Muerte por gasolina
Las redes, ese tribunal nuestro de cada día, han echado leña al triste fuego de los hermanos mexicanos muertos y quemados en una fuente surtidora de gasolina ilegal en el llano de Tlahuelilpan el 18 de enero. Ese es el clima: la necesidad que alienta ese “espíritu de nuestro tiempo” de culpar a alguien urgentemente. Criminalizar a los muertos del pobrerío es el expediente más barato y cómodo, hacer bromas a costa suya mostrando un IQ por debajo de 50 es el tipo de humor clasista para el cual hemos sido educados por los medios. Otros, quizás por tener cola que les pisen, usan la tragedia como munición política contra el nuevo gobierno “por no combatir bien” ese delito que hasta hace un par de meses era política de Estado y todo el Estado lo sabía. Luego están, cerca de éstos, los que en el fondo desean que las cosas salgan mal para saborear a placer: “Se los dije”.
Hay una perversión extrema en el acontecimiento mismo. Para los “odiadores” resulta oro molido, les permite ilustrar cuan pinches somos los mexicanos. ¿Puede haber algo más patético que una persona bañándose en gasolina que en segundos transita del relajo al cuerpo en llamas? Las escenas de saqueo siempre son tristes. A cuántos nos ha tocado ver en carretera un transporte de refrescos accidentado, las botellas y latas esparcidas en el asfalto, y del pueblo vecino y de los automóviles se junta la gente a levantar todos los chescos que les quepan en los brazos y en sus canastas, arriesgándose a sufrir algún atropellamiento. Lucen divertidos. Y pensar que los refrescos, y para el caso la gasolina, son veneno, parte de las adicciones contemporáneas al azúcar y al transporte motorizado. Al consumo de lo prescindible como si fuera lo contrario.
El horror, dice el Kurtz de Joseph Conrad, el horror de ver a un “nadie” (Galeano dixit) bailando en charcos de combustible que de lejos parece azul como el agua, junto a una fuente surtidora de pestilencia tóxica, y ser interrumpidos por una conflagración hiperrealista y letal. No somos el único país que vive al filo de esa navaja. Los negros veneros escriturados por el diablo recuerdan otros escenarios de recolección de combustible desparramado (quizá ni es robo recoger gasolina de por sí ya tirada), que trazan la peor caricatura de la desigualdad capitalista: ríos de oro negro y sus otros fluídos bajo los pies del amplio territorio de los pobres y los olvidados. Si pudieran, también cogerían uno de esos aviones que les pasan por encima. ¿Por qué no?
Nigeria en el espejo
Un selecto grupo de naciones encabezamos la lista mundial de sustracción masiva de combustible: Irak, Nigeria, China, México. Como apunta el analista económico Carlos Fernández Vega, los avisos se sucedieron al menos desde 2016, pues en los municipios de ese estado de la República (Hidalgo) los accidentes relacionados con las tomas clandestinas son historia de todos los días, “sólo era cuestión de tiempo”. Lo peor, cabe agregar, es que el país está minado. Así ocurre desde hace tiempo en Nigeria, coloso petrolero con una sociedad abismalmente desigual, donde el robo de gasolina dio origen a la temible “mafia nigeriana” que se extendería por África y el Mediterráneo, en armónica vecindad como la Camorra en Nápoles. Durante las pasadas décadas, los desastres inmensos son historia de todos los días en Nigeria, donde la principal labor del ejército nacional es “vigilar” los ductos. Con los resultados conocidos.Veamos tres cables:
“Abuja, Nigeria. 26 de diciembre, 2006. Al menos 269 personas murieron quemadas este martes cuando una tubería de combustible explotó en Lagos, la ciudad más grande de Nigeria, informaron trabajadores de urgencias. Cientos de residentes locales fueron a extraer combustible utilizando recipientes de plástico, después de que ladrones armados perforaran el ducto durante la noche. ‘Se confirmaron 269 muertos. Hemos recuperado todos los cadáveres’, dijo el secretario general de la Cruz Roja nigeriana, Abiodun Orebiyi, quien agregó que 60 personas con quemaduras graves fueron trasladadas a hospitales. Sin embargo, otro funcionario de la Cruz Roja local, cuya identidad no fue dada a conocer por Dpa, señaló que el número de víctimas mortales fue de más de 850”.
