El principio antagonista

Massimo Modonesi

UNAM: salir de la edad media

Una paradoja ronda la UNAM, una paradoja que se hace particularmente visible en ocasión de cada designación de un nuevo rector.

La UNAM es una institución de gran y merecido prestigio, donde radican y se reproducen diversas y ricas corrientes de pensamiento, donde se produce y difunde conocimiento y cultura, donde se enseña, se aprende, se investiga, se duda, se critica y se debate. Es, sin duda, uno de los mejores y más sanos lugares del país: la institución pública menos desprestigiada en tiempos de degrado generalizado. Al mismo tiempo, en su seno albergan miserias no siempre visibles, difícilmente negables, en buena medida vergonzosamente ocultadas o calladas de forma púdica por unos, toleradas o padecidas por otros.

Una de ellas, una de las más insostenibles y escandalosas, es que la UNAM es dominada, en su estructura política interna, sus órganos de gobierno y sus procesos de toma de decisiones, por formas autoritarias y burocráticas de tintes medievales.

En efecto, la única novedad de la reciente designación del Dr. Enrique Graue es el nombre del encargado del despacho. Podía haber sido peor, podía consumarse una imposición y una grave vulneración de la autonomía frente al gobierno federal. Afortunadamente no fue así o, por lo menos, no fue aparente o descaradamente así. Pero en lo que toca a su forma de gobierno la UNAM sigue en la edad media. A pesar de ser una universidad pública, la UNAM no es un república, un “cosa pública” en términos de las formas democráticas que la rigen, se parece más a una monarquía aristocrática que se reproduce a partir de un sistema de cooptaciones y auscultaciones. Cooptaciones que configuran un sistema de gobierno en donde las cúspides se reproducen en forma endogámica y oligárquica. Los aristócratas eligen al rey y el rey unge a los aristócratas. La colegialidad aristocrática expresada en la Junta de Gobierno se abre mínimamente en el Consejo Universitario, concediendo algunos curules a la plebe, concediéndole voz y un voto solo testimonial, ya que la mayoría está asegurada por la presencia de los lords, de los directores de facultades e institutos. Las auscultaciones, por medio de las cuales se sondea a la comunidad, antes de designar un rector o un director, evocan la inspección de un médico –otro médico- a un enfermo en aras de recetarle una cura y son simulaciones democráticas en donde los de arriba acceden a escuchar a los de abajo y que se prestan a la proliferación de una serie de prácticas inaceptables desde la perspectiva de la independencia y el respeto intelectual que debería reinar entre pares universitarios.

Este sistema se basa en una lógica nobiliaria que evoca tiempos antiguos de la historia de la institución universitaria, efectivamente de origen medieval. Los notables de nuestros días no dejan de ostentar títulos nobiliarios propios de su rango. No son cardenales, no son condes, duques o marqueses; son eméritos, doctores o portadores de códigos que dan cuenta de una peculiar genética académica: SNI I, II o III, Pride A, B, C o D, Asociados o Titulares A, B o C.

Esta nomenclatura genera un sistema de simulaciones, competencias y complicidades para la promoción personal, el acceso a prebendas materiales, subsidios a un salario disminuido en términos reales y una artificial sensación de prestigio ligada a la proliferación de un sistema de publicaciones “científicas” en revistas de “excelencia”. De esta lógica surge un universo cerrado, autoreferencial y convencional que es el piso hegemónico a partir del cual se generan los núcleos de sentido común que cohesionan importantes y mayoritarios sectores de académicos de tiempo completo. De arriba hacia abajo se siembra y cosecha un profundo conservadurismo en una minoría acomodada, que tiene algo que defender y eventualmente está interesada en ascender hacia la casta de funcionarios –donde se reparten jugosos y misteriosos bonos monetarios de fin de año-, respecto a la gran masa de profesores de asignatura, contratados por horas-clases, precarios y mal pagados.

La UNAM es autónoma en términos de su “relativa” facultad de autodeterminarse: de la elaboración de sus propias normas internas, de sus programas y proyectos académicos, la toma de decisiones y el uso de los recursos. Sin embargo depende de las finanzas públicas y eso abre la puerta a márgenes de injerencia por parte de los gobiernos en turno. En particular si se trata de gobiernos priistas, ya que el priismo es una tradición política con tan profundas y extensas raíces en la cultura política nacional que no excluye al “territorio puma”, como lo demuestra la circulación de destacados universitarios que, sin filiación partidaria, ostentando independencia y declarándose pumas de corazón, entra y salen de gobiernos priístas federales y locales. Por su raza no habla el espíritu sino el oportunismo.

Si la autonomía de la UNAM es objeto de debate y de disputa, otra autonomía determina su vida interna: la autonomía de la casta de funcionarios respecto de la comunidad y los sectores (estudiantes, académicos y trabajadores) y las corrientes de ideas que la conforman.

En el conservadurismo que caracteriza a la casta y sus alrededores y que marca la orientación de la reciente designación de Graue no parece caber la posibilidad de reformas en sentido democrático a la Ley Orgánica.

La refundación democrática de la UNAM parece estar vinculada a una condición necesaria, aunque no suficiente: la emergencia de un vigoroso movimiento estudiantil que rompa la cáscara oligárquica, estimule la participación crítica de sectores académicos y de trabajadores y genere las condiciones para la instalación de un Congreso Universitario que realice un ejercicio constituyente o diríamos, si no fuera una fórmula tan desacreditada, una revolución democrática: una democratización fundamental de su régimen de autogobierno.

Es difícil pensar que nuestro país pueda caminar por el camino de la democracia si en el espejo de la UNAM, a escala reducida y en una institución que reúne una alta densidad de educación y civismo, no logramos salir de formas medievales de gobierno.

Como antes de la revolución francesa, habrá que empezar a llenar los cahiers de doléances, los cuadernos donde los universitarios empecemos a registrar y enlistar los agravios relacionado con el que, más temprano que tarde, tendrá que ser conocido como el “antiguo régimen” del despotismo ilustrado de la UNAM.

massimomodonesi.com

4 Respuestas a “Cuando puede ganar la que ya no es izquierda”

  1. Erick Tapia

    Básicamente lo que dices es: «estoy en contra de este gobierno y con mis palabras rebuscadas trato de confundir a mis opositores (que para mí son ignorantes y ni le van a entender) para convencer a todos mis amigos pseudointelectuales de que quitemos a este gobierno que nos quitó privilegios haciéndolos sentir los » inteligentes» aunque desde el autor ya sepan de que va mi artículo sin necesidad de leerlo o entenderlo. Aunque si se dieran el tiempo se darían cuenta de que se contradice a si mismo en cuanto a la verdad el líder de este gobierno péca de sincero incluso al grado de la ridiculez (lo cual es una visión social subjetiva). Siendo que la oposición esta tan en contra de lo que creen es un socialismo latente… Pues deberían cambiar y adaptarse… Es eso para lo que son buenos no? Es la definición básica de capitalista. No entiendo por que se quejan tanto de el panorama si (según esto) serían capaces de sobrevivir en cualquier ambiente o sociedad (pir entiendo

  2. Espero no moleste mi comentario, pero asumir a Marx como Marxista cuando el mismo negaba serlo es una falacia de hombre de paja, en los hechos demostró claramente que no era Marxista, pues el joven Marx y el viejo Marx muestran una evolución crítica a sus ideas.

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