corroborar la identidad de la persona, debido al estado de descomposición en que se encontraba.

Fue el primer mensaje funesto por parte de quienes controlan las calles en las colonias pobres de Acapulco. Quemar vehículos y cuerpos se ha transformado en una práctica horrenda para causar terror entre la población y paralizar de miedo a las familias que se atreven a buscar a sus seres queridos.

En el arranque de la tercera jornada de búsqueda, se decidió entrar a la comunidad de El Arenal. La llegada de vehículos de la Guardia Nacional y de la policía ministerial generó sorpresa y temor entre los pobladores. Sus miradas atónitas lo decían todo. Temían que pudiera darse otro enfrentamiento con la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG). En cuanto cruzaron la comunidad, tres camionetas con policías de la UPOEG, se apostaron junto a los vehículos de la caravana de búsqueda. De inmediato sonaron las campanas de la iglesia y poco a poco llegaron taxis de Tres Palos y camionetas Urvan de varias rutas. Bloquearon la entrada principal para impedir que la Guardia Nacional realizara algún cateo o que la policía ministerial ejercitara alguna orden de aprehensión.

La caravana emprendió el recorrido con 12 personas, que caminaron alrededor de la laguna de Tres Palos. Una zona pantanosa de difícil acceso que impidió llegar a los lugares más recónditos. La única forma para adentrarse a estos terrenos fangosos, es a través de pequeñas lanchas que usan los pescadores de la localidad. Con el dron que utilizaron ubicaron una casa deshabitada a la orilla de la laguna, que al parecer ha funcionado como casa de seguridad, por los rastros que encontraron. Marco Antonio, sin temor a hundirse cruzó una parte de la laguna para verificar si no había restos óseos. Esta incursión inquietó a los policías de la UPOEG que se desplazaban en tres camionetas con personas armadas para vigilar los movimientos de la caravana. A lo largo de la calle principal se ubicaron taxis colectivos para realizar bloqueos. También tenían sus celulares para registrar los vehículos y los rostros de quienes conforman la brigada de búsqueda. Para evitar cualquier confrontación con la población, los elementos de la Comisión Nacional de Búsqueda sugirieron salir del Arenal.

Para Marco Antonio estas acciones de la UPOEG coordinadas con taxistas y jóvenes de esta comunidad, forman parte del “halconeo” que realizan para encubrir sus fechorías. Por la forma en que actuaron, intuye que su hermano Vicente se encuentra en este lugar. Por eso se resistía a salir, porque sentía la corazonada que estaba cerca de Vicente.

Cuando se organizó la salida, los policías de la UPOEG junto con 35 vehículos del servicio público, como taxis y Urvan se colocaron en la única calle del Arenal. Bloquearon en un crucero con el fin de impedir que circularan los vehículos de la brigada de búsqueda. Un grupo de la guardia nacional bajó de sus unidades y llegó al punto donde se encontraban quienes impedían su salida. Solicitaron que permitieran el paso y manifestaron que se retirarían del lugar. Un representante de la UPOEG dio la señal de que movieran los vehículos para dar paso. En el cruce cada grupo tomó imágenes para documentar el incidente.

A 28 días de la desaparición de Vicente, Marco Antonio y su familia se han mantenido en vela y no han dejado de investigar por su cuenta sobre el paradero de su hermano. Han sido 10 días muy pesados y tensos, dedicados a la búsqueda en colonias y comunidades catalogadas como muy peligrosas. Desde el cerro del Veladero, pasando por la colonia Emiliano Zapata, y tomando río abajo para recorrer la empobrecida periferia de Acapulco, conformada por ciudad Renacimiento, la Testaruda, el Cayaco, la Sabana, las Plazuelas, topando con la comunidad de Tres Palos y el Arenal, se constató que las calles están controladas por pequeños grupúsculos del crimen organizado. Existen casas de seguridad, hay viviendas que fueron abandonadas, como en la colonia 28 de junio, y a lo largo del río de la Sabana, se han encontrado restos humanos. Hay zonas donde la población identifica como tiradero de cuerpos.

Lo que más angustia a la familia Suastegui es que no hay avances en las investigaciones. A pesar de que existe una persona detenida, que ha declarado el modus operandi de la desaparición de Vicente, no se ha consolidado la carpeta de investigación para el ejercicio de las órdenes de aprehensión. Existen datos de que una persona, que perteneció a la policía ministerial, participó en esta acción criminal. También hay un señalamiento de que un comandante de la UPOEG recibió a Vicente en un hotel de la comunidad de Tres Palos. En ese lugar hay un grupo de esta organización que instala sus retenes y cuenta con habitaciones para resguardar a personas detenidas.

La colusión que existe entre algunos elementos de la policía ministerial con guardias de la UPOEG pone en entredicho el trabajo que realizan estas corporaciones policiales para supuestamente proteger a la sociedad. Por parte de las autoridades superiores existe complicidad, porque en lugar de contener la expansión del crimen organizado, solapan a quienes mantienen vínculos con sus jefes. La desaparición de Vicente Suastegui se enmarca dentro de esta descomposición de las corporaciones policiales y de este clima de violencia delincuencial que asesina y desaparece a personas que catalogan como enemigos, sin que las autoridades realicen investigaciones exhaustivas para detener a los perpetradores. Ante estas aguas turbulentas de un puerto dividido entre la opulencia y la indigencia, los pobres de la periferia de Acapulco, son quienes siguen cargando con el dolor y el sufrimiento por la desaparición de sus seres queridos. Acapulco es la caldera del diablo donde las organizaciones criminales se han instalado para transformar este paraíso en un infierno.

Abel Barrera

Antropólogo mexicano y defensor de los derechos humanos. En 1994 fundó el Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan en Guerrero, México. Ha recibido diversos premios por su trabajo en la defensa y promoción de los derechos humanos, de Amnistía Internacional Alemania en 2011, y el premio de derechos humanos 2010 del Centro por la Justicia y los Derechos Humanos Robert F. Kennedy, entre otros

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