Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

Rusia: la guerra que todavía no tiene nombre

Este verano en Moscú es especialmente caluroso. Este 2 de julio con una temperatura de +32,1C, se superó el récord del año 1890 con sus +31,9C. En los próximos días se esperan hasta +36C. Los camiones cisternas desde temprano recorren las calles rociando árboles, pavimento, a los transeúntes con chorros de agua. Las botellas del agua se reparten todo el día en las estaciones del metro y en los centros comerciales. Las personas que hace pocos meses se quejaban de la nieve y soñaban con un verano, ahora extrañan el paisaje blanco con indicador de bajo cero en el termómetro.

Las únicas temperaturas más altas que las meteorológicas son las políticas. Aquí, en Rusia, la prensa no funciona como en Occidente. A diferencia de Latinoamérica, por ejemplo, la “prensa alternativa” o “independiente” siempre ha sido más pro-sistema que la prensa oficial. La prensa oficial, con unas contadas excepciones, sigue siendo tan mala como siempre. La prensa opositora, históricamente anticomunista, proestadounidense, proisraelí y proucraniana ahora, en estos tiempos de guerra, está prohibida. Era más profesional y eficiente que la oficial y normalmente mucho mejor pagada por los diferentes fondos extranjeros que ahora tampoco están en Rusia. En realidad, la mayoría de rusos no extraña ni a esa prensa ni a esos fondos. Lo que sí se extraña mucho son los tiempos de paz y la sensación de un futuro abierto, sin miedo por los seres queridos. Y la real discusión política de la sociedad rusa está toda en telegram, prácticamente la última red social donde las ideas no se censuran.

En estos casi dos años y medio de guerra en Ucrania, la sociedad rusa ha cambiado bastante. Más allá de las más o menos predecibles declaraciones oficiales que van y vienen y una clara intención occidental de ahorcar a Rusia ya con casi 20 mil “sanciones económicas”, que dañan más las economías europeas que a la rusa. Se ve un claro empate militar, donde Rusia no está dispuesta a usar todo su poder bélico contra las grandes ciudades ucranianas densamente pobladas y el ejército ucraniano no tiene capacidad para una contraofensiva, dejando de ser el gobierno de Kiev, una prioridad para EEUU.

Empezando la Operación Militar Especial, el gobierno ruso apostaba por un rápido y poco sangriento derrocamiento del régimen de Zelensky que en ese momento tenía muy poco apoyo en Ucrania, para poner fin al permanente martirio de Donbass y el cambio de su gobierno ultraderechista y claramente colonial, por un régimen neutral, que no fuera una permanente amenaza militar a Rusia. De hecho, el término “Operación Militar Especial” se utilizó en vez de “guerra” más que nada por razones jurídicas: esto permitía a Rusia no reestructurar el sistema económico, político y militar para un estado de guerra, que implicaría la movilización total. Claramente, pronto se hizo evidente, que el plan inicial no funcionaba. Parece que más por la subestimación de la capacidad militar del ejército ucraniano y sobre todo, por no entender la eficiencia de la propaganda antirrusa y anticomunista en Ucrania, donde en la última década se logró reformatear las creencias y valores de generaciones enteras. Pocas semanas después del inicio de la Operación Militar, muchos en Rusia sintieron que el país cayó en una trampa muy bien preparada por el enemigo, que no es el patético gobierno de Zelensky. El intento ruso de solucionar el gravísimo problema por la vía de una negociación urgente, terminó una vez más con la burla de Occidente. Recordemos, que en abril de 2022, hace dos años, en Turquía, Rusia y Ucrania negociaron un acuerdo de paz, al que el gobierno de Zelensky dijo sí. Por eso Rusia retiró sus tropas que ya se encontraban en la entrada de Kiev, pero después de la visita relámpago a la capital ucraniana del primer ministro británico de entonces, Boris Johnson, Ucrania dijo que había cambiado de opinión y no iba a firmar nada. Se hizo lo mismo que con los acuerdos de Minsk: comprometerse y no cumplir.

