Telenovela, tragedia y comedia: el show debe continuar
Si hemos de creer las notas del momento y las tendencias informativas en boga, México es un país perdidamente esquizofrénico. Como dice un amigo, el episodio Chapo-Kate-Sean Penn-Peña Nieto confirma que aquí todo deriva en melodrama romanticón. Y si se le estira, cine. Cine malo. No obstante, la realidad recurrente y empedernida nos arroja desaparecidos, violadas-asesinadas, ejecutados. Los heridos de bala o de droga chafa atiborran clínicas, dispensarios y cárceles. Vemos el camposanto desorganizado en fosas que es el suelo nacional. Estamos ante una tragedia que no termina. Y sin embargo, hace ya rato que llueven encuestas, informes, entrevistas y comentarios según los cuales México tiene uno de los más altos índices de felicidad en el mundo (whatever that means), el más alto en América Latina. Y lo mejor: descubrieron que está ligado a los genes. O sea, estamos condenados a ser felices pase lo que pase.
¿De qué género dramático estamos hablando? ¿Melodrama telenovelero con tintes rosas e involuntario humor negro? ¿Tragedia con todas las agravantes, chorros de sangre, traiciones, actos brutales y gratuitos, venganzas sin fondo, tormentos extremos, masacres innombrables? ¿O de plano es la comedia del sexo me da risa, las escuelitas de adultos idiotas, el tutti fruti de concursos y tribunales públicos denigrantes? Dicho de otro modo, ¿cómo puede un mismo país encabezar a nivel mundial las listas de los tres géneros al mismo tiempo, melodrama, tragedia, comedia? Como dirían en Cuba, estamos clínicos, chico.
Ha de ser por eso que aguantamos todo. Ha de ser por eso que nunca desconfiamos de las autoridades gubernamentales ni sentimos herida nuestra inteligencia cuando nos explican lo que pasa y nos aseguran que las cosas están de maravilla, la inflación no existe y las instituciones, radiantes de tan firmes, nos garantizan estabilidad y paz. Por eso permitimos que nuestros gobernantes, legisladores y jueces decidan por nosotros. Ellos nos hacen el favor de elegirse, firman tratados sin preguntarnos, hacen uso discrecional de los dineros públicos, cambian las leyes y aplican reglamentos que fueron consultados en Marte o por Internet. Y la gente, tan tranquila.
Nuestra felicidad incontrolable agradece la veracidad noticiosa que nos recetan los noticieros y la mayoría de los medios impresos, brindando un alivio que nos permite pensar menos; pensar cansa. La televisión y sus derivaciones interpretan por nosotros los hechos las 24 horas del día. En otro orden, nos gustan los velorios, disfrutamos tanto el ponche y la chilladera. Y marchamos protestando para que nos peguen. Gozamos el contacto cuerpo a cuerpo con la policía, y que nos metan presos a nuestros compañeros nos hace el día, determina lo que haremos los meses por venir. Que nos repriman nos entretiene casi tanto como a los «malos» agarrarse a balazos entre ellos o con la tira o tirando al blanco contra inocentes, y no hay nada que a los «malos» les guste más en esta vida que desgraciar al que se ponga, como bien ilustran las películas y los videojuegos.
Ya ven cuánto nos gustó que viniera James Bond a derruir el Zócalo y toda la calle de Tacuba en medio de un aquelarre de calacas catrinas y chocarreras, como hipnotizadas. Tan verosímiles las explosiones. Lástima que la chica Bond mexicana resultara tan desechable, aún en una categoría argumental -«las chicas Bond»- que a las guapas las concibe desechables por definición. Quizás lo que vimos en Spectre es muy mexicano: la mujer abandonada y aquello de que la vida no vale nada. Acá inventamos el Día de Muertos, los narcocorridos y las piñatas.
Hasta parece que al mexicano (categoría social que inventaron unos intelectuales allá por 1950) le gusta sufrir. Que le quiten su casa, sus gallinas, sus tierritas y sus hijas. Comenzó con la Conquista, con la «chingada» que según Octavio Paz es nuestra madre. La tuya dijo el otro. La administración del abuso es realizada con diligencia por las mineras, las inmobiliarias, las policía municipales, los militares, las constructoras, los decretos presidenciales. Todos ellos, en primer lugar y afortunadamente, actúan por el bienestar de los mexicanos. Y donde el Estado no llega, o de donde se retira discretamente, enseguidita ocupan su lugar familias, cárteles, pandillas, paramilitares y otras estructuras paralelas del sistema. La experiencia ha enseñado que los legales y los ilegales se entienden bien, cooperan. Uno puede confundir policías con secuestradores o asaltantes, por ejemplo. Es comprensible.
