Postales de la revuelta

Hermann Bellingahusen

Nombres para no olvidar

No podemos recordarlos a todos todo el tiempo. Por buena memoria que uno tenga, los recuerdos se aglomeran y desordenan, unos tapan de la vista a otros o se les adelantan por urgencia, actualidad inmediata u oportunidad aniversaria.

Pasa el tiempo, y qué tiempo éste. Los nombres y las fechas ingresan en listas, son piezas del crucigrama que aguarda, indiferente, en las marañas de la red para que los encuentre quien quiera recordar. Mas cada nombre es una herida directa en alguien madre, alguien padre, alguien hijo, pareja o pariente. Para ellos esa herida es siempre la primera de la lista, aunque cicatrice.

La lista es México se he vuelto inclemente, sólo crece. La cuenta desplazó a los nombres. Ahora necesitamos cifras, apartados y porcentajes para abarcar el registro. Qué ardua la memoria en estas condiciones. Con ternura heroica, son miles que mantienen vivos los 43 nombres, que son más, de Ayotzinapa. Desde 1997, con no menos heroica ternura, miles han mantenido los nombres de los 48 de Acteal (incluso los que no tenían nombre todavía). La obscenidad del nuevo siglo nos tiene atrapados bajo el fuego de los disparos legales de fuerzas públicas, y los ilegales de matones explícitos. Llevar la lista y la cuenta se vuelve pesadísimo.

A cuántos se les cansa la memoria, se les obnubila o desespera. La insidia de los medios de propaganda oficialistas y la contrainsurgencia blanda saturan las memorias, las cubren de humo, bruma, duda, información basura, malabares confusos, negación cínica de lo evidente. Los poderes repiten y repiten la mentira, como los nazis enseñaron que se construye la «verdad». Histórica, faltaba más.

La indignación y la dignidad mantienen encendida la luz para que veamos y recordemos. La ternura. El dolor. El anhelo de cambiar las cosas cuando no lo dejamos que desfallezca.

No han pasado tres meses de que Idilberto Reyes García, de 12 años, recibió del Ejército federal un tiro en el cerebro que le entró por el ojo izquierdo. Apenas el 19 de julio, cerca del puente de Ixtapilla (municipio de Aquila, Michoacán) y ya lo acecha el olvido.

Un niño nahua de la costa de Ostula. Su nombre, escrito en los medios con variantes, se agregó a la lista infame. Hubo rabia, pena, denuncia, fotos, video. El Ejército replicó yo no fui, y eso le bastó para dar vuelta a la página no obstante que los testimonios presenciales responsabilizan directamente a las tropas federales. Dos días después de los hechos, La Jornada publicó la versión de testigos presenciales, familiares del niño muerto y de los heridos, uno y otros víctimas colaterales de una protesta que transcurría en ese momento y le disgustaba al gobierno, era en contra suya.

Recuérdese que los hechos se dan en el contexto de las protestas de los comuneros de Ostula por la detención del comandante de su policía comunitaria Cemeí Verdía (quien a la fecha sigue preso por consigna política, esa práctica judicial tan común y normal en el México institucional como la tortura y la fabricación de culpables ad hoc). Así lo registra el corresponsal del diario el 21 de julio:

Edith Balviera, tía de Idilberto, informó que después de que comuneros se enteraron de la detención del líder nahua Cemeí Verdía Zepeda bloquearon la carretera costera a la altura de Xayakalan, sobre la carretera Lázaro Cárdenas-Colima, así como el entronque con Ostula, El Duin e Ixtapilla. Aseguró que desde temprana hora hubo roces con fuerzas federales y policías de Fuerza Ciudadana.

Después de las 17 horas, en el puente de Ixtapilla –que mantenían bloqueado –hubo agresiones verbales y empujones entre comuneros y militares, situación que subió de tono cuando los soldados incendiaron una camioneta y lanzaron dos bombas de gas lacrimógeno, por lo que mucha gente corrió.

Indicó que un convoy compuesto por unas 30 camionetas militares se dirigía a Lázaro Cárdenas, y a unos 100 metros del puente donde estaba el bloqueo, en un negocio que combina restaurante y tienda, algunos soldados dispararon contra el inmueble, justo cuando Idilberto se encontraba dentro.

Allí mismo jugaba Jeini Natali Pineda Reyes, de 6 años, quien recibió un rozón de bala en la frente. ‘‘Cuando la vi desmayada en el piso pensé que había muerto’’, dijo su tía Guadalupe. Comentó que vio tirado a Idilberto a unos metros de ella, bañado en sangre. ‘‘Cuando dejaron de escucharse disparos corrí hacia él, pero ya casi no respiraba’’.

Josefa Ordóñez dijo a su vez que en el momento en que los soldados dispararon ella caminaba frente a la casa baleada; su amigo Horacio Valladares la empujó y a él le tocó una bala en la cadera. ‘‘Me dio más coraje porque los soldados se iban riendo’’, dijo Josefa, quien junto con un grupo de mujeres esperó ayer que los restos del niño llegaran a Ixtapilla, pues el cadáver fue trasladado el domingo a un hospital y luego al Servicio Médico Forense de Coahuayana.

En plena impunidad de los asesinos, el «caso» ingresó a la lista, a la cuenta, a la memoria. Cómo no pensar en Palestina. Detalles más, detalles menos, en Ostula, Gaza y Cisjordania hay un ejército de ocupación y grupos irregulares de matones a los que la población resiste. Una población con los derechos restringidos, casi nulos. Ya que acatar no es opción para estos pueblos, los amenazan el exilio, la cárcel, la muerte.

Están los niños, las mujeres, los viejos, los hospitalizados. Tanta víctima colateral. A raíz de la segunda Intifada a comienzos del siglo, la poeta palestino-estadunidense Naomi Shihab Nye recordaba a la víctima número 500 (ah, las cuentas), una chica llamada Ibtisam Boszieh:

Hermanita Ibtisam, nuestro sueño
avanza con dificultad, nuestro sueño
agarra con fuerza la cuerda de tu nombre.
Muerta a los 13 por asomar a la ventana
y quedártele viendo al cañón de un rifle
que no sabía que tú querías
ser doctora.

Qué mundo es este, un nombre tras otro de hijos e hijas de alguien. Idilberto. Ibtisam. Como si no fuera ya insoportable, sigue algo muy duro de aceptar: los culpables, por identificados que estén, no la pagan y ni siquiera son interrogados, su disciplina vale más que la verdad.

Y cuando los ejecutores no son completamente militares y acaso fueron sentenciados como en Acteal o los asesinos de Galeano en La Realidad, salen libres más temprano que tarde.

Ostula no es Palestina, es más chiquita. Los muertos de su Intifada, por demás pacífica, no alcanzan los 40, pero cada uno lleva su nombre, una fecha, y tiene un asesino. Idilberto es el más reciente, el más joven. Hacía el mandado.

En Santa María Ostula, Xayakalan y esas partes de la costa nahua michoacana, el suyo y otros nombres son piedras firmes sobre las cuales no cejar. Por la dignidad, la tierra, la justicia, la vida buena. Y eso que su lista es una más, ni siquiera la más abultada. Pero los necesitamos, todos los nombres.

Hermann Bellingahusen

Poeta, editor, escritor de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos. Es cronista, reportero, y articulista de La Jornada desde su fundación. Dirige Ojarasca desde 1989. Desinformémonos publicó su poemario «Trópico de la libertad» en 2014.

Dejar una Respuesta

Otras columnas