En diciembre del mismo año, cerca de Lagos, la sobrepoblada capital de Nigeria, otra explosión. Así la reportaron las agencias: “Un saldo de por lo menos 500 muertos, según cifras de la Cruz Roja Internacional y más de 700 lesionados, según testigos, dejó ayer el incendio y posterior explosión de un oleoducto cerca de Lagos, Nigeria. Sin embargo, equipos de rescate advierten que la cifra de víctimas podría aumentar, ya que puede haber más cadáveres entre los escombros. El siniestro, según la policía, se registró luego de que grupo de jóvenes rompieron el conducto para extraer combustible, lo que fue aprovechado por centenares de personas que llegaron al sitio para llevarse crudo para luego venderlo”.
La más reciente tragedia nigeriana sucedió apenas el pasado 13 de octubre de 2018, cuando más de 15 personas fallecieron calcinadas al explotar una tubería dañada en un gasoducto. Efe reportó: “El suceso ocurrió de madrugada en la ciudad industrial de Aba, dejando una cifra mortal de quince personas. Un grupo de presuntos saqueadores estaban tratando de sabotear la instalación con el fin de robar gasolina cuando sucedió la explosión, según medios locales. Este oleoducto, usado para transportar productos derivados del petróleo, conecta las refinerías de Port Harcourt -principal centro de producción de Nigeria en el delta del río Níger- con la urbe de Aba”.
El mismo cable recapitula: “Miles de personas han muerto a lo largo de los años, principalmente en la región del delta del Níger y en los alrededores de Lagos, la capital comercial del país. En el delta del Níger, grupos armados sabotean regularmente las plantas petrolíferas y secuestran a sus trabajadores, con el fin de exigir al Ejecutivo una redistribución más equitativa de los beneficios obtenidos de esta zona rica en yacimientos de crudo”.
Tlahuelilpan todos los días. ¿Qué retrata esta indisciplina social sin contenido político, instintiva, gregaria, relajienta y reivindicadora? Un país en la línea de sobrevivencia que ya no cree en nada, en la tierra de la gran pobreza. En otro planeta viven esas 29 familias mexicanas dueñas de casi todo, en la misma calle de sus socios y empleados, entre quienes están los gobernantes que permitieron saqueos de todo tipo en los pasados 25 años. Y la gasolina es una de nuestras drogas favoritas. El gran negocio fue privatizarla: allí comienza la cadena de transmisión del huachicoleo.
La vida por un chorrito
Max Rokantanski, mejor conocido como Mad Max, vive en un mundo en decadencia donde nada importa más que “el jugo” (the juice), el maldito combustible, forma primitiva del dinero. Mundo primigenio, convertido en erial gracias a las fantásticas máquinas carburantes creadas por los hombres. En estado de violencia permanente, todos se comportan “like angry ants, mad with the smell of gasoline” (“como hormigas furiosas, locas por el olor de la gasolina”).
Que en este 2019 de la vida real el pueblo doliente se llame San Primitivo, Hidalgo, hace pensar que los nombres no perdonan. No son ellos, sus pobladores, sino todos nosotros, los primitivos de flaca imaginación y absurdas necesidades básicas que no tienen que ver con la vida misma.
Dos semanas atrás, medio México estaba pasmado por la escasez de “jugo”. O más bien por el miedo a que fuera a escasear, uno nunca sabe. En tiempos recientes, el cadáver en el clóset llamado siniestramente huachicol dejó de apestar al volverse parte de la normalidad neoliberal en su versión salvaje, la nuestra. Su entramado criminal alcanza incluso a los pueblos perdidos de Hidalgo, Puebla y Veracruz a cuyos pies corre el odioso gasoducto Tuxpan-Tula. En el conjunto de casos de estos saqueos, la responsabilidad de los gobiernos anteriores se revela más que evidente; las estadísticas sepultan a Enrique Peña Nieto, sus directores de Pemex y los gobernadores del área. En un extremo tenemos los paraísos fiscales de los millonarios. En el otro, las piras de todos los Tlahuelilpan de este mundo.
En el futuro distópico de Mad Max la humanidad entera es huachicolera. Aunque se ve poca agua, y sólo comida para perro, uno mata o muere por el único insumo que importa: el “jugo”. Si la gente de San Primitivo fuera culpable, entonces nadie sería inocente, y con ese tipo de falsas tautologías no se llega a nada: “Jajajá compadre, todos somos iguales, ¿a poco no?”. ¿A quién castigar entonces? Dicho de otro modo, puede morir La Parca (presunto líder huachicolero de la zona) y la impunidad de arriba mantenerse inalterada, como hasta ahora. ¿Seguirá reinando el espíritu de la Parca? Como saben los poetas, la realidad está en los nombres.
Hermann Bellingahusen
Poeta, editor, escritor de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos. Es cronista, reportero, y articulista de La Jornada desde su fundación. Dirige Ojarasca desde 1989. Desinformémonos publicó su poemario «Trópico de la libertad» en 2014.