También tenemos fama de que nos encantan las emociones fuertes. Así que los niños crecen muy adecuadamente atemorizados hasta de ir a la escuela, sobre todo por lo que pueda suceder en el camino; las experiencias de terror son cotidianas si se vive en Reynosa, Culiacán, Matamoros, Cuernavaca, Acapulco o en algunas de las muchas sierras que hay en nuestro México y lo hacen un destino turístico tan pintoresco. Las experiencias traumáticas pueden, y suelen, ser domésticas. Alimentados los niños y las niñas con violencias reales y virtuales, crecen adictos a la adrenalina. Bien aguantadores. Por eso hacen tan cumplidores esclavos y camellos. Leales al jefe, sea político de un partido, mando de alguna corporación, dueño de negocios o cabeza de un grupo delictivo. Con frecuencia dichos cargos vienen juntos, lo cual despeja dudas sobre si tiene caso oponérseles, o si es preferible apechugar, o emigrar.
Tragedia, comedia, telenovela. ¿Será parte de la felicidad incontrolable la falta de vergüenza social ante los abusos que sufren en nuestra cara los migrantes centroamericanos? Digo, porque si nos dieran vergüenza esos tratos algo haríamos para impedirlos y no dejarles todo a Las Patronas modestas o a los albergues de religiosos que se financian de milagro en los infiernos de este mundo.
Resulta reconfortante que las viejas garitas migratorias se hayan modernizado y sean hoy auténticos centros penitenciarios, con celdas, pasillos, cabinas para interrogatorios y callejones sin salida entre muros y púas. Los atravesamos como fantasmas, sintiéndonos protegidos porque no nacimos en Honduras ni Guatemala. Y si visitamos parajes como San Javier, en San Luis Potosí, sentiremos el empuje, el poderío del oro macizo que sale de allí con tal orgullo que quién se fija en la destrucción ambiental y del paisaje, la contaminación de los mantos freáticos, el desplazamiento de pobladores. Meros daños colaterales.
Qué tranquilidad nos dio a los mexicanos el mensaje del presidente de la República en cadena nacional y redes sociales para dar inicio al jubileo por la captura del Chapo. Sí, fue un logro mayúsculo. Tantos columnistas y analistas políticos no pueden estar equivocados. Sólo los resentidos o los que traen boleto pueden negar que esta vez las instituciones funcionaron. Viéndolo bien, para qué insistir en tribunales justos, consultas ciudadanas y asambleas ejidales, teniendo tanto columnista y comentarista y noticiero que saben cosas que nosotros no (conocen el guión al menos). Y cuando no nos complazcan, nos quedan los memes y el desahogo alburero, que es a donde llega la libertad de expresión.
A los mexicanos bien nacidos, como dicen panistas y priístas con sobrada razón ¡de Estado!, no los pueden convencer los alegatos de ciertos indígenas insurrectos que desestabilizan las instituciones y estorban el progreso, lo mismo que esos otros indios y similares atravesándoseles a las maquinas porque no quieren el espectacular aeropuerto, la panorámica autopista, la chula fractura hidraúlica en su milpa, el molino de viento que produce euros, el hotel exclusivo en sus playas con la oportunidad adicional de volverse recamareras o jardineros. Son gente que no quiere entender. Que por consigna no acepta la verdad histórica de los 43 que tan generosa cuan ingeniosamente elaboraron nuestros gobernantes para cimentar la tranquilidad ciudadana. Y luego los inconformes van y traen jueces foráneos, como si nuestros ministerios públicos y magistrados tuvieran algo que reprochárseles.
Los guionistas y los patrocinadores de la esquizofrénica cartelera de entretenimiento que es la realidad nacional tienen claro que para el melodrama y la comedia nada estorba más que maestros comprometidos, estudiantes concientes, padre y madres en duelo inconcluso, campesinos que no entienden que la tierra es mercancía, medios de comunicación que piensan y miran por su cuenta, vecinos que se organizan contra nuevos centros comerciales, activistas que difaman la agricultura posmoderna. Y que nada dificulta más el desenlace fatal de la tragedia que las resistencias organizadas. Para hacernos tragar lo que dicen que nos conviene, las instituciones y sus cuerpos de orden y comunicación no escatiman horarios ni costos de producción. El show debe continuar.
Hermann Bellingahusen
Poeta, editor, escritor de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos. Es cronista, reportero, y articulista de La Jornada desde su fundación. Dirige Ojarasca desde 1989. Desinformémonos publicó su poemario «Trópico de la libertad» en 2014.