Las corporaciones occidentales, con su brazo armado, la OTAN, y sus gerentes, los gobiernos de EEUU y Gran Bretaña vieron en Rusia un bocado fácil, antes de atacar a su principal rival: la China. El golpe de Estado del 2012 en Ucrania conocido como “la revolución del Maidán” fue un laboratorio para la desestabilización de la sociedad rusa (independientemente de lo que digan ahora los nacionalistas ucranianos o los chovinistas rusos, se trata de pueblos con una misma mentalidad, cultura e historia, las que prácticamente no se distinguen una de la otra, más allá de uno u otro discurso político circunstancial). El proyecto consistía en provocar a Rusia, y cuando Rusia actuara, aplicarle todas las sanciones económicas posibles para desplomar así su economía, la que se consideraba débil y dependiente de Occidente. Provocaría dentro de Rusia protestas contra la guerra, que tendrían que ser reprimidas cruelmente y repetir en Moscú la experiencia del Maidán de Kiev, para dejar en Rusia a otro gobierno colonial en el poder. Pero como sabemos, ellos también se equivocaron y el resultado ha sido el contrario. El apoyo popular al gobierno de Putin aumentó considerablemente, la economía del país está creciendo y su nivel de independencia tecnológica de Occidente sigue aumentando.

También hay algo aún más importante que cambió en la sociedad rusa. A diferencia de hace un par de años, en las calles ya casi no se ven personas con las banderitas norteamericanas y logos de las fuerzas armadas de EEUU. Antes había muchísimo. Y si aparece alguien ahora, otros lo miran feo, pero a la rusa, sin decirle nada, y las miradas molestas de otros, se encuentran en complicidad. Ya casi no se habla, ni siquiera en la prensa oficial de la “Operación Militar Especial”, se habla directamente de la guerra. Una guerra contra la OTAN, que no permite que la guerra termine. Una guerra que todavía no tiene nombre. Sabemos, que la prensa mundial habla normalmente sobre “la guerra entre Rusia y Ucrania”. Pero esos que dicen ser el gobierno ucraniano, en esta guerra, no deciden absolutamente nada.

Este 1 de julio la ministra saliente de Defensa de Países Bajos, Kajsa Ollongren, declaró que su país autorizó el envío de 24 aviones de combate F-16 a Ucrania, los que “serán entregados en breve”. Aunque el canciller ruso, Serguéi Lavrov, dijo que los cazas F-16 no cambiarían la situación en el campo de batalla y «serían destruidos como otros tipos de armas suministradas por países de la OTAN a Ucrania», la situación es más seria. La base de todas las estrategias ofensivas estadounidenses es el poder aéreo. Primero se superará la defensa aérea rusa con los misiles PrSm y ATACMS (los que ya tiene Ucrania), luego entrará en acción la aviación de la OTAN apoyada en los F16, que utilizan una amplia gama de municiones, y pueden portar armas nucleares. Observando los últimos acontecimientos se puede llegar a la conclusión de que la OTAN ya está preparando sus fuerzas bajo la bandera ucraniana, desde los aeródromos en Rumania y Polonia. Y no hay cómo saber si un F16 porta armas nucleares o no. Los misiles norteamericanos ATACMS lanzados desde Ucrania ya destruyeron en las últimas semanas los primeros radares rusos de detección de peligro de ataque nuclear. El portal británico UK Defence Journal informó este domingo que los aviones de la OTAN vigilan el espacio aéreo de Ucrania, y de acuerdo con su información, aeronaves de la Alianza Atlántica equipados con el Sistema de Alerta Temprana y Control Aerotransportado (AWACS, por sus siglas en inglés) que antes actuaban desde Rumania, hace poco también fueron desplegados en el cielo de Polonia. La alianza atribuyó su decisión a la “necesidad de garantizar la seguridad de sus aliados europeos ante el conflicto en curso en Ucrania”, explicando que «los AWACS pueden detectar aviones a cientos de kilómetros de distancia, lo que los convierte en una capacidad clave para la disuasión y la defensa de la OTAN».

También es muy asombrosa, a pesar de tantos movimientos supuestamente ciudadanos, sociales y pacifistas en Europa Occidental, la ausencia de cualquier fuerza real que tenga una clara postura anti guerra. Las múltiples y multicoloridas pseudo izquierdas en el poder y las ultraderechas europeas que les ganan una elección tras otra, compiten en el belicismo y la irresponsabilidad, dispuestos a sacrificar no sólo a sus pueblos, sino al mundo entero también.

Este verano empezó en Rusia con mucho calor. Ojalá que las temperaturas no sigan subiendo.

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