Migrantes: la Solución Final de Italia
El Ministro de Asuntos Interiores, Marco Minniti, como miembro del gobierno Gentiloni, apoyado por una mayoría parlamentaria de centro-derecha-izquierda, o sea, de una mezcla híbrida y conservadora a la vez entre el Partido Democrático y NCD (Nuevo Centro Derecha), está subiendo posiciones en la arena política a costa de los migrantes y de los derechos humanos. Su peculiar “gestión de los flujos migratorios” ha sido elogiada y aprobada por varios otros líderes europeos, como por ejemplo el trío Merkel, Macron, Rajoy.
Al menos éste último debería, en cambio, preocuparse. En efecto la “solución” italiana a la mal llamada e inexistente “crisis de los migrantes” en la península itálica se parece, como ha escrito Alessandra Daniele en el web-zine italiano Carmilla, a una Solución Final al estilo nazi y tiene un carácter racial, más que religioso, pues las personas que esperan emigrar hacia Europa no son nada más musulmanes, sino que hay también cristianos, por ejemplo. Así que la discriminación principal, ahora, viene del color de la piel y de la procedencia que, en la mayoría de los casos, es África central, la temida “África negra” que tanto ha sido objeto de mistificaciones y exotismos en Occidente.
La “solución” consiste en delegar a la guardia costera y a las autoridades líbicas del gobierno de Serraj, en conflicto con otras facciones en la descompuesta Libia, el problema y el trabajo sucio de detener a los migrantes antes de que se embarquen en lanchas para llegar a Sicilia. Asimismo, el ejecutivo Gentiloni ha desalentado con trabas y campañas mediáticas a las Ong que todavía operaban en el Mediterráneo con el fin de salvar y rescatar a miles de migrantes.
Por tanto ahora estos se quedan en verdaderos campos de concentración en Libia y, con dinero italiano y europeo, son dejados a morir en el territorio de un Estado fallido y en guerra. O bien, intentan la vía de Argelia y Marruecos para llegar a la España gobernada por Rajoy. Ya se reportó una desviación de los movimientos migratorios hacia el Oeste, de hecho, frente al cierre de la vía turco-griega, el año pasado, y de la vía líbica, en este último mes.
La “mano dura” mostrada por Minniti recibe enconos desde los socios europeos y lo proyecta como líder rumbo a las elecciones italianas de 2018. En el frente interno este “paladín” de la democracia, que hace poco afirmó justo querer “proteger” Italia y su democracia de la una migración percibida y tachada de “invasión” por muchos medios de comunicación, se quiere lanzar a guiar una coalición de centro-izquierda moderada, o sea de derecha disfrazada de izquierda, para ser candidato a Primer Ministro.
Y es que para engraciarse cínicamente el voto derechista, racista y xenófobo, el político explota la situación de falsa crisis de los migrantes, que en realidad es una crisis sistémica profunda de un país que se quedó estancado, con salarios bajos y economía menguante, y es el único que no se ha recuperado de la crisis de 2007-2009 en la eurozona.
Minniti y Gentiloni lanzan operativos criminales en contra de ellos incluso cuando ya están en Italia. El 24 de agosto pasado envió a la policía a desalojar a 300 migrantes, que ya contaban con el estatus de refugiado o el asilo político, de Plaza Independencia en Roma. Con lujo de violencia estas personas fueron sacadas del lugar. Además, se encontraban allí porque el municipio de Roma los había a su vez desalojado del edificio en donde residían desde 2013. Para cabalgar las inseguridades de una sociedad miedosa, presa de corrupciones y nepotismos, la política nacional se desahoga y gana consenso a costa de los más débiles, justo como sucedía en la Alemania nazi (y así concluye el razonamiento de Alessandra Daniele).
Cabe subrayar que la mayoría de los refugiados desalojados son de países como Eritrea y Somalia, que fueron sometidos a un despiadado régimen colonial por parte de la misma Italia, así que la frase “ayudémoslos en sus países”, que varios “líderes” de derecha y de izquierda (sic) pronuncian en estos meses, suena cada vez más grotesca, pues en sus países ya han estado las tropas y el gobierno italiano para “ayudar”, como se decía al justificar las conquistas coloniales fascistas y prefascistas.
Así, de nueva cuenta en este 2017, los gobiernos europeos pueden jactarse de haber reducido el tráfico ilegal de migrantes ante una opinión pública estremecida ficticiamente por las televisoras que siembran pánico. Pero el dinero vertido en este bloqueo de la ruta líbica termina en los bolsillos de carceleros, paramilitares y policías que despojan a la población migrante y la detiene: ya ni importa la distinción entre refugiados de guerras o migrantes económicos y, en este sentido, en Libia no hay distinción.
Las “autoridades” líbicas se quedan así, en cambio de recursos europeos, con una masa de personas a la merced de violaciones y expoliaciones que pronto se convertirán en mercancía de intercambio y en rehenes objeto de negociación entre grupos armados líbicos y gobiernos europeos en jaque. El gobierno de Gentiloni y Minniti podría bien ser juzgado por crímenes de lesa humanidad por todo esto pero probablemente no lo serán, así que no nos queda más que protestar, denunciar, dejar registros para la historia y trabajar para el desarrollo de la solidaridad, que sí la hay, y la derrota política, económica e ideológica de la “clase dirigente” que sigue promoviendo el odio racial y la fragmentación de las clases subalternas basada en el miedo y el individualismo.