El sueño de la razón

Silvia Ribeiro

Tramas feministas y armas de casa

En plazas, avenidas, rincones y veredas de todo el mundo, las mujeres nos manifestamos colectivamente este 8 de marzo, pese a un año difícil que nos ha desafiado a encontrar nuevas formas de resistir y seguir construyendo. Las condiciones impuestas por la pandemia recargaron especialmente a las mujeres: por mayor desempleo, por teletrabajo, por recaer sobre todo en mujeres el acompañar a hijas e hijos en sus estudios, por ser sobre quienes cae la mayor parte del trabajo doméstico, por ser las que hemos asumido los cuidados de casi todo y de todas y todos -aún cuando esto no sea para nada una condición biológica con la que nacimos. Con el encierro obligatorio recrudeció el patriarcado, aumentaron los feminicidios, los abusos y violencias domésticas. Pese a eso, en este año de pandemia logramos también resonantes victorias, como la aprobación del aborto legal en Argentina, arrancada con la organización y el trabajo colectivo de muchos años. En ninguna parte, quedarse calladas es una opción. No lo era antes, menos ahora. Pero hubo que buscar nuevas herramientas.

En Uruguay han florecido las colectivas, organizaciones de diversos perfiles, tejidos organizativos, redes, tramas, coordinaciones feministas. La presencia de las jóvenes es muy visible y aparece mayoritaria, difícil saberlo en números, pero sí por la energía que colorea las calles de verde y violeta. Es un movimiento que tiene raíces centenarias, algunas organizaciones llevan décadas de acción luchando contra las múltiples formas de invisibilización. Ahora hijas y nietas cultivan la rebeldía con entusiasmo. Tanto en Argentina como en Uruguay, las acciones y marchas feministas en los últimos años han sido masivas, con decenas a centenas de miles de participantes. No se trata solo de marchas, sino de construcciones cotidianas complejas que han ido avanzando lentamente, desde abajo y muchas veces desde la sombra. Ahora los brotes florecen por todas partes.

Este año, las organizaciones y coordinaciones feministas de Uruguay llamaron a movilizarse de muchas maneras, en avenidas, calles, barrios, plazas, todas juntas y también descentralizadas. Olas violetas barrieron las avenidas, pero también los barrios y plazas más lejanas. Un fenómeno que convergió con el impulso solidario y organizativo desde abajo, que ha crecido localmente en muchos barrios, por ejemplo con la instalación de más de 700 ollas populares, algo que se afirmó para enfrentar las crisis provocadas por la pandemia.

Entre otras iniciativas parecidas en diferentes barrios, la invitación de un grupo de vecinas de Jacinto Vera y Larrañaga (en Montevideo) expresaba: “Somos maestras, cooperativistas, músicas, militantes, almaceneras, comunicadoras, ingenieras, amas de casa, bailarinas, deportistas: somos fundamentales para el funcionamiento de los espacios comunitarios de nuestros barrios. Queremos visibilizarnos y darle forma a ese nosotras que somos las vecinas. Conmemoramos este día como mujeres trabajadoras, para tejer juntas nuestra memoria como mujeres del barrio, para pensar entre todas como defender nuestros derechos, para darnos fuerzas en tiempos de crisis, porque aquí estuvimos, estamos y estaremos”

Viviana Barreto, de la organización REDES-Amigas de la Tierra, nació y creció en Jacinto Vera. Fue una de las vecinas que organizaron este encuentro el 8 de marzo. Lograron reunir algunos cientos de mujeres que marcharon por el barrio coreando consignas y sembrando ideas. Como en muchos otros eventos feministas, primó la auto-organización y el cuidado mutuo. La mayoría fueron jóvenes, pero también acompañaron muchas niñas, niños y mujeres que son parte de las raíces de los barrios. Al pasar la colorida caminata, otras que no habían podido asistir salían a acompañar cantando algún pedacito de la alegría compartida.

Al fin, reunidas en una de las plazas de la zona, las jóvenes que organizaron la convocatoria, llamaron a una reunión el sábado siguiente, en un club deportivo del barrio. Comenta Viviana que a esa reunión llegaron obviamente muchas menos, pero que sin duda la semilla germinó y la cuidan para que crezca. “Algunas ya tenemos experiencia por nuestro trabajo en organizaciones, y podríamos haber acordado un plan de trabajo muy estructurado, pero ahora queremos encontrar los ritmos colectivos con la gente del barrio, con las mujeres que quizá se acercan por primera vez al feminismo”. Hay un redescubrirse, tanto por los dolores y posibilidades del presente, como por conocer más y saberse parte de una historia común. Acordaron pintar un mural e ir recuperando la historia feminista del barrio, escuchar a las abuelas, conocer quiénes vivían allí, que luchas tenía, qué mujeres estaban y están, cuáles son sus miradas, preocupaciones, construcciones, proyectos.

En el mismo barrio hay otras experiencias y espacios colectivos, como ollas populares y huertas comunitarias, centros deportivos y barriales. Muchas vecinas ya participan en esas experiencias. Según el estudio de un equipo coordinado por Anabel Rieiro y otros docentes de la Universidad de la República sobre ollas populares en Uruguay durante la pandemia, cerca de dos tercios de quienes organizan y mantienen esas iniciativas solidarias son mujeres. Así las historias, las redes e identidades se entretejen. Ahora su intención es construir también su historia colectiva como mujeres, desde una mirada feminista y desde el barrio, los hogares, los centros de actividad. Las condiciones impuestas por la pandemia, en lugar de aplastarlas, las multiplicó.

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