Kolumna Okupa

Rocío Silva Santisteban

¿Por qué me siento frustrada y llena de dolor?

La policrisis peruana pero especialmente la impunidad ante las muertes de las movilizaciones de diciembre, enero, febrero y marzo ha puesto sobre el tapete la derrota del movimiento social. Lo dijimos en la columna anterior y lo repetimos ahora: no hay posibilidad de organizar una respuesta contundente. Derrota es una palabra amarga. Pero la amargura de la neblina que esquiva la realidad no solo nos hunde, también nos ciega. Por eso mismo es necesario analizar nombrando la situación con las palabras correctas.

Hace pocos días, en una presentación para los voluntarios de Amnistía Internacional, la presidenta de la institución en el Perú, la activista aymara Yuly Quispe Cusacani, me confesaba la tremenda frustración que sentía ante esta Lima centralista que “no nos ven como ellos, no se identifican con nosotros”. Se refería a la situación de impunidad, indefensión y frustración que viven los familiares de los muertos por uso abusivo de la fuerza del gobierno de Dina Boluarte y las centenas de heridos y criminalizados (los últimos son casi 700 personas). Yuly, a quien he conocido en la Marcha por el Agua en el año 2012, que ha sido activista importante de FEMUNCARINAP y que se quedó en Lima para acompañar a las compañeras que habían caído con COVID19 a inicios de la pandemia, es una mujer fuerte, luchadora, directa como la punta de una flecha, no se viene con remilgos cuando tiene que hablar sobre las múltiples violaciones de derechos humanos, que el mismo informe de AI en el Perú ha calificado como “Racismo Letal”. Por eso me insiste “Nosotros no creíamos tanto en Castillo pero sí en este movimiento político. En el camino de toda esta situación, se ha formado un movimiento social importante en el sur andino, que subió como la espuma de la cerveza, y como la espuma, volvió a bajar. ¿Por qué me siento frustrada y llena de dolor?” me confiesa casi con lágrimas.

Los sentimientos que expresa Yuly Quispe nos interpelan. ¿Acaso debemos de seguir arriando las mismas banderas que se vuelven flecos desechos en el aire?

Mientras escribo estas líneas, los compañeros y compañeras de la Central General de Trabajadores del Perú – CGTP y de otros movimientos como la Coordinadora de Organizaciones de Izquierda y Progresistas – COIP, a la que yo misma pertenezco, están organizando una movilización por el 12 de octubre. No creo que lleguen siquiera a las tres mil personas. No es pesimismo, es simplemente que nos cae encima la realidad.

Una encuesta que ha circulado ayer de la agencia Vox Populi sostiene que la principal cualidad de los limeños es el “emprendimiento” y la que menos tienen es la solidaridad. No me extraña esa visión tan negativa de nosotros mismos. Porque a los peruanos y peruanas se nos ha inyectado profundamente en las venas la imaginación del capitalismo global que destaca, como gran valor, pisar al otro para salir adelante: el emprendedurismo tiene cualidades como el empuje y la visión de futuro pero su núcleo duro es el egoísmo, la carrera desenfrenada sin considerar a la alteridad, la basurización del otro. La solidaridad que en la minka y el ayni es el principal valor para salir adelante en sociedad se pierde en esta urbe hórrida, Lima, en la que vivimos 13 millones de peruanos, más una población flotante de dos millones de venezolanos, como si fuera un defecto.

Sin embargo y aunque lo perciban de esta manera miles de mis paisanos, se abre paso a paso entre mujeres del barrio, calladas y activas, a través de las famosas “ollitas comunes”, en los comedores populares y en la calidad de la amistad en los barrios. El sábado pasado mi madre se cayó en su casa: yo me encontraba fuera del Perú en un congreso en Iquique. Mi madre gritó y una señora que arreglaba sus cortinas, salió corriendo al condominio a llamar a la gente: “se cayó la señora Aura”. De inmediato, el vecino del tercer piso, el portero, el canillita, llegaron para llamar a los bomberos, llegó el serenazgo, la otra vecina, la administradora del Bloque A, y me llamaron por video para ver a mi madre, calmarla un poco e indicar a los bomberos qué pastillas toma. Después llegó mi hija y la llevó al hospital. A mi regreso, caminando por el barrio, la frutera de la esquina me pregunta: “¿Y cómo está la mamita? Supimos que se cayó”. A la vuelta, la panadera de la cafetería del frente de su departamento me dice: “¿se encuentra mejor su mamá, yo llamé al serenazgo?”. El portero de noche me vuelve a repreguntar: “¿y ya le dieron a su mamá de alta?”.

La anécdota de mi madre, una anciana profesora de 100 años que vive hace 40 en ese barrio, más las lágrimas contenidas de esta mujer potente que es la presidenta de Amnistía Internacional – Perú me hacen repensar nuestras propias posibilidades de organizarnos y levantarnos cuantas veces nos hayan hecho añicos. Esa potencialidad no será emprendedurismo ni solidaridad pero quizás sea un valor sobre el que debemos erigir nuestras alianzas.

Rocío Silva-Santisteban Manrique

Feminista, activista, poeta, profesora universitaria y consultora de derechos humanos, género y conflictos ecoterritoriales para UNICEF, OXFAM, GIZ, Diakonia, Broederlijk Delen, Terre des Hommes, Red Muqui, entre otras. Miembro del Pacto Ecosocial del Sur y del Tribunal Internacional de Derechos de la Naturaleza.

Una Respuesta a “Esta democracia ya no es democracia”

Dejar una Respuesta

Otras